CASTEL GANDOLFO, lunes, 13 septiembre 2004 (ZENIT.org).- Juan Pablo II considera que ante el «secularismo desenfrenado» que hoy se constata el anuncio del mensaje liberador de Cristo es un deber que ningún creyente puede ignorar.
El pontífice, tras haberse encontrado personalmente con los obispos de Nueva Zelanda, afrontó la «crisis de sentido» de la sociedad en la que viven al reunirse este martes con todos ellos en grupo al concluir su quinquenal visita a Roma en la residencia pontificia de Castel Gandolfo.
«Nueva Zelanda goza de una orgullosa herencia, impregnada de una rica diversidad cultural, que como otros muchos países sufre hoy los efectos del secularismo desenfrenado», comenzó constatando.
«Esta radical brecha entre el Evangelio y la cultura se manifiesta en la crisis de sentido: la distorsión de la razón por los intereses particulares de grupos y el individualismo exasperado son ejemplos de esta perspectiva de vida que descuida la búsqueda de una meta y sentido últimos para la existencia humana», afirmó.
«Vuestros mismos informes indican claramente la urgente necesidad del mensaje liberador de Cristo en una sociedad que experimenta las consecuencias trágicas del eclipse del sentido de Dios: el alejamiento de la Iglesia; la destrucción de la vida familiar; la facilitación del aborto y la prostitución; una visión equivocada de la vida que busca el placer y el éxito y no la bondad y la sabiduría».
Por ello, consideró, el anuncio del Evangelio es «un deber que ningún creyente puede ignorar».
«Enviados por el mismo Señor a la viña –la casa, la escuela, los lugares de trabajo, las organizaciones cívicas–, los discípulos de Cristo no tienen tiempo para «quedarse en la plaza parados» (Cf. Mateo 20, 3) y no deben quedar tan absorbidos por los aspectos internos de la vida parroquial que descuidan el mandamiento de evangelizar a los demás de manera activa».
«Los seguidores de Jesús deben volver a su «viña» ardiendo en deseos por hablar de Cristo y por mostrarle al mundo», indicó.
En este sentido, el pontífice se dirigió en particular a los obispos que le escuchaban pidiendo que sean «hombres de esperanza, predicando y enseñando con pasión el esplendor de la verdad de Cristo que disipa la oscuridad e ilumina el auténtico camino de la vida».
«Con vuestros corazones y mentes fijos en Cristo, estoy seguro de que guiaréis a otros a pasar de las limitaciones del pensamiento superficial a la apertura radiante del amor de Dios», subrayó.
«De hecho, al contemplar la belleza ignota del destino final de la humanidad –la vida eterna en el cielo– puede explicarse adecuadamente la multitud de alegrías y tristezas diarias, permitiendo que las personas afronten los desafíos con la confianza que nace de la fe y la esperanza».
En particular, el obispo de Roma alentó a los obispos neozelandeses para que sus pronunciamientos «estén claramente de acuerdo con el conjunto de la enseñanza magisterial de la Iglesia», en particular cuando se trata de defender «la santidad y carácter único del matrimonio».
En Nueva Zelanda, país de casi cuatro millones de habitantes, los católicos son el 15% de la población. Los anglicanos constituyen el 24%, los presbiterianos el 18%, los metodistas el 5%, los baptistas el 2%, otras confesiones protestantes el 3%, mientras que el 33% se reconoce en otro credo o en ninguno.