CIUDAD DEL VATICANO, 20 marzo 2003 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha alentado a afrontar «nuevas y valientes intervenciones en las fronteras de la caridad» nuovi e coraggiosi interventi sulle frontiere della carità al recordar el centenario del reconocimiento diocesano de la Pequeña Obra de la Divina Providencia.
Esta congregación religiosa fue fundada por el sacerdote italiano Lugi Orione (1872-1940), beatificado en 1980 por este mismo Papa, y considerado como uno de los grandes apóstoles de la caridad en el siglo XX.
Don Orione dio vida a la Familia Orionina, de la que forman parte laicos, religiosos y sacerdotes, extendidos en cerca de 30 países, que dirigen hogares para discapacitados, hogares y centros de día para niños y jóvenes que están en la calle o necesitados, escuelas y centros educativos, parroquias, capillas y santuarios, obras misioneras, centros y movimientos juveniles…
En estos momentos, los Hijos de la Divina Providencia son 1023: 3 obispos, 728 sacerdotes, 82 hermanos, 8 eremitas. Las religiosas fundadas por el beato Orione, las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, son 990.
Juan Pablo II invita a estos religiosos, en un mensaje hecho público este jueves por la Santa Sede, a vivir una «fidelidad creativa en un mundo que cambia», para que este centenario sirva para «proyectar nuevas y valientes intervenciones en las fronteras mismas de la caridad»
«Sólo permaneciendo bien arraigados en la vida divina y manteniendo inalterado el espíritu de los comienzos, podréis responder de manera profética a las exigencias de la época actual», aclara el Santo Padre.
Para ello, aclara, «el primer compromiso» debe ser «el tender a la santidad», pues «sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial».
Publicamos el texto completo de la carta de Juan Pablo II con motivo del centenario de la aprobación canónica de la Obra Don Orione realizada por la familia religiosa en Argentina http://www.donorione.org.ar/.
Al Reverendo Don Roberto Simionato,
Director General de la Pequeña Obra de la Divina Providencia
1. Me he enterado con gozo de que la mencionada Institución conmemora el centenario de su aprobación canónica por parte del Obispo de Tortona, Mons. Higinio Bandi. Ante tan feliz circunstancia, me es grato dirigir un pensamiento cordial a Ud., al Consejo general, y a los miembros de la entera Congregación, asegurándoles mi participación espiritual en los distintos momentos de celebración, que sin duda contribuirán a reavivar el fervor de los comienzos, para así proseguir, con entusiasmo sostenido, el camino emprendido por Don Orione hace ya más de cien años.
2. El clérigo Luis Orione, ex-alumno de Don Bosco en Turín, tenía tan sólo 20 años cuando abrió el primer Oratorio en Tortona; y el año siguiente, 1893, ya se transformó en fundador al dar vida a un pequeño colegio con enseñanza escolar interna, para niños pobres. En las vicisitudes diarias, vivida con fe y caridad, se fue desarrollando el plan al que la Divina Providencia lo destinaba. En una carta del 4 de mayo de 1897 al futuro cardenal Perosi, conciudadano y amigo, que le preguntaba cual “era la idea”, le escribía: “Me parece que Nuestro Señor Jesucristo me está llamando a un estado de gran caridad…. pero es un fuego enorme y suave que necesita expandirse e incendiar toda la tierra. A la sombra de todos los campanarios brotará una escuela católica, a la sombra de todas las cruces, un hospital: las montañas darán paso a la gran caridad de Jesús, Nuestro Señor, y todo será instaurado y purificado por Jesús” [Espíritu de Don Orione, 1,2].
Don Orione supo superar los obstáculos y dificultades iniciales, precisamente porque estaba inflamado por este fuego místico, y así llegó a ser apóstol incansable, creativo y eficaz. Algunos compañeros de seminario siguieron a aquél clérigo fundador; y no pocos alumnos quisieron ser sacerdotes, como él. Así la Obra, que él llamó desde los mismos comienzos, de la Divina Providencia, creció en miembros y actividades. El Obispo de Tortona seguía con cierta preocupación la consolidación de esas iniciativas tan osadas y humanamente tan frágiles, pero supo reconocer en ellas la acción del Espíritu. Así, con decreto del 21 de marzo de 1903 convalidó el carisma y decretó la constitución de la Congregación religiosa masculina de los Hijos de la Divina Providencia, que comprendía a sacerdotes, hermanos ermitaños y coadjutores. A continuación, nacieron las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, en cuyo seno florecieron dos brotes contemplativos, las Sacramentinas adoratrices no videntes y las Contemplativas de Jesús Crucificado; mientras que en tiempos más recientes, nacieron el Instituto Secular Orionista y el Movimiento Laical Orionista.
