CIUDAD DEL VATICANO, martes, 6 enero 2004 (ZENIT.org).- De acuerdo con el censo llevado a cabo por la Congregación vaticana para la Educación Católica, dos de cada tres universidades católicas están situadas en el Tercer Mundo, prueba de que la Iglesia apunta a la educación como clave para el desarrollo.
Concretamente, de las 1.358 universidades católicas del mundo –dirigidas por religiosos o laicos–, 802 están en países en vías de desarrollo, y además un importante porcentaje de éstas desenvuelven su actividad en realidades no cristianas, especialmente en Asia: 291 en la India, 48 en Indonesia, 8 en Corea y 3 en Pakistán, por citar algunos ejemplos.
Y es que «la presencia de las universidades católicas está en la línea de la evangelización. No sólo llevan el Evangelio al campo de las profesiones, a la sociedad; a veces, las escuelas son también la única presencia oficial de la Iglesia», reconoció el domingo pasado a Avvenire el subsecretario del dicasterio, monseñor Vincenzo Zani.
Como ejemplo cita los casos de Marruecos y Túnez, «donde la actividad religiosa no está permitida» y «la escuela católica es muy apreciada por la formación que garantiza, por el servicio a la sociedad».
La evangelización favorece el desarrollo en diferentes formas, admite monseñor Zani: «Ante todo, en nuestras universidades existe una promoción cultural, de la ciencia y de la técnica capaz de conjugar la disponibilidad de instrumentos tecnológicamente avanzados con una aproximación original a la ciencia, con una concepción clara del hombre».
«Basta pensar en el papel que puede desempeñar una facultad nuestra de ciencias antropológicas y sociales en un país donde se violan los derechos humanos –observa–. Ciertamente los procesos de formación y por lo tanto la incidencia en la sociedad son largos, pero ésta es la única vía posible».
Además «las propias universidades son lugares de desarrollo social y económico, capaces de crear mecanismos para poner en marcha el “auto-desarrollo”», como ocurre con la Facultad Agraria de Entebbe (Uganda), constata.
«En el corazón de la selva, esta presencia está cambiando el rostro del territorio: se enseñan y se experimentan con los estudiantes métodos de agricultura más racionales, por ejemplo para el café», y la universidad «se ha convertido en el punto de referencia para toda la población, que acude, aprende, intercambia informaciones», subraya monseñor Zani.
Pero las universidades católicas son también lugares «donde se aprende concretamente un modo más humano de relacionarse, donde se encuentra acogida, seriedad, respeto de la identidad, espacios para la religiosidad», aspectos «importantes considerando nuestra gran presencia en realidades no cristianas y de subdesarrollo», apunta.
La cooperación se presenta como otro rasgo específico entre las universidades católicas del mundo: «no queremos crear islas felices, sino unir el arraigo en las diversas realidades locales con la apertura internacional», afirma monseñor Zani.
«Esta solidaridad permite, entre otras cosas, que también los países pobres tengan instrumentos formativos de vanguardia, con posibilidad de intercambio para estudiantes y profesores», recalca.
De hecho, «es una solidaridad que funciona incluso en un mismo país, como ocurrió en Argentina a causa del reciente desplome económico: las 24 universidades católicas del país se han sostenido unas a otras y así han podido superar la emergencia, garantizando la regularidad de los cursos», concluye monseñor Zani.