CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 30 abril 2004 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha elegido el mes de mayo para orar para que el vínculo conyugal entre un hombre y una mujer sea reconocido como célula fundamental de la sociedad.
Todos los meses, el Papa escoge dos intenciones, una general y otra específicamente misionera, para ofrecer sus oraciones y sacrificios junto a miles de fieles, religiosos, religiosas, sacerdotes y obispos de la Iglesia universal.
La intención general de mayo del Apostolado de la Oración dice: «Para que la familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, sea reconocida como célula fundamental de la sociedad humana».
Y es que no se puede olvidar «que el matrimonio ha sido querido e instituido por Dios mismo en el momento de la creación del hombre y de la mujer», dice el comentario difundido para la ocasión por el Consejo Pontificio para la Familia .
Según relata el libro del Génesis, Dios creó al hombre y a la mujer en su complementariedad y les dijo: «Creced y multiplicaos», «para que con el don recíproco de sí mismos realizaran esta comunión de personas que está en el origen de la familia», prosigue.
En este contexto, el matrimonio es «un pacto, una alianza que un hombre y una mujer cierran ante Dios para toda la vida», de forma que no se trata de «una convención social ni un azar histórico, variable a discreción», sino de una «verdad natural» que «Dios creador ha inscrito en la existencia misma del hombre y de la mujer», recalca el comentario del dicasterio.
«Es de esta comunión de personas, profunda e indisoluble, la unión conyugal, de donde deriva la vida: la vida nace del amor», subraya.
El Santo Padre, en su «Carta a las Familias» (2 de febrero de 1994) afirmó que «la paternidad y maternidad humanas, aun siendo biológicamente parecidas a las de otros seres de la naturaleza, tienen en sí mismas, de manera esencial y exclusiva, una “semejanza” con Dios, sobre la que se funda la familia, entendida como comunidad de vida humana, como comunidad de personas unidas en el amor».
Frente a ello, las familias cristianas están llamadas a proclamar el Evangelio de la Familia y de la Vida «en los pequeños detalles de todos los días, en la afectuosa atención del uno y de la otra, en la acogida y educación de los hijos», ofreciendo «un ejemplo vital y afirmándose como las células fundamentales de la sociedad humana», se lee en el comentario.
«Células vivas donde los niños sean formados en los verdaderos valores del amor, solidaridad, paz y búsqueda del bien común, para convertirse un día en constructores de una sociedad renovada por completo», concluye el Consejo Pontificio para la Familia.