MADRID, 28 marzo 2003 (ZENIT.org).- «Dios rompió la baraja con el padre José María Rubio», porque fue «un contemplativo en acción», así se manifestaba este jueves Pedro Miguel Lamet, SI, durante un encuentro con periodistas en el que presentó su nuevo libro, una biografía del beato José María Rubio, conocido como «el apóstol de Madrid», a quien Juan Pablo II canonizará en Madrid junto con otros cuatro religiosos el próximo 4 de mayo.
Lamet aseguró sobre su hermano en la vida religiosa que «no era el clásico jesuita que estudiaba, que investigaba, sino que predicaba muy mal y físicamente era muy poco atractivo».
«Sin embargo, el padre Rubio supo vaciarse completamente de sí mismo y transmitía la energía de Dios», añadió. Lamet destacó del futuro santo que «trabajó en el cinto de vergüenza de Madrid, y tenía la cualidad de saber decir la frase exacta en el momento oportuno».
El padre Rubio tiene mucho que decir al mundo de hoy, según su biógrafo, porque «en una sociedad materialista, aportó mensaje de confianza: ‘Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace’».
Lamet destacó que el padre Rubio «concede favores muy pequeños; es un santo muy milagrero».
Andaluz de origen, vio la luz en la villa almeriense de Dalías el 22 de julio de 1864. Era hijo de una familia numerosa (13 hermanos de los que quedaron sólo 6) y vivió una infancia campesina. Aún niño se lo llevó consigo un tío canónigo a Almería, donde estudió un año humanidades y otro de filosofía (1876-1879), para trasladarse posteriormente al seminario de Granada. Celebró su primera misa el 8 de octubre de 1887 en la colegiata de San Isidro de Madrid.
Capellán de las religiosas Bernardas en la calle Sacramento, comenzó a extenderse su fama como excelente confesor y por su austeridad y horas de entrega generosa al trabajo, además de catequizar a niñas pobres, sus obras entre los traperos y «golfos» de Madrid.
Ingresó en la Compañía de Jesús a los 42 años, y su fama se extendió como una mancha de aceite. Hasta tres horas había de hacer cola el pueblo de Madrid para confesarse con él, que acudía desde muchos kilómetros de distancia.
Se hizo famoso el suceso de un día de carnaval en que, llamado a auxiliar con los últimos sacramentos a un enfermo, un grupo de juerguistas le habían preparado una trampa en una casa de citas. Uno de ellos pretendía en una cama hacer el papel de moribundo para burla y regocijo de los demás y dar ocasión de fotografiar con magnesio al incauto sacerdote. Al entrar José María en el prostíbulo con la intención de atender al enfermo, descubrió que éste estaba realmente muerto. El pánico y la impresión fueron tales que dos testigos se hicieron religiosos poco después, uno de ellos era el famoso radiofonista padre Venancio Marcos.
Presintió su propia muerte y llegó a despedirse de sus amigos. En la enfermería de los jesuitas en Aranjuez, tras haber roto en pedazos sus apuntes espirituales, por humildad, y después de decir «si el Señor quiere llevarme ahora, estoy preparado».