BUKAVU, 21 febrero 2003 (ZENIT.org).- Desde hace cuatro años un centro especializado ofrece atención médica y psicoterapia para intentar ofrecer a las víctimas de la guerra del Congo (ex Zaire) una vida lo más normal posible.
Situado en Bukavu –en la martirizada región de Kivu–, «Mater Misericordiae» fue fundado por Colette Kitoga, cirujana y psicoterapeuta, que atiende junto a sus colaboradores a los afectados por el conflicto que desde 1996 convulsiona el país.
El 85% de sus pacientes son niños. «Se trata de niños marcados» –explica Kitoga a los micrófonos de Radio Vaticana— por vivencias tales como haber presenciado el asesinato de sus padres, haber visto enterrar personas vivas o haber sido violados a una edad temprana.
También atienden a niños soldados y a mujeres violadas: «son muchísimas, porque la violación se emplea como arma de guerra. En el este del Congo, se usa a hombres seropositivos o con Sida declarado. Se considera realmente como un arma biológica», continuó.
Según la doctora, entre los responsables de este drama se puede citar a los soldados de RCD (Coalición Democrática Congoleña), que son rwandeses, pero también congoleños. «Son los llamados “rebeldes” –aclara–, pero no sabemos con exactitud quién es rebelde».
«La guerra transformó mi sociedad –continúa–. Temo que si llega la paz, haya de todos modos venganzas».
En el complejo panorama del país también hay «personas que merodean tranquilamente, que han matado y continúan haciéndolo», denuncia.
La enumeración de responsables incluye asimismo a miembros del ejército tutsi –tutsis rwandeses– presentes en el Congo, al ejército de los hutus –diseminado en los campos congoleños del este–, a supervivientes del ejército de Mobutu y a congoleños que se rebelaron contra la llegada de los rwandeses y las masacres que ejecutaron.
Finalmente hay que añadir a los jóvenes que se han refugiado en la selva y han formado un ejército de resistencia, así como la difundida delincuencia.
Para desarrollar su labor, el centro cuenta con dos consultorios, uno de medicina general y otro de psicoterapia. «Atendemos todas las enfermedades habituales de la zona, pero ponemos el acento en la psicoterapia», subraya la doctora Kitoga.
Entre otras pautas, los chavales son introducidos en familias de confianza para que puedan crecer en entornos donde exista una figura paterna y una figura materna.
«Intentamos sobre todo que estas familias tengan algún vínculo con la familia del propio niño –comenta la fundadora del centro–, y si no es un nexo familiar, al menos tratamos de que sean de la misma tribu para que el niño no se sienta perdido, sino que se reencuentre con sus costumbres».
Las posibilidades de una curación completa, con todo, son inciertas. «En cualquier caso tenemos la esperanza de que estos pequeños conseguirán por lo menos vivir una vida casi normal, porque después de tres años y medio aprecio una mejoría».
Se trata de personas que no reían. «Ahora empiezan a sonreír. Es buena señal», observa.
La mayor dificultad es ganarse la confianza de los pequeños. «Les hablaba y nunca me miraban –recuerda–. Era como hablar a la pared. Un día, sorprendí a dos niños que hablaban entre sí. No me habían visto. Decían: “Los adultos son malos, hacen la guerra, asesinan. ¡Después se burlan de nosotros diciéndonos que nos quieren!”».
«Reuní al grupo de niños que estaban en el centro ese día y les pedí perdón en nombre de todos los adultos. Desde entonces, los niños empezaron a confiar en mí», añade.
En la República Democrática del Congo se consuma una tragedia que desde 1998 puede haberse cobrado la vida de más de tres millones de personas. Se trata de una zona donde las potencias de la región de los Grandes Lagos se disputan el control de los inmensos recursos naturales del territorio.
El país africano cuenta con 53 millones y medio de habitantes, en su mayoría cristianos, de los cuales un 41% son católicos y un 32% protestantes. Los animistas representan el 11% y los musulmanes el 1,2% de la población.