ROMA, 23 mayo 2003 (ZENIT.org).- El presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz recordó este viernes que la Iglesia funda el orden internacional en valores éticos y jurídicos orientados a la solidaria convivencia y colaboración entre las diferentes comunidades políticas.
En este sentido, según explicó el arzobispo Renato Marino, el objetivo principal de la enseñanza de la Iglesia es vincular las relaciones entre los Estados a un concepto de justicia internacional como componente esencial del bien común.
La intervención de monseñor Martino tuvo lugar en el marco de un congreso organizado en Roma –con ocasión del 40º aniversario de la encíclica «Pacem in Terris» de Juan XXIII– por la Universidad Pontificia Gregoriana y el Instituto Internacional Jacques Maritain bajo el título «Iglesia y orden internacional».
«Los instrumentos normativos alternativos a la fuerza armada, ya existentes en el Derecho Internacional, deben ser replanteados de manera que respondan a las exigencias de la comunidad internacional», observó el prelado.
En este contexto, la reglamentación de la comunidad internacional «debe orientarse –puntualizó– a garantizar un efectivo bien común de la humanidad, salvaguardando la identidad propia de cada pueblo».
Monseñor Martino indicó también que «la comunidad internacional debe transformarse en una efectiva estructura en la que los conflictos puedan resolverse pacíficamente y los intereses de las partes sean tutelados y reconstruidos sobre las bases de la verdadera justicia».
«El magisterio social de la Iglesia solicita con insistencia la constitución de poderes públicos en el plano mundial», añadió el prelado.
Además constató que «las diferencias entre pueblos y naciones sólo se pueden superar a través de una “concertación”, esto es, la instauración de una tupida red de relaciones orientadas a la consecución de objetivos comunes, y de una efectiva “cooperación”».
Es la manera de materializar la esperanza que expresó el Papa Juan XXIII en la encíclica «Pacem in Terris»: «que los hombres, encontrándose y negociando, descubran mejor los vínculos que los unen, procedentes de su común humanidad».
«Y que también descubran –añadía Juan XXIII– que una de las exigencias más profundas de su común humanidad es que entre ellos y entre los respectivos pueblos reine no el temor, sino el amor, el cual tiende a expresarse en la colaboración leal, multiforme, portadora de muchos bienes».