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Oct 27, 2004 00:00
NUEVA YORK, miércoles, 27 octubre 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención del arzobispo Celestino Migliore, observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, pronunciada este martes en Nueva York ante la comisión de la Asamblea General de la ONU que analiza el tema de la «Eliminación de todas las formas de intolerancia religiosa».
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Señor presidente:
La libertad religiosa en todas sus formas ha salido repetidamente en titulares en los últimos meses y en las últimas semanas. Y con razón, pues la libertad religiosa es una condición necesaria para buscar el bien común y la auténtica felicidad. En particular, la libertad religiosa, permite la búsqueda de las «realidades últimas», las que responden a las exigencias más profundas, más interiores y más auténticas del espíritu humano. En este sentido, por tanto, la fe y la libertad religiosa tienen que ser vividas y consideradas como un valor positivo que no debe ser manipulado y visto como una amenaza a la convivencia pacífica y a la tolerancia recíproca; es un valor coherente con las demás libertades y contribuye a sostenerlas.
Los líderes religiosos tienen la particular responsabilidad de rechazar cualquier uso erróneo o comprensión inadecuada de las creencias y de la libertad religiosa. Tienen en sus manos un medio poderoso y duradero para luchar contra el terrorismo y están llamados a crear y difundir una sensibilidad que es religiosa, cultural y social y que nunca se transformará en actos de terror sino que rechazará y condenará esos actos como profanaciones.
<br> Del mismo modo, las autoridades públicas, legisladores, jueces y administradores tienen la grave y evidente responsabilidad de favorecer la convivencia pacífica entre los grupos religiosos y de servirse de su colaboración en la construcción de la sociedad, en vez de ponerles restricciones o de sofocar su identidad, especialmente si se trata de iniciativas de estos grupos a favor de los más pobres de la sociedad.
Podría parecer algo paradójico el decir que en esta era de globalización han surgido también nuevas formas de intolerancia religiosa. Un mayor ejercicio de las libertades individuales puede producir una mayor intolerancia y mayores restricciones jurídicas a la expresión pública de la fe. La actitud de quienes quisiera confinar la expresión religiosa a la mera esfera privada ignora y niega la naturaleza de las auténticas convicciones religiosas. En la mayoría de los casos, pone en tela de juicio el derecho de las comunidades religiosas a participar en el debate público democrático en la manera en que es permitido a las demás fuerzas sociales.
Además, últimamente parece que, cada vez con más frecuencia, la actitud jurídica y legislativa ante la libertad religiosa tiende a vaciarla de su sustancia.
En el espíritu de la Declaración sobre la Eliminación de todas las Formas de Intolerancia y Discriminación basada en la Libertad Religiosa y de Creencias, los marcos jurídicos sobre la libertad religiosa y las regulaciones de las acciones gubernamentales, deberían promover la contribución de los creyentes al bien común de la sociedad y permitirles mantener las apropiadas instituciones caritativas o humanitarias. Apropiadas quiere decir también que se permite a las asociaciones o grupos religiosos trabajar en el campo social, educacional y humanitario, y conservar al mismo tiempo su carácter religioso, actuar en armonía con su misión respectiva sin tener que abandonar cualquier compromiso religioso o valor moral a la hora de construir el bien común. Los intentos de secularizar o interferir en los asuntos internos de las instituciones religiosas socavarían su razón de ser así como el tejido mismo de la sociedad. Por el contrario, acoger la diversidad religiosa, en el ámbito de sus servicios a la vida pública --a excepción obviamente de aquellas circunstancias en las que se dé una amenaza directa para la salud y la seguridad pública-- significa respetar una específica faceta del derecho a la libertad religiosa, enriquecer una auténtica cultura pluralista, y ofrecer un importante y en ocasiones indispensable servicio a los pobres, a los indefensos y a los necesitados.
El reconocimiento de la primacía de la conciencia individual, abierta a la verdad, es fundamental para la dignidad de la persona humana. La Santa Sede sigue sacando fuerzas de esta convicción para defender enérgicamente la libertad de conciencia y de religión, tanto a nivel individual como social. Esta defensa sigue siendo necesaria hoy, dados los episodios de violencia que causan trágicos sufrimientos, la destrucción de lugares religiosos, los maltratos y asesinatos de religiosos, y las persecuciones contra las comunidades de fe.
Muchas gracias, señor presidente.
[Traducción del original inglés realizada por Zenit]