El Papa exige acabar con las minas antipersonales

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En un mensaje dirigido a la Conferencia sobre la prohibición de estas armas letales

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 2 diciembre 2004 (ZENIT.org).- «¡Esto se tiene que acabar!». Con esta expresión tan enérgica Juan Pablo II se ha dirigido a la cumbre contra las minas antipersonales para exigir que todos los países eliminen definitivamente estas armas letales.

El mensaje del Papa fue leído en la Conferencia de examen de la Convención sobre la prohibición de minas antipersonales que se celebra del 29 de noviembre al 3 de diciembre de 2004 en Nairobi por el obispo Giampaolo Crepaldi, secretario del Consejo Pontificio de la Justicia y la Paz y jefe de la Delegación de la Santa Sede en la Conferencia.

La misiva, dirigida al embajador Wolfgang Petritsch, representante de Austria ante la Organización de las Naciones Unidas en Ginebra y presidente de la Conferencia, recuerda que la Santa Sede, fue uno de los primeros en ratificar la Convención de Ottawa, que al igual que esta conferencia tiene por objetivo «la prohibición del empleo, almacenamiento, producción y traslado de minas antipersonales» así como «su destrucción».

El Papa informa que de cara a esta asamblea, «la Santa Sede ha lanzado una campaña de sensibilización entre las Iglesias locales ante el problema de las minas antipersonales, difundiendo información sobre este grave problema, solicitando un compromiso activo en este sentido, y pidiendo oraciones por las víctimas de las minas antipersonales y por el éxito de la Conferencia».

«Es necesario continuar con los esfuerzos, en particular en los campos de la destrucción de los depósitos de municiones, del desminamiento, y de la reintegración socioeconómica de las víctimas de estas armas», exige el obispo de Roma.

«Las minas antipersonales matan y mutilan a muchas víctimas inocentes, y dañan gravemente a la economía de los países en vías de desarrollo, privándoles de numerosas tierras agrícolas minadas, esenciales para la supervivencia de estas naciones», constata y afirma a renglón seguido: «¡Esto se tiene que acabar!».

El Santo Padre propone en su carta que los países ricos ayuden a los países pobres con terrenos minados en los elevados costes que exige el desminamiento.

«Cuando los Estados se unen en un clima de comprensión, de respeto mutuo y de cooperación para oponerse a una cultura de la muerte y edificar en la confianza una cultura de la vida, la causa de la paz avanza en la conciencia de las personas y de toda la humanidad», aclara el mensaje papal.

«Cuando la negociación multilateral y la cooperación internacional llega a adoptar medidas concretas que permitan vivir en seguridad y dignidad a las poblaciones, entre las que se encuentran numerosos niños, la humanidad triunfa», subraya.

El Papa ofrece por último el apoyo de la Iglesia católica a las organizaciones no gubernamentales, en particular a la International Campaign to ban Landmines, para sensibilizar a la opinión pública internacional sobre los «peligros de las minas antipersonales», la «rehabilitación de personas discapacitadas» por su causa, «el apoyo psicológico» que necesitan, la promoción de la «reintegración en la sociedad» y «la educación en la paz».

Al comenzar la Conferencia contra las minas antipersonales Etiopía anunció que ha completado la ratificación de la Convención de Ottawa, que prohíbe el uso y producción de minas antipersonal, y se ha convertido en el estado número 144 que forma parte del tratado.

La Convención, firmada en 1997 y que entró en vigor en 1999, ha supuesto la destrucción de más de treinta millones de minas almacenadas.

Todavía hay Estados con grandes reservas de minas, como China (110 millones de minas almacenadas), Rusia (50 millones) y Estados Unidos (10,4 millones), que no han ratificado el tratado.

Así mismo, países que no son parte de la Convención como Cuba, Egipto, India, Irán, Irak, Nepal, Birmania (Myanmar), Pakistán, Singapur, Vietnam, las dos Coreas, la Federación Rusa, China y Estados Unidos, están en la lista de los que han fabricado más minas o mantienen su capacidad de producirlas.

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ZENIT Staff

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