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1. «Queremos ver a Jesús» (Juan 12, 21). Es la petición que unos «griegos», llegados a Jerusalén con motivo de la Pascua, dirigen a Felipe. ¡El Maestro, al constatar este deseo, comprende que ha llegado su «hora»! ¡La «hora» de la cruz, de la obediencia al Padre, siguiendo el destino del grano de trigo que, caído en tierra, muere para dar mucho fruto!
¡Para Jesús ha llegado también la «hora» de la gloria! La «hora» de la pasión, muerte y resurrección y ascensión al cielo. La «hora» en la que ofrecerá su vida para retomarla después y darla a todos.
La «hora» en la que, en la cruz, vencerá al pecado y a la muerte en beneficio de toda la humanidad. Nosotros también estamos llamados a vivir esa «hora» para ser «honrados» con Él por el Padre.
Queridos jóvenes de Roma y de la región del Lacio, estoy muy contento de encontrarme con vosotros. Saludo al cardenal vicario, a los demás obispos aquí presentes, a quien en nombre de todos vosotros me ha dirigido unas palabras, ofreciendo su propio testimonio. Saludo a los diferentes artistas que han participado en este encuentro y a todos vosotros, queridos amigos, presentes en la Plaza o que nos seguís por televisión.
2. ¡Hace veinte años, al concluir el Año Santo de la Redención, confié a los jóvenes la Cruz, el madero sobre el que Cristo fue elevado de la tierra y en el que vivió la «hora» por la que había venido al mundo! Desde entonces, esta Cruz, al peregrinar de una Jornada de la Juventud a otra, está caminando por el mundo llevada a cuestas por los jóvenes y anuncia el amor misericordioso de Dios que sale al encuentro a cada una de sus criaturas para restituirle la dignidad perdida a causa del pecado.
Gracias a vosotros, queridos amigos, millones de jóvenes, al ver esa Cruz, han cambiado su existencia, comprometiéndose a vivir como auténticos cristianos.
3. Queridos jóvenes: ¡permaneced unidos a la Cruz! No perdáis de vista la gloria que también os espera a vosotros. ¡Cuántas heridas experimentan vuestros corazones, causadas con frecuencia por el mundo de los adultos! ¡Al volver a confiaros espiritualmente la Cruz, os invito a creer que muchos confiamos en vosotros, que Cristo confía en vosotros y que sólo en Él se encuentra la salvación que buscáis!
Cuánta necesidad hay hoy de replantearse la manera de acercarse a los jóvenes para anunciarles el Evangelio. Tenemos que replantearnos la manera de evangelizar al mundo juvenil, pero con la certeza de que también hoy Cristo desea que le vean, que también hoy quiere mostrar su rostro a todos.
4. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de emprender nuevos caminos de entrega total al Señor y de misión; ¡sugerid vosotros mismos la manera en que hay que llevar hoy la Cruz al mundo!
En este sentido, quiero expresar mi satisfacción por la preparación, que está teniendo lugar en la Diócesis de Roma, de una Misión de los jóvenes a los jóvenes, en el centro histórico, del 1 al 10 de octubre próximo, con el significativo título: «¡Jesús en el centro!». Me complace también la iniciativa del Consejo Pontificio para los Laicos de organizar en estos días el Foro Internacional de los Jóvenes. Os saludo, queridos participantes en el Foro, y os aliento a comprometeros generosamente en la realización del proyecto de una presencia cristiana cada vez más eficaz en el mundo de la Universidad.
¡Alimentados por la Eucaristía, unidos a la Iglesia, aceptando las propias cruces, hacéis estallar en el mundo vuestra carga de fe, y anunciáis a todos la misericordia divina!
5. En este camino, no tengáis miedo de entregaros a Cristo. Ciertamente amáis al mundo, y hacéis bien, porque el mundo está hecho para el hombre. Sin embargo, al llegar a un cierto momento de la vida, es necesario tomar una opción radical. Sin renunciar a nada de los que es expresión de la belleza de Dios y de los talentos de Él recibidos, hay que saber ponerse de parte de Cristo para testimoniar ante todos el amor de Dios.
En este sentido, me complace recordar la atracción espiritual que ha ejercido en la historia de mi vocación la figura del santo fraile Alberto, Adam Chmielowski –así se llamaba–, que no era sacerdote. Fray Alberto era un pintor de gran talento y cultura. Pues bien, en un cierto momento de su vida rompió con el arte, porque comprendió que Dios le llamaba a tareas mucho más importantes. Se fue a Cracovia para hacerse pobre entre los pobres, entregándose a sí mismo para servir a los necesitados.
En él encontré un particular apoyo espiritual y un ejemplo en mi alejamiento de la literatura y del teatro por la opción radical de la vocación al sacerdocio. Más tarde, una de mis alegrías más grandes fue la de elevarle al honor de los altares, al igual que la de dedicarle precedentemente una obra dramática «Hermano de nuestro Dios».
¡Seguir a Cristo, no significa reprimir los dones que Él nos ofrece, sino escoger una vida de entrega radical a Él! Si Él nos llama, ¡este «sí» se hace necesario! No tengáis miedo de entregaros a Él. Jesús sabe cómo tenéis que llevar hoy su Cruz al mundo para salir al encuentro de las expectativas de otros muchos corazones jóvenes.
6. Cómo han cambiado los jóvenes de hoy con respecto a los de hace veinte años. ¡Cómo ha cambiado el contexto cultural y social en el que vivimos! Pero Cristo no, ¡Él no ha cambiado! Él es el Redentor del hombre ayer, hoy y siempre!
¡Poned, por tanto, vuestros talentos al servicio de la nueva evangelización para volver a crear un tejido de vida cristiana!
¡El Papa está con vosotros! ¡Creed en Jesús, contemplad el Rostro del Señor crucificado y resucitado! Ese rostro que tantos quieren ver, pero que con frecuencia queda ofuscado por nuestra falta de pasión por el Evangelio y por nuestro pecado.
¡Jesús amado, Jesús buscado, revélanos tu rostro de luz y de perdón! ¡Míranos, renuévanos, envíanos!
Demasiados jóvenes te esperan y, no te ven, no serán capaces de vivir su vocación, no serán capaces de vivir la vida por ti y contigo para renovar al mundo poniéndose bajo tu mirada, orientada al Padre y al mismo tiempo a nuestra pobre humanidad.
7. Queridos amigos, con una nueva creatividad, sugerida por el Espíritu Santo en la oración, seguid llevando juntos la Cruz que os confié hace ya veinte años.
Los jóvenes de entonces han cambiado, como también he cambiado yo, pero vuestro corazón, al igual que el mío, sigue sediento de verdad, de felicidad, de eternidad y, por tanto, ¡es siempre joven!
¡En esta tarde, vuelvo a poner de nuevo mi confianza en vosotros, esperanza de la Iglesia y de la sociedad! ¡No tengáis miedo! ¡Llevad por doquier, a tiempo y a destiempo (Cf. 2 Timoteo 4, 2), la potencia de la Cruz para que todos, también gracias a vosotros, puedan seguir viendo y creyendo en el Redentor del hombre! Amén.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]