MADRID, 7 mayo 2003 (ZENIT.org).- Publicamos el testimonio que ofreció Guillermo Blasco, estudiante de Arquitectura, ante Juan Pablo II y unos 700.000 jóvenes en Cuatro Vientos durante la vigilia del sábado pasado.
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Querido Santo Padre:
Me llamo Guillermo Blasco. Tengo 19 años, pertenezco a una familia de seis hijos y estudio arquitectura técnica. Nací el día de la Inmaculada y la Virgen me ha llevado siempre bajo su manto. Estudié en el Colegio de Ntra. Sra. del Recuerdo de Madrid y mis padres me han educado en la fe.
Desde niño, Santo Padre, he sentido en mi corazón algo grande. En 1998 peregriné a Santiago de Compostela con un grupo que surgía de las manos de María: los Montañeros de la Asunción. Ese camino me hizo un bien inmenso. Allí sentí que Cristo quería algo mas de mí.
El 15 de agosto de 1998, día de la Asunción, murió mi hermano Fernando en Irlanda en un atentado terrorista. Tenia 12 años. Este hecho marcó mi vida de adolescente. Esa misma noche, cuando supe lo ocurrido, llamé hasta la madrugada a todos los hospitales de Irlanda. Al día siguiente, se confirmó la terrible noticia e, inmediatamente, fui a Misa con mi padre.
Entre la perplejidad y el miedo, una pequeña luz se encendió en el horizonte. Era la luz
del camino de Santiago, algo que había penetrado hasta lo mas profundo de mi ser. En la
comunión encontré una fuerza que jamás hubiese imaginado. Nunca había visto el poder de Dios
en las personas. Cuando mis padres perdonaron a los asesinos de mi hermano, su testimonio se
gravó a fuego en mi corazón. Desde entonces tengo la convicción de que la Virgen ha
intercedido de una forma muy especial por mi familia.
La muerte de mi hermano supuso un gran cambio para mí. Mi familia se unió como una piña, y gracias al ejemplo de mi madre, comencé a ir a Misa todos los días antes de clase. Lo necesitaba. Había descubierto que Jesús es el mejor amigo, del que nadie me puede separar. Vi también que necesitaba la fuerza interior que me da la Eucaristía.
Fueron tiempos duros, Santidad, pero la comunión diaria, y el testimonio cristiano de mis padres mantuvieron a flote mi esperanza. Peregriné a Javier, a Santiago en “99”, y en el 2000 participé con Vuestra Santidad en la inolvidable Vigilia de Tor Vergata. Allí sentí, como en Toronto, que el Espíritu Santo se derramaba sobre nosotros, igual que esta tarde lo hace en Cuatro Vientos.
Al año siguiente, Cristo quería darme algo más; algo que solo se da a quien se quiere de verdad. Me dio a su madre, a María, a quien me ha ido enseñando el inmenso amor de su Hijo. Y le ofrecí mi vida. Me consagré a ella, en la Congregación Mariana de la Asunción. Desde entonces soy de la Virgen y ella no ha dejado de protegerme.
Desde aquel día, y para siempre, intento a través de la oración, ofrecerle cada cosa que hago: cada entrenamiento, cada lámina que dibujo… Ella me ha ayudado a saborear la oración, el diálogo con el Amigo que nunca falla, que sólo me pide que me deje amar, que sólo desea colmarme de gracias. Por eso, permítame Santidad que invite a mis hermanos, los jóvenes, a compartir el amor de María, el amor de Cristo, el Amigo fiel que nunca permite que nos sintamos solos, que sólo nos pide que le dejemos llenar nuestro corazón de su amor y que en esta tarde nos hace esta pregunta: ¿Quieres ser mi testigo, quieres ser amado?
Estoy convencido, Santo Padre, de que el secreto de la vida de Vuestra Santidad es su amor a la Virgen, expresado en el lema TOTUS TUUS. De ahí nace su fuerza para recorrer el mundo entero, a pesar de la enfermedad y los achaques físicos, como testigo de la verdad y del amor de Cristo. Gracias Santo Padre, Gracias Amigo, por venir a España y por enseñarnos que María es el camino más corto para llegar a Cristo.
Guillermo Blasco