CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 6 febrero 2004 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha pedido que ante los delitos de sacerdotes la Iglesia aplique con rigor la ley canónica, en defensa del Pueblo de Dios, pero recuerda que la mejor garantía de futuro es una formación «justa y equilibrada» de los presbíteros.
La clave está, en que los sacerdotes vivan «con alegría y generosidad ese estilo de vida humilde, modesto y casto, que es el fundamento práctico del celibato eclesiástico», reconoció.
Fue esta una de las consignas centrales que dejó este viernes el Papa a los participantes en la asamblea plenaria bianual que ha concluido la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe.
En su discurso, el Santo Padre reconoció con pena ante todo que en los dos últimos años ha aumentado «el número de los casos disciplinares» que ha tenido que adoptar esta Congregación ante los «delitos contra las costumbres» atribuidos a sacerdotes.
En el «motu propio» Sacramentorum Sanctitatis Tutela, del 30 de abril de 2001, Juan Pablo II estableció ciertos delitos de clérigos reservados al juicio de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Se trata, en concreto, de delitos contra la fe (por ejemplo, la apostasía o la herejía), contra los sacramentos (actos sacrílegos, etc.) y contra las costumbres (en particular, la pederastia).
«Las normas canónicas que vuestro dicasterio está llamado aplicar con justicia y equidad tienden a garantizar tanto el ejercicio del derecho de defensa del acusado como las exigencias del bien común», recordó.
«Una vez comprobado el delito –pidió–, es necesario de todos modos evaluar bien tanto el principio de la proporcionalidad entre la culpa y la pena, como la exigencia predominante de tutelar al Pueblo de Dios».
Ahora bien, el problema de los escándalos de sacerdotes, advirtió el Papa, no se resuelve sólo con «la aplicación del derecho penal canónico».
«Su mejor garantía está en la formación justa y equilibrada de los futuros sacerdotes llamados explícitamente a abrazar con alegría y generosidad aquel estilo de vida humilde, modesto y casto, que es el fundamento práctico del celibato eclesiástico», aseguró.
Por este motivo pidió a todos los organismos de la Santa Sede encargados de la formación de los seminaristas y del clero «que se adopten las medidas necesarias para asegurar que los presbíteros vivan conforme a su llamada y a su compromiso de perfecta y perpetua castidad por el Reino de Dios».