CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 2 mayo 2004 (ZENIT.org).- Un día después de la entrada de diez nuevos países a la Unión Europea, Juan Pablo II lanzó un sentido llamamiento para que la integración política del viejo continente no sólo se base sobre la economía y la política, sino también en los valores comunes fraguados por el cristianismo.
El pontífice vivió este 1 de mayo un día esperado, cuando Polonia, Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, y República Checa, pasaban a entrar en la Unión Europea, una meta que hace veinticinco años, cuando fue elegido Papa Karol Wojtyla, parecía fuera de todas las posibilidades.
Pero para el pontífice esta «importante etapa de la historia» esconde también preocupaciones, como él mismo confesó a mediodía al rezar la oración mariana del «Regina Caeli» con unos veinte mil peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.
«La unidad de los pueblos europeos, si quiere ser duradera, no puede ser sólo económica y política», advirtió con voz temblorosa y cansada a causa de la larga celebración eucarística que acababa de presidir para ordenar a 26 nuevos sacerdotes.
Pero a pesar del cansancio, el Papa quiso pronunciar un mensaje más largo de lo habitual para repetir el llamamiento en ese significativo día que pronunció en Santiago de Compostela, en noviembre de 1982: «el alma de Europa sigue estando hoy unida porque hace referencia a valores comunes humanos y cristianos».
«La historia de la formación de las naciones europeas camina al ritmo de la evangelización –constató–. Por tanto, a pesar de las crisis que han marcado la vida del continente hasta nuestros días, su identidad sería incomprensible sin el cristianismo».
«La savia vital del Evangelio puede garantizar a Europa un desarrollo coherente con su identidad, en la libertad y en la solidaridad, en la justicia y en la paz», propuso.
«Sólo una Europa que no elimine, sino que redescubra sus propias raíces cristianas podrá estar a la altura de los grandes desafíos del tercer milenio –consideró–: la paz, el diálogo entre las culturas y las religiones, la salvaguarda de la creación».
Sus palabras concluyeron con un llamamiento a los cristianos de todas las confesiones: «En esta importante empresa, todos los creyentes en Cristo de Occidente y de Oriente de Europa, gracias a su abierta y sincera cooperación ecuménica, están llamados a ofrecer su propia contribución».