SYDNEY, 29 marzo 2003 (ZENIT.org).- El padre Julian Porteous, rector del Seminario del Buen Pastor de la archidiócesis de Sydney, dio una conferencia sobre anticoncepción y aborto, durante una videoconferencia teológica organizada por la Congregación del Clero el 28 de febrero. A continuación el texto adaptado.
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Anticoncepción y Aborto
Por el padre Julian Porteous
El matrimonio no es una institución que pueda estar sujeta a la manipulación arbitraria por parte de los individuos o de la sociedad. Las leyes morales sobre el matrimonio son las mismas para todas las personas en todos los lugares y en todas las épocas. Estos principios morales surgen directamente de la Sabiduría de Dios Creador y, simultáneamente, expresan y protegen la dignidad de la persona humana. La «Humanae Vitae» advertía que el rechazo de estas normas podría abrir una gran herida en el corazón de la sociedad. La historia posterior ha probado qué verdadero profeta era en realidad el papa Pablo VI.
Anticoncepción Al reafirmar en la «Humanae Vitae», la enseñanza permanente de la Iglesia con respecto a las leyes morales relativas a la transmisión de la vida, el papa Pablo VI intentaba clarificar un punto del primer artículo del credo sobre Dios, el Creador de la vida.
Al hacerlo, el papa Pablo VI recordaba la enseñanza del papa Juan XXIII que decía: «Todos debemos considerar la vida del hombre como sagrada, puesto que desde su inicio requiere la acción de Dios Creador».
La persona humana es una unión de cuerpo y alma. Sólo Dios puede traer a la existencia el alma inmortal y espiritual de la persona humana. En referencia a esta verdad de fe, el catecismo católico dice: «La Iglesia enseña que cada alma espiritual es creada inmediatamente por Dios – no es producida por los padres».
Dando más luz sobre la misma verdad, el papa Juan Pablo II afirmaba: «Dios mismo está presente en la paternidad y la maternidad humanas... De hecho, sólo Dios es la fuente de aquel ‘a imagen y semejanza’ que es propio del ser humano, como fue recibido en la creación. El engendrar es la continuación de la Creación».
En el cumplimiento del acto conyugal, cuya estructura pertenece al orden natural, que tiene a Dios como su Creador, es Dios mismo y no la pareja casada quien es el árbitro final de que el ser humano venga o no a la existencia a través de la concepción. En consecuencia, los actos anticonceptivos son una negación del honor debido al Creador, puesto que recurriendo a ellos una pareja casada busca impedir cualquier posible intervención creativa de Dios.
Hablando sobre esto, el papa Juan Pablo II decía: «Por lo tanto, cuando, a través de la anticoncepción, las parejas casadas quitan del ejercicio de su sexualidad conyugal su capacidad procreativa potencial, están reclamando un poder que pertenece únicamente a Dios; el poder de decidir en última instancia la venida a la existencia de una persona humana. Asumen el papel no de ser cooperadores en el poder creativo de Dios, sino depositarios últimos de la fuente de la vida humana. En esta perspectiva, la anticoncepción se juzga tan profundamente inmoral como para no ser justificada por ningún motivo. Decir o pensar lo contrario es igual a mantener que en ciertas situaciones de la vida humana puede darse como moral no reconocer a Dios como Dios».
Con la anticoncepción, una pareja casada busca usurpar el papel de Dios como Creador. Al proclamar la doctrina de la «Humanae Vitae», el papa Pablo VI se preocupó en advertir a las familias casadas contra la tentación de adoptar esta actitud despectiva hacia el Creador que es inherente a la forma anticonceptiva de la vida.
Afirmaba: «Como el hombre no tiene dominio ilimitado sobre su cuerpo en general, de igual modo, con particular razón, no tiene tal dominio sobre sus facultades generativas como tales, debido a su ordenación intrínseca a la creación de la vida, de la que Dios es el principio».
Hablando sobre la anticoncepción como un rechazo objetivo a reconocer a Dios como creador, el Dr. Siegfried Ernst, M. D., afirmaba: «La esencia de la anticoncepción es la exclusión de la cualidad creativa de la sexualidad humana a favor de la mera producción de placer y éxtasis. Ninguna teoría psicológica ni ninguna excusa, por ingeniosa que sea, puede encubrir el hecho de que la exclusión de la creación en la relación humana más cercana e íntima –la unión física y espiritual total en la creación de una nueva vida humana- significa la exclusión del Creador mismo».
