CIUDAD DEL VATICANO, 2 noviembre 2003 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Juan Pablo II este sábado, día de Todos los Santos, a mediodía, antes de rezar la oración mariana del «Angelus» junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.
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Queridos hermanos y hermanas:
1. Celebramos hoy la solemnidad de Todos los Santos. Al invitarnos a dirigir la mirada a la multitud inmensa de los que han alcanzado la Patria bienaventurada, nos indica el camino que conduce hacia esa meta.
A nosotros, peregrinos aquí en la tierra, los santos y beatos del paraíso nos recuerdan que el apoyo de cada día para no perder nunca de vista nuestro destino eterno es ante todo la oración. Para muchos de ellos el Rosario –oración a la que he dedicado el Año que concluyó ayer– ha sido el medio privilegiado para su dialogo cotidiano con el Señor. El Rosario les ha llevado a una intimidad cada vez más profunda con Cristo y con la Virgen santa.
2. El Rosario puede ser verdaderamente un camino sencillo y accesible para todos hacia la santidad, que es la vocación de todo bautizado, como lo subraya la solemnidad de hoy.
En la carta apostólica «Novo millennio ineunte» recordé a todos los fieles que la santidad es la exigencia prioritaria de la vida cristiana (Cf. números 30-31).
Que María, reina de todos los santos, que ya está totalmente sumergida en la gloria divina, nos ayude a avanzar con empuje a través del camino exigente de la perfección cristiana. Que nos haga comprender y apreciar cada vez más el rezo del Rosario como camino evangélico de contemplación del misterio de Cristo y de adhesión fiel a su voluntad.
[Tras la oración mariana del «Angelus», el Papa dirigió este saludo a los peregrinos:]
Según la piadosa costumbre, en estos días los fieles suelen visitar las tumbas de sus seres queridos y rezan por ellos.
Yo también me dirijo espiritualmente en peregrinación a los cementerios de las diferentes partes del mundo, donde descansan los restos de quienes nos han precedido en el signo da la fe.
En particular, elevo mi oración de sufragio por aquellos de los que nadie se acuerda, así como por las muchas víctimas de la violencia. A todos les confío a la divina Misericordia.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]