CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 22 febrero 2004 (ZENIT.org).- El futuro de la transmisión de la fe y, en definitiva, de la Iglesia depende de la catequesis, considera Juan Pablo II.
La catequesis se convirtió precisamente en el tema central del discurso que este viernes dirigió a los obispos de la provincia eclesiástica de París, con quienes se encontró al concluir su visita «ad limina apostolorum» a Roma.
El pontífice comenzó su discurso constatando el proceso de secularización que ha vivido la sociedad francesa, que lleva a constatar que «con frecuencia es casi necesario por doquier un primer anuncio del Evangelio».
A este fenómeno, añadió, se le contraponen sin embargo signos de esperanza, como el de los numerosos jóvenes y adultos que piden el bautismo.
«¡Que los llamamientos de los hombres que quieren «ver a Jesús» y que tocan a la puerta de la Iglesia os ayuden a suscitar una nueva primavera de la evangelización y de la catequesis!», pidió el Papa a los obispos galos.
Los catequistas deben saber que de su labor «está en juego el futuro de la transmisión de la fe y su puesta en obra. La visibilidad de la Iglesia del mañana depende también de ello en gran parte».
En su discurso, pronunciado tras haber escuchado el saludo que le dirigió en nombre de los presentes el cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo de París, el Santo Padre ofreció a continuación pautas fundamentales para que la catequesis pueda convertirse en un auténtico descubrimiento de Cristo.
Refiriéndose a la catequesis de niños y jóvenes, afirmó, «es importante ofrecerles una educación religiosa y moral de calidad, que ofrezca los elementos claros y sólidos de la fe, que llevan a una vida espiritual intensa –pues el niño también es «capax Dei» [capaz de Dios, n.d.r.] como decían los Padres de la Iglesia–, a una vida sacramental y a una vida humana digna y bella».
«Para que pueda convertirse en un núcleo sólido de la existencia, la formación catequística debe estar acompañada por una práctica religiosa regular –constató–. ¿Cómo puede arraigarse la proposición que se hace a los niños y cómo podría Cristo transformar desde el interior su ser y su actuar, si no se encuentran con Él regularmente?».
Una vida espiritual coherente tiene «una incidencia positiva para las relaciones sociales y para la vida de las personas», motivo por el cual el Papa pidió a las autoridades que, «en el respeto de la legislación en vigor», dejen espacio a la catequesis y a la vida personal religiosa y comunitaria de los fieles».
Para que la catequesis alcance estos objetivos, consideró por último, es necesario formar a los padres de familia y a los catequistas.
«La vida cristiana no puede basarse en una mera actitud sociológica, ni en el conocimiento de algunos rudimentos del mensaje cristiano, que no llevarían a una participación en la vida de la Iglesia –advirtió–. Sería el signo de que la fe se queda como algo totalmente exterior a las personas».
«Los jóvenes son particularmente sensibles a la coherencia entre la palabra de las personas y su existencia concreta», recordó.
«¿Cómo pueden tomar conciencia los jóvenes de la necesidad de la participación en la eucaristía dominical o de la práctica del sacramento de la penitencia si sus padres o sus educadores no viven una vida religiosa y eclesial así?», se preguntó de nuevo el Papa.
«El testimonio diario constituye el sello de autenticidad de la enseñanza que se ofrece», concluyó.