Encuentro entre fe y arte en la catedral de Madrid

Por Kiko Argüello, artista, iniciador del Camino Neocatecumenal

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MADRID, sábado, 1 mayo 2004 (ZENIT.org).- Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal, explica con estas palabras las pinturas murales y las vidrieras que desde el 28 de abril decoran el ábside del altar mayor de la catedral de Santa María la Real de la Almudena, de Madrid. Han sido realizadas por un equipo de artistas dirigido por el mismo Kiko Argüello.

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En el presbiterio de la Catedral de Nuestra Señora de la Almudena de Madrid están representados siete de los misterios más importantes de nuestra salvación: el Bautismo de Jesús, la Transfiguración, la Muerte, la Resurrección, la Ascensión al cielo y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Al centro de la composición, presidiendo toda la catedral, la imagen de Jesús Pantocrátor, en su Segunda Venida, cuando vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos.

Las pinturas murales en su conjunto forman así una «corona mistérica», dado que representan aquellos misterios que desde lo alto de cada paño del presbiterio poligonal anuncian lo que se celebra y se realiza en el altar: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Ven señor Jesús», decimos en cada Eucaristía después de la consagración.

Sobre las pinturas, como joyas que embellecen y adornan dicha «corona» hay dispuestas siete vidrieras dedicadas a la Palabra o Verbo de Dios, con su nombre en diferentes lenguas: latín, griego, hebraico, siríaco, cirílico y español. Al centro de todas ellas, el nombre que resume a la Iglesia, el nombre de «María».

Bajo la imagen del Pantocrátor, situada en la capilla axial del ábside, ilumina toda la nave central otra vidriera. En ella está representado Cristo resucitando de la muerte con la bandera de la victoria en la mano izquierda y con la mano derecha levantada mostrando sus llagas gloriosas. A los pies de Cristo aparece la tumba vacía con las vendas y el sudario y en la parte más baja, a la izquierda, el esbozo de un soldado con su escudo y su espada caídos por tierra como símbolo del triunfo de la Vida sobre la guerra y la muerte. Este mismo Cristo resucitado como nuevo Adán llamó a la Magdalena, en el jardín del sepulcro, con el nombre de «María»; es el nombre de la madre de Jesús. A ella está dedicada la Catedral de Madrid y su nombre desde lo alto del presbiterio protegerá a todos y cuantos entren en ella.

Así, las vidrieras, llenas de colores vivos radiantes y armónicos, en estructuras abstractas que recuerdan al pintor Mondrian, envuelven, adornan y embellecen los diferentes nombres descritos.
En cuanto a la técnica empleada, las pinturas están realizadas sobre muro preparado con estuco romano, utilizando distintos pigmentos minerales aglutinados con aceite de lino y diluidos con esencia de trementina. Los óxidos así diluidos penetran en el estuco haciéndose un cuerpo con el. En la medida que la cal y la marmolina van recibiendo el color y este va penetrando en el estuco, la pintura mural adopta una textura mate y aterciopelada de gran duración y efecto cromático. Los fondos están hechos con pan de oro.

Por su parte, las vidrieras, realizadas en la isla de Murano (Venecia), están hechas sin plomos, con una nueva técnica donde los cristales soplados van engarzados en aluminio negro. La figura del Cristo resucitado ha sido grabada sobre cristal placado a fuego con ácido fluorhídrico.
Modernidad y tradición; nueva estética y representación no sentimental, sino teológica de nuestra fe. La composición y los contenidos estructurales de la iconografía representada siguen la más antigua tradición, sea de la Iglesia de Oriente como de Occidente; aquella anterior al siglo XV, en un momento en el que las Iglesias aún no estaban separadas ni por la fe, ni por la teología, ni por la estética.

Sólo la belleza que es Cristo salva el mundo. Dicha belleza se hace presente en la Iglesia que es su cuerpo, sobre todo a través de la comunidad cristiana.

«¡Mirad como se aman!». Gritó el mundo pagano al ver las comunidades cristianas primitivas, en las que la belleza del amor crucificado fue la luz que convirtió al imperio romano. Hoy hemos de devolver a la Iglesia esta belleza, y para ello es necesario volver a evangelizar en las parroquias a través de un camino de iniciación cristiana.

En el libro abierto que sostiene el Pantocrátor situado en el centro del ábside de la catedral está escrito: «Amad a vuestros enemigos. ¡Vengo pronto!».

La representación de la fe cristiana en el arte, tiene siempre que ser un reflejo del alma, un anuncio celeste. En estas pinturas, el fondo de oro y la perspectiva invertida que coloca el punto de fuga no en el interior de la pintura, como en el Renacimiento, sino fuera de ella, en el espectador, como es propio de la iconografía Oriental, hacen de estas imágenes, un anuncio kerigmático, una buena noticia que se actualiza en el momento en el cual se contempla, de modo análogo a como actúan los sacramentos, que hacen presente el acto salvífico de Cristo proponiéndolo como salvación en el hoy y en el ahora.

En estas pinturas hemos seguido el Canon ortodoxo de los grandes misterios cristianos, ya sea en la composición como en los colores. Siguiendo, sobre todo, siguiendo las huellas del gran Rublev, hemos buscado una expresión moderna incorporando los descubrimientos del arte occidental contemporáneo, desde el impresionismo en adelante: Matisse, Braque, Picasso, etc., en el intento también de abrir un puente a través del arte entre las Iglesias Católica y Ortodoxa.

Valientes para buscar caminos y andaduras de amor a Dios y al hombre, sin miedos, en la esperanza de que Él está con nosotros «hasta el fin del mundo», caminamos.

[Artículo distribuido por la archidiócesis de Madrid]

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ZENIT Staff

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