La unión entre anticoncepción y aborto Hablando sobre las consecuencias de no dar al Creador el honor que le es debido, el padre Joseph M. de Torre dice: «Cuando la vida humana se considera sin la referencia a un Dios trascendente como fuente y fin de la misma, pierde todo su valor intrínseco, aunque se haga en nombre del liberalismo o del socialismo».
La exactitud de la observación del padre de Torre se demostraba en un editorial que aparecía en el Economist de Londres el 21 de junio de 1997. Apoyando la legalización del «suicidio asistido», este editorial de Economist indicaba: «Las religiones occidentales tienen una respuesta, y es inflexible: es erróneo para los individuos poner fin a las vidas que Dios les ha dado. La posición liberal clásica, que es la de Economist, parte de una premisa diferente. Los individuos tienen un derecho a su auto determinación, y esto incluye – más bien culmina naturalmente en él- el derecho de acortar la propia vida».
La expresión de un rechazo objetivo a reconocer a Dios como el árbitro final del venir a la existencia un nuevo ser humano, la indiferencia hacia el Autor de la Vida que caracteriza la actitud anticonceptiva, fomentan la indiferencia hacia la santidad de la vida en general.
A este respecto, es significativo cómo el papa Juan Pablo II ha llamado con frecuencia la atención hacia la unión entre anticoncepción y aborto. En una ocasión, mientras hablaba a un grupo de obispos austriacos sobre la doctrina de la «Humanae Vitae», el Santo Padre decía: «No puede permitirse duda alguna sobre la validez de las doctrinas morales expresadas en ella (Humanae Vitae)... La invitación a la anticoncepción como una supuesta forma ‘inofensiva’ de relación entre los sexos no es sólo una negación insidiosa de la libertad moral del hombre. Fomenta una comprensión despersonalizada de la sexualidad que se reduce al momento y promueve, en último análisis, esa mentalidad de la que el aborto nace y de la que se nutre continuamente».
En «Evangelium Vitae», el papa Juan Pablo II indicaba que la cultura pro aborto es especialmente fuerte dondequiera que se rechace la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción. Aun reconociendo la diferencia en naturaleza y en gravedad moral entre la anticoncepción y el aborto, el Santo Padre indicaba, sin embargo, que «anticoncepción y aborto están con frecuencia íntimamente conectados, como frutos de un mismo árbol».
Hablando de una «mentalidad hedonista» que es «poco proclive a aceptar responsabilidad en temas de sexualidad» y «que contempla la procreación como un obstáculo para la plenitud personal», el papa Juan Pablo II añadía: «La vida que podría resultar de un encuentro sexual se vuelve así un enemigo a evitar a toda costa, y el aborto se vuelve la única respuesta decisiva posible a los fallos de la anticoncepción».
Durante muchos se ha sabido que ciertos «anticonceptivos», así llamados, realmente actúan como abortivos. Desafortunadamente, teólogos y otros que disienten de la doctrina de la «Humanae Vitae» y que animan a las parejas casadas a actuar de igual manera, con frecuencia rechazan fijar su atención sobre la naturaleza abortiva de varias formas de «anticonceptivos».
La conexión entre anticoncepción y aborto es evidente en el hecho de que tanto a los DI
Us como a las píldoras anticonceptivas se les reconoce capacidades abortivas. Escribiendo en el Medical Journal of Australia en 1987, el Dr. Alan Trounson y el profesor Karl Wood pedían una mayor libertad para llevar a cabo experimentos destructivos sobre embriones humanos sobre la base de que la comunidad ya había aceptado el uso de «dispositivos intrauterinos que matan a los embriones recientes».
El hecho de que la píldora pueda actuar como abortivo fue plenamente documentado por John Wilks en su libro de 1996 «A Consumers Guide to the Pill and Other Drugs». La píldora actúa como un anticonceptivo cuando suprime la ovulación o cuando previene que el esperma alcance el óvulo al alterar las secreciones femeninas. Sin embargo, si estas formas de actuación fallan, la píldora puede actuar todavía previniendo la implantación del óvulo fertilizado, induciendo en este caso el aborto.
