COCHABAMBA, 20 noviembre 2003 (ZENIT.org).- Con un llamamiento a construir la democracia, a la conversión, a la esperanza y a la reconciliación concluyó el miércoles pasado la LXXVII Asamblea Ordinaria del episcopado de Bolivia.

A continuación presentamos el mensaje final difundido por la Conferencia Episcopal del país.

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Texto completo del Mensaje de los Obispos
“Ya llega el Reino de Dios. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15)

Mensaje de la Conferencia Episcopal Boliviana



Los Obispos, con motivo de nuestra LXXVII Asamblea de la Conferencia Episcopal Boliviana, después de los dolorosos acontecimientos de octubre y ante la cercanía del Adviento, deseamos compartir con todo el pueblo de Dios y personas de buena voluntad la firme esperanza, que despierta en nosotros el apremiante llamado de Jesús al cambio de vida para poder participar en el Reino de Dios.

Este mensaje de Jesús, de conversión, de esperanza y de fe en su Reino, es muy apropiado para los momentos críticos de cambio que estamos viviendo en nuestro país. Aceptemos, por tanto, la invitación de Jesús a creer en el Evangelio, en la Buena Noticia de que vale la pena tener esperanza, fuerza que impulsa a construir, con realismo, el camino hacia una Bolivia renovada, presencia del Reino de Dios entre nosotros.

Una Nueva Democracia

Los hechos de violencia, que se han vivido, nos cuestionan profundamente, pues muestran una larga historia de injusticia social, de un hondo racismo, de exclusión de la vida del país de muchos hermanos y, especialmente, de los pueblos originarios. Estamos frente a estructuras injustas y excluyentes, que han barrido los valores propios de la convivencia humana y, sobre todo, la solidaridad y honestidad.

Ha llegado el momento de cambiar nuestra manera de vivir la democracia, tanto en el aspecto político–social como en el económico, recuperando los valores éticos y realmente participativos que deben fundamentarla.

Su Santidad Juan Pablo II, cuyos 25 años de pontificado estamos celebrando con alegría, nos recuerda: “El valor de la democracia se mantiene o cae con los valores que encarna y promueve: fundamentales e imprescindibles son, ciertamente, la dignidad de cada persona y el respeto de sus derechos inviolables e inalienables, así como considerar el ‘bien común’ como fin y criterio regulador de la vida política” (Evangelio de la Vida, 70).

Protagonismo del ciudadano

Urge trabajar por lograr que los ciudadanos sean verdaderos actores políticos, con un protagonismo, que no sólo se limite a depositar su voto sino que sean sujetos activos, capaces de superar las injusticias existentes con una práctica justa, comprometida y transparente.

Frente a la pasividad, que suele darse en lo cotidiano y a las violencias y excesos de algunos momentos, es preciso ir construyendo la democracia desde los niveles básicos de la sociedad, a través de movimientos y organizaciones sociales entendidos como amplios espacios de participación. El Estado debe tener actitud de apertura en beneficio de la pluralidad de los diversos factores presentes en la sociedad, aunados en un interés común.

La actual crisis de los partidos políticos plantea a éstos la necesidad de redescubrir su vocación de servicio al bien común, desde su propia visión de la realidad y una organización interna auténticamente democrática.

Economía Social

Es tarea urgente, además, conseguir una economía social. En los últimos decenios hemos visto cómo la riqueza, que hay en nuestro país, se ha ido injustamente acumulando en muy pocas manos y, también, a causa de la corrupción, creando amplios espacios de pobreza y exclusión extremas. En nuestra patria debemos crear más riqueza y compartirla. Hay que extremar los medios para desterrar ahora la pobreza; así todos los ciudadanos gozarán efectivamente de sus derechos sociales y económicos, como ser: trabajo con un salario digno, salud, educación, vivienda, seguridad ciudadana y servicios básicos.

Toda esta perspectiva exige una seria formación en los valores democráticos y a la vez éticos: respeto a la ley, equidad, justicia, fraternidad, pluralismo, libertad, diálogo, tolerancia, responsabilidad, civismo y esperanza.

Conversión y esperanza

Si queremos una nueva Bolivia es preciso que todos cambiemos de actitud y de vida; nos apartemos de nuestros malos caminos; desterremos de nuestra sociedad la violencia, el odio, el resentimiento y la sed de venganza; no nos dejemos llevar por pregoneros de enfrentamientos y de muerte, y dirijamos nuestros pasos hacia Dios.

Los slogans pintados en las paredes, algunas declaraciones en los medios de comunicación social y diversas acciones de hecho nos mostrarían que, a pesar de la calma aparente, el recurso a la violencia y a la fuerza es, para algunos, el camino más común de solucionar los problemas.

Reconciliación

La conversión pide, en primer lugar, la reconciliación con Dios. Cada uno de nosotros debe hacerse consciente de que por sus faltas de pensamiento, palabra, obra y omisión traiciona el plan de Dios en su creación y en su obra redentora. De un mundo que Dios “vio que era bueno” (cfr. Gén 1) y que debía convertirse en hogar acogedor para todos los hombres, hemos hecho un desierto en el que hay espléndidos oasis para unos pocos, mientras los más sufren marginación, pobreza, rabia y desesperación.

Tampoco puede haber verdadera conversión si no hay reconciliación con el hermano. Así como Dios nos perdona, hemos de saber perdonar.

Ahora bien, el perdón supone buscar la justicia y hacer penitencia. Por eso, en la práctica de la Iglesia, siempre ha sido obligatorio reparar los daños causados. La reconciliación y el perdón deben ser activos para eliminar el pecado y sus causas.

Coherencia de vida

En consonancia con la propuesta de conversión del Evangelio, la ancestral sabiduría andina nos sugiere tres pistas: “no robar, no mentir y no ser flojo”. Convertirnos a nivel personal y social en estos tres aspectos permitiría superar algunas de las causas más importantes que nos han llevado a la grave situación en que nos encontramos. Ya San Pablo nos decía: el que robaba, no robe; el que mentía, no mienta; el que no trabajaba, trabaje; el que acumulaba para sí, comparta; el que desviaba la justicia en su provecho, se atenga a lo que es justo; el que se marginaba del trabajo por el bien común, se comprometa (cfr. Ef. 4,25-29).

Este llamado a la conversión que es para todos, también es para nosotros, pastores enviados por Jesús para anunciar la buena noticia: conviértanse, acérquense más a su pueblo, escúchenlo, háblenle al corazón, comprendan y háganse comprender.

La Virgen María que cantó “su misericordia llega a sus fieles de generación en generación, su brazo interviene con fuerza, desbarata los planes de los prepotentes, derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1, 50-53) sea nuestra intercesora ante el Padre.

Cochabamba, 19 de noviembre de 2003.

CONFERENCIA EPISCOPAL BOLIVIANA