La familia no es una invención; forma parte del designio divino; aclara el Papa

«No es un simple producto de las circunstancias históricas», aclara

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 26 febrero 2004 (ZENIT.org).- En momentos en los que se propone la creación de nuevos modelos de «familia», Juan Pablo II recordó este jueves que la unión matrimonial entre un hombre y una mujer forma parte del designio mismo de Dios.

«El matrimonio y la familia no pueden ser considerados como un simple producto de las circunstancias históricas, o una superestructura impuesta desde el exterior al amor humano», advirtió el Papa al encontrarse con los párrocos de su diócesis, Roma.

«Al contrario, éstos [la familia y el matrimonio] son una exigencia interior de este amor, para que pueda realizarse en su verdad y en su plenitud de recíproca entrega», añadió en el discurso que preparó para el encuentro, aunque después prefirió pronunciar palabras espontáneas.

«Incluso las características de la unión conyugal, que hoy con frecuencia son desconocidas o rechazadas, como su unidad, su indisolubilidad y su apertura a la vida, son por el contrario necesarias para que el pacto de amor sea auténtico», explicó el Santo Padre.

«Precisamente de este modo el vínculo que une al hombre y a la mujer se convierte en imagen y símbolo de la alianza entre Dios y su pueblo, que encuentra en Jesucristo su cumplimiento definitivo. Por ello, entre los bautizados, el matrimonio es sacramento, signo eficaz de gracia y de salvación», siguió aclarando.

Según Juan Pablo II para comprender a la familia y ayudarla es necesario remontarse a su «manantial», es decir, «a Dios, que es amor y que vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor».

«Al crear por amor a la humanidad a su imagen, Dios ha inscrito en el hombre y en la mujer la vocación, y por tanto, la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión», explicó.

«Esta vocación puede realizarse de dos maneras específicas: el matrimonio y la virginidad –subrayaba–. Ambos son, por tanto, cada uno de su forma propia, una concretización de la verdad más profunda del hombre, de su ser imagen de Dios».

«No ha cambiado el designio de Dios, que ha escrito en el hombre y en la mujer la vocación al amor y a la familia –insistió más adelante en su discurso–. Hoy no es menos intensa la acción del Espíritu Santo, don de Cristo, muerto y resucitado».

«Y ningún error –concluyó–, ningún pecado, ninguna ideología, ningún engaño humano pueden suprimir la estructura profunda de nuestro ser, que tiene necesidad de ser amado y que a su vez es capaz de amar auténticamente».

Aunque el Papa no leyó estas palabras, pidió a los sacerdotes que las leyeran cuando en la tarde o al día siguiente fueran publicadas en «L’Osservatore Romano», el diario de la Santa Sede.

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ZENIT Staff

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