CIUDAD DEL VATICANO, 26 noviembre 2003 (ZENIT.org).- Quienes viven en situaciones de dolor profundo pueden perder de vista el sentido de la existencia, por ello «es importante que a su lado haya alguien que como el buen samaritano los ayude y acompañe», pide Juan Pablo II en un mensaje a la Asociación Religiosa de Institutos Socio-sanitarios (ARIS).
ARIS reúne las obras de la Iglesia comprometidas en Italia en el campo de la salud: 300 estructuras hospitalarias, instituciones de recuperación o rehabilitación, casas de socorro, residencias asistenciales y centros de investigación.
En el texto –difundido este miércoles– con ocasión del 40º aniversario de la fundación de la asociación, el Papa propone el ejemplo de personas como la beata Madre Teresa, que «testimonian de forma sencilla y concreta la caridad y la compasión del Señor por los marginados, los que sufren, los enfermos y los moribundos».
«Mientras alivian las heridas de sus cuerpos –observa–, les ayudan a encontrar a Cristo que, venciendo a la muerte, reveló el valor pleno de la vida en todas sus fases y condiciones».
«¡No dejéis nunca, queridísimos hermanos y hermanas, de anunciar el Evangelio del sufrimiento! Testimoniad con vuestro servicio el poder redentor del Amor divino», exhorta Juan Pablo II.
Y añade: «Podemos reconocer, especialmente en los enfermos y los que sufren, el rostro doliente de Cristo, que en la cruz nos desveló el amor misericordioso del Padre; amor redentor, que ha sanado definitivamente a la humanidad herida por el pecado».
«Haced que el apostolado de la misericordia, al que os dedicáis, se convierta en auténtica diaconía de la caridad que, en el tiempo y en el espacio, haga visible y casi tangible la ternura del corazón de Dios», propone el Santo Padre.
Invitando a los miembros de ARIS a «proseguir sirviendo a los enfermos con competencia y dedicación», el Papa manifiesta su aprecio por la obra de la asociación en muchos países y «especialmente en los territorios de misión».
«Ayudáis a esas Iglesias jóvenes a administrar estructuras de acogida para los enfermos y los que sufren y a formar trabajadores sanitarios y pastorales. Es un bien que esa provechosa colaboración entre las comunidades eclesiales del Norte y del Sur del mundo se intensifique cada vez más», concluye.