CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 1 febrero 2004 (ZENIT.org).- Unos diez mil jóvenes participaron este sábado en una fiesta de la paz en la que, además de Juan Pablo II, participaron testigos del cristianismo de inicios del tercer milenio para subrayar que la paz es fruto de la justicia y de la reconciliación.
En el encuentro, organizado por el Servicio Misionero Juvenil (SERMIG) para celebrar sus cuarenta años de vida, se escucharon testimonios, cantos festivos, y una obra musical sobre los dramas y esperanzas del mundo.
El SERMIG, fundado por el laico Ernesto Olivero, en estas cuatro décadas ha realizado 1.700 proyectos de desarrollo a favor de 125 países del mundo. En particular, ha promovido misiones humanitarias en países en guerra, como Irak, Afganistán, territorios palestinos, etc.; así como proyectos de acogida para niños en Brasil, Rumanía, Tanzania y Bangladesh.
La fiesta, que tenía por lema «La paz vencerá si dialogamos», comenzó con una breve declaración de Chiara Lubich, fundadora y presidente del Movimiento de los Focolares, quien ha ilustró las diferentes tipologías del diálogo: entre los católicos de la misma Iglesia, entre los cristianos de diferentes confesiones, entre los fieles de diferentes religiones, y entre creyentes y quienes no tienen referencias religiosas.
«Si bien muchos pisotean la sagrada realidad de la paz en el mundo de hoy –afirmó Chiara Lubich–, comencemos viviendo estos cuatro diálogos, que abrazan a todo hombre y mujer de nuestro planeta. Sintamos cómo arde en el corazón esta gran pasión por la paz y comuniquémosla».
En el encuentro, también participó el cardenal Anelo Sodano, secretario de Estado, quien recordó que «el Evangelio de Cristo es Evangelio de paz. Es necesario, por tanto, contribuir a crear esa civilización del amor que exige la contribución de cada cristiano».
«Es verdad que no basta proclamar la paz con las palabras –subrayó el brazo derecho del Papa en la guía de la Santa Sede–, es necesario también realizar obras de paz en la familia, en la escuela, en el trabajo, en la sociedad civil».
«Algunos, además –aclaró el purpurado italiano– tienen la posibilidad de trabajar por la paz en el campo internacional. En concreto, cada uno de nosotros, más que ser un «pacifista», debe ser un pacificador».
Al tomar la palabra Ernesto Olivero, añadió: «Nosotros tenemos que hacer la paz ante todo en nuestro corazón, en nuestra mente, en nuestra familia».
«No podemos permitirnos consumir lo que consumimos en un mundo en el que hay unos treinta o cuarenta mil muertos de hambre al día. Cada uno de nosotros tiene que ser «artesano de la paz», exhortó.
«Tenemos que comprender que tenemos posibilidades inmensas. Para quien cree en Jesús, Jesús le dice que podemos hacer cosas más grandes que él. Y si lo ha dicho es posible. Diez mil jóvenes que entran en esta dimensión pueden cambiar el mundo».
El encuentro de más de dos horas concluyó con la entrada del Papa, quien dirigió a los muchachos un discurso sobre el diálogo como instrumento necesario para la paz, en el que recogió algunas de sus propuestas para la Jornada Mundial de la Paz del 1 de enero pasado.