3. En esta celebración jubilar, me es grato expresar mi vivo reconocimiento a todos ustedes, miembros de la familia orionista, por el valioso aporte que han dado en estos años a la misión de la Iglesia. Al mismo tiempo, me es grato recordar lo que escribí en la Exhortación apostólica Vita Consecrata: ¡ustedes también “tienen no sólo una historia gloriosa que recordar y narrar, sino una gran historia para construir!” (N° 110). Y por tanto los invito a mirar al futuro, “al que el Espíritu los impulsa para seguir haciendo con ustedes grandes cosas” (Ibid.)
4. Queridos Hijos de la Divina Providencia, la Iglesia espera de ustedes que reaviven el don que está en ustedes (Cf 2Tim 1,6), renovando sus propósitos, y que, en un mundo cambiante, promuevan una fidelidad creativa a su vocación. Observaba yo, en esa misma Exhortación: “Se invita pues a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy. Esta invitación es sobre todo una llamada a perseverar en el camino de santidad a través de las dificultades materiales y espirituales que marcan la vida cotidiana. Pero es también llamada a buscar la competencia en el propio trabajo y a cultivar una fidelidad dinámica a la propia misión, adaptando sus formas, cuando es necesario, a las nuevas situaciones y a las diversas necesidades, en plena docilidad a la inspiración divina y al discernimiento eclesial.” (N° 37)
Sólo permaneciendo bien arraigados en la vida divina y manteniendo inalterado el espíritu de los comienzos, podrán ustedes responder de manera profética a las exigencias de la época actual. El primer compromiso de todo bautizado, y con mayor razón de todo consagrado, es el tender a la santidad; sin duda “sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial.” (NMI 31) Según el estilo de su Beato Fundador y la índole de la vida religiosa, que ustedes abrazaron, no tengan miedo de buscar con paciente constancia “este « alto grado » de la vida cristiana”, recurriendo a “una verdadera pedagogía de la santidad” (ibid.), personal y comunitaria, sólidamente anclada en la rica tradición eclesial y abierta al diálogo con los nuevos tiempos.
5. Fidelidad creativa en un mundo que cambia: que esta consigna sea la que los guíe para marchar “a la cabeza de los tiempos”, como decía Don Orione. Si las celebraciones del centenario de la aprobación canónica llevan a “recordar” y revivir el clima de los orígenes, al mismo tiempo los estimulan a ustedes a “proyectar” nuevas y animosas intervenciones en las fronteras mismas de la caridad; más aún en vistas también del próximo capítulo general.
¡Que se mantenga intacto el espíritu de la primera hora! A ese respecto, quisiera poner en evidencia un aspecto significativo de la intuición carismática del “clé
rigo” Luis Orione: su amor superior y unificante por la “Santa Madre Iglesia”. Entonces, como ahora es fundamental para la Obra de ustedes cultivar esta íntima pasión por la Iglesia, para que puedan “cooperar modestamente, a los pies de la sede apostólica y de los obispos, a la renovación y unificación en Jesucristo señor nuestro, del hombre y de la sociedad, llevando a la iglesia y al Papa el corazón de los niños más abandonados, de los pobres y de las clases obreras: «ad omnia in christo instauranda, ut fiat unum ovile et unus pastor» (Constit. Art. 5).
Que Don Orione desde el cielo siga acompañándolos, y con él tantos otros religiosos que, a lo largo de estos veinte lustros, consumieron su existencia al servicio de los pobres. Que vele sobre cada uno de ustedes la Virgen María, madre de Cristo y madre de la Iglesia y haga que, como pedía Don Orione, toda la vida de ustedes esté “consagrada a darle a Cristo al Pueblo, y el pueblo a al Iglesia de Cristo; que arda y brille de Cristo, y en Cristo se consuma en una luminosa evangelización de los pobres; nuestra vida y nuestra muerte sean un canto dulcísimo de caridad, y un holocausto al Señor” [Espíritu de Don Orione IX, 131].
Con afecto les aseguro mi constante recuerdo en la oración, al mismo tiempo que de gran corazón bendigo a esa familia espiritual entera y a todos los que son objeto de sus permanentes cuidados.
Desde el Vaticano, 8 de marzo de 2003.
[Traducción realizada por P. Enzo Giustozzi]