Depresión y crisis religiosa

Por Mariano Galve, psicólogo

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CIUDAD DEL VATICANO, 23 noviembre 2003 (ZENIT.org).- Publicamos la síntesis de la intervención pronunciada por el psicólogo Mariano Galve, de Zaragoza (España), en la XVIII Conferencia Internacional sobre «La depresión», convocada por el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud del 13 al 14 de noviembre. Este resumen ha sido realizado por el autor y distribuido por la organización del Congreso.

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Partiré de una premisa: Si vamos al fondo de nuestro interior, a nuestro inconsciente, nos encontraremos con la existencia de un fuerte vínculo entre depresión y crisis espiritual.

Admitiendo esta conexión, he visto necesario analizar en profundidad tanto la depresión como la espiritualidad. Para ello, he usado el lenguaje clásico y los instrumentos de la psicología analítica kleiniana y de la psicología existencial de Winnicott.

Aunque he respetado todos los enfoques médicos he priorizado dos de sus causas: la pérdida de «objetos significativos» y el «predominio de la agresividad sobre la bondad y el amor».

He aplicado la primera causa –las pérdidas– a la vivencia religiosa y, en la misma línea, busqué una palabra más convergente iluminadora que denominé «separatividad». Sobre ella establecí una afirmación: «El mal radical, frente de las dolencias depresivas, es de nuestra vivencia –errónea– de que estamos separados de Dios, de nosotros mismos y de los demás».

A continuación, sobre esta pérdida significativa, articulé la segunda causa de la depresión, y afirmé: «El sentimiento del daño causado por la separatividad tiene por efecto aumentar la voracidad, la compulsión y los impulsos destructivos».

En lenguaje más religioso, aunque respetando siempre la estructura de la psicología analítica y existencial, propuse un recorrido de curación: La transgresión fragua la culpabilidad y ésta el perdón y la reparación (Winnicott). Asimismo, esta última da origen a la aceptación de uno mismo, la solicitud por los demás, la bondad y la sensatez (Winnicott, de nuevo), que a su vez ocasiona el amor a Dios (el Evangelio).

A la hora de la terapia, en un esfuerzo de establecer una sinergia entre los dinamismos psicológicos y espirituales, me apoyé en los mismos elementos. Tomé como hilo conductor la actividad reparadora y la conecté con una actividad religiosa fundamental, la reconciliación. «Entre religión y psicoterapia el llamado «ejercicio de duelo» tiene en común que, además de la carencia, implica unas elaboraciones, que son plenitudes arrancadas al vacío, imágenes de la resurrección. Por eso, volver a recuperar el sentido de la propia vida, es el
punto crucial y primordial de la terapia».

Terminé mi exposición afirmando que la «salud» implica recobrar la autorización para amar y amarnos. Y, ante el riesgo de una sociedad depresiva y sin sentido, sugerí poner en común todos y cada uno de los gramos de bondad autorizadora que exista en Dios, el mundo, comunidades, medicina, personas y cosas que den «sentido» a nuestra vida.

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ZENIT Staff

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