A parte de los lazos directos entre aborto y anticoncepción arriba subrayados, es necesario tener en cuenta las actitudes cuando se analiza el comportamiento anticonceptivo. Describiendo la naturaleza anti vida de la anticoncepción, un grupo de distinguidos moralistas afirmaba:
Normalmente, cuando la gente utiliza anticonceptivos, están interesados en la unión sexual que consideran puede llevar a la concepción. Si no pensaran eso, no tendrían razón alguna para la anticoncepción. Se anticipan y piensan sobre el bebé cuya vida podría comenzar. Quizás por alguna otra buena razón, quizá no, encuentran la perspectiva repugnante: «No queremos que el posible bebé comience a vivir». Queda clara la verdadera definición de la anticoncepción, cuya voluntad es ir contra la vida; es un odio práctico (aunque no necesariamente emocional) hacia el posible bebé que proyectan y rechazan, al igual que la voluntad de aceptar la venida a la existencia de un bebé es un amor práctico hacia esa posible persona.
Hablando de la unión entre anticoncepción y aborto, el Dr. Siegfried Ernst, M. D., decía: «La píldora anti bebé ha hecho posible separar, fundamental y radicalmente, la producción de placer del acto de la procreación. Ha comenzado así automáticamente la ‘revolución sexual’… Convirtiéndose en ‘seguros’, se han multiplicado los actos sexuales como un resultado de la propaganda contemporánea que pregonaba ‘el derecho a una vida sexual feliz’. A pesar de ello los ‘accidentes’ han aumentado proporcionalmente - ¿o han sido su consecuencia?- la píldora anti bebé. Y aquellos ‘niños no queridos’ deben, lógicamente, ser eliminado por el aborto».
La profesora Janet Smith también llamaba la atención sobre la unión entre anticoncepción y aborto cuando afirmaba: «La anticoncepción convierte en un elemento extraño a la unión sexual el hacer un bebé. Hace que el embarazo parezca como un accidente de la unión sexual más que la consecuencia natural a la que deben prepararse individuos responsables. El aborto, por tanto, se convierte en razonable como una solución a un embarazo no querido. La anticoncepción permite a quienes no están preparados para cuidar un bebé mantener relaciones sexuales, cuando quedan embarazados, se resienten de que un niño no nacido se introduzca en sus vidas y se vuelven hacia la solución del aborto. No debería sorprender que los países que están impregnados por el sexo anticonceptivo, luchen con más fuerza por acceder al aborto que por asegurar que todos los bebés puedan sobrevivir tanto dentro como fuera del vientre materno. Es absurdo que los pro vida puedan evitar temas como la anticoncepción y la irresponsabilidad sexual y tener éxito en la lucha contra el aborto».
Esta unión entre mentalidad anticonceptiva y aborto quedó bien ilustrada en la decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos en el caso de Planned Parenthood contra Casey que confirmó la sentencia de Roe contra Wade.
Esta decisión establecía que «en algunos aspectos críticos, el aborto es del mismo carácter que la decisión de utilizar la anticoncepción... Durante dos décadas de desarrollo económico y social, la gente ha organizado sus relaciones íntimas y ha tomado decisiones que definen su visión de sí mismos y de su lugar en la sociedad, en la confianza de la disponibilidad del aborto en caso de que falle la anticoncepción».
Comentando esta decisión del Tribunal Supremo, la profesora Janet Smith decía: «La decisión del Tribunal Supremo ha hecho completamente innecesario cualquier esfuerzo de ‘exponer’ lo que está realmente detrás del nexo de la edad moderna con el aborto. Como indica el Tribunal Supremo cándidamente, necesitamos el aborto para poder continuar con nuestros estilos de vida anticonceptivos. No es porque los anticonceptivos sean inefectivos por lo que un millón y medio de mujeres al año buscan el aborto como reserva ante los fallos de la anticoncepción. Las ‘relaciones íntimas’ facilitadas por los anticonceptivos son las que hacen el aborto ‘necesario’... Aquí la palabra ‘íntimas’ significa ‘sexuales’; no significa ‘amorosas y cercanas’. El aborto es con mucha frecuencia el resultado de relaciones sexuales en las que hay poco de verdadera intimidad y amor, en las que no hay lugar para un bebé, la consecuencia natural de una unión sexual».