MÉXICO, miércoles, 26 mayo 2004 (ZENIT.org).- Contra todas las esperanzas de la Iglesia católica, tanto en México como en Estados Unidos, la llamada «Temporada de la muerte», que va de fines de mayo a octubre, presagia este 2004 uno de los años más mortíferos para los indocumentados mexicanos y centroamericanos que intenten cruzar la frontera.
En varias ocasiones, los obispos de los estados fronterizos (Baja California, Sonora, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas por México; California, Arizona, Nuevo México y Texas por Estados Unidos) han advertido sobre el drama que viven en la frontera entre ambos países los indocumentados que se internan a la Unión Americana por la zona del desierto de Arizona, colindante con el estado mexicano de Sonora.
Las predicciones de la muerte se basan en los datos que tanto la secretaría de Gobernación de México como el comisionado al cargo de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos tienen actualmente sobre los decesos en la «temporada baja» (la que va de octubre a mayo).
Mientras que México posee información que han muerto 61 personas nada más en la frontera entre Sonora y Arizona, la Patrulla Fronteriza reconoce 53.
Ambas cifras de muertos están muy por arriba de las cifras de referencia en años anteriores, por lo que se prevé que la «Temporada de la muerte», que apenas acaba de iniciar, traiga consigo un número superior a los 500 fallecimientos, lo que marcaría un récord macabro en una frontera que comparten –por tres mil 600 kilómetros– mexicanos y estadounidenses y por la cual cruzan, diariamente, un millón de personas.
Los obispos de las dos naciones han pedido una mayor atención a los trabajadores migratorios, para que no se violen sus derechos humanos fundamentales. Argumentan que el hecho de ser ilegal no quiere decir ser delincuente.
Son constantes los malos tratos, el hostigamiento y hasta los tiroteos en contra de trabajadores mexicanos cuyo «delito» es ir a buscar trabajo al otro lado del Río Bravo. Los prelados mexicanos han denunciado una y otra vez la política de intimidación que autoridades y civiles de los estados fronterizos del Norte llevan a cabo sistemáticamente con los jornaleros, hombres, mujeres y niños de México, Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua.
La mortandad de los últimos seis años no tiene precedentes en la historia reciente. Las políticas de cierre fronterizo de ciudades como San Diego, California o El Paso, Texas, han obligado a los «espaldas mojadas» (porque tienen que cruzar el Río Bravo a nado) a internarse a la Unión Americana por el desierto de Arizona.
Según estimaciones de las oficinas de la Iglesia que atienden a los inmigrantes en Estados Unidos y en México, como es el caso de los Misioneros de san Carlos (escalabrinianos) en Tijuana, las muertes de inmigrantes en esta temporada van a aumentar tanto por la política de cierre (que incluye bardas, muros, tecnología militar y patrullaje constante), como por la reciente promesa de amnistía dada a conocer por el actual presidente Bush y que ha atraído a miles de personas a Estados Unidos, con la intención de estar en ese país cuando se produzca la amnistía.
Fuentes estadounidenses calculan entre ocho y doce millones el número de los inmigrantes ilegales que permanecen en ese país.
El noventa por ciento de ellos son de religión católica, por lo que la Iglesia ha puesto énfasis no solamente en la defensa de sus derechos humanos, sino, también, en la atención espiritual, sanitaria, de acogida y de caridad.