La Iglesia afirma la centralidad de la persona humana frente al lucro

Pero no «la idea de una economía mala en sí misma que hay que frenar»

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ROMA, viernes, 17 diciembre 2004 (ZENIT.org).- La doctrina social de la Iglesia reconoce la empresa y el lucro, aunque siempre en un contexto antropológico basado en la centralidad de la persona y el primado del trabajo sobre el capital.

Son palabras de monseñor Giampaolo Crepaldi, secretario del Pontificio Consejo Justicia y Paz, al explicar el papel del empresario en la doctrina social de la Iglesia, en Roma, en un congreso titulado «Cuando el empresario es mujer, engendrar responsabilidad social».

Organizado por el Departamento para los Problemas Sociales y Trabajo, de la Conferencia Episcopal Italiana, este encuentro se proponía definir la responsabilidad social como «nuevo motor de desarrollo».

Monseñor Crepaldi expuso en pocas palabras los fundamentos de la doctrina social, explicando que el beneficio es «un indicador indispensable de la buena marcha de la empresa» («Centesimus Annus», n.35), aunque no el único.

La empresa es, antes que nada y sobre todo una «comunidad de personas», cuyo fin primario es «garantizar la existencia misma de esta comunidad», subrayó Crepaldi.

El secretario del Pontificio Consejo Justicia y Paz consideró que, en la tercera revolución industrial en la que nos encontramos, «valen cada vez más los conocimientos y los recursos humanos», mientras que «son cada vez menos importantes los recursos materiales y físicos».

«La empresa no consiste sólo en máquinas, recursos materiales o estructuras –precisó–, sino sobre todo en personas. Son las cualidades personales, las virtudes morales como el coraje, la fortaleza, la iniciativa, la fiabilidad, la prudencia y, como dice el Santo Padre, «la capacidad de iniciativa y de emprendimiento»».

Afrontando el problema del desarrollo, Crepaldi aclaró que el pontífice no ve con favor el proteccionismo y las cerrazones. «La «Centesimus Annus» no es una encíclica pauperista. Más bien dice lo contrario: el subdesarrollo depende del aislamiento de los países más pobres del mercado mundial».

«Justamente por esto, hay que ayudar a los hombres a adquirir conocimientos, a entrar en el circuito de las diversas conexiones, a desarrollar sus actitudes para valorar mejor capacidades y recursos», prosiguió el prelado.

Según Crepaldi, la posibilidad de acceso de los países pobres está frenada por muchos obstáculos, entre los cuales subrayó «la mentalidad que considera el comercio ético como un circuito paralelo y residual», pero también la limitación de la distribución de los productos de los países pobres únicamente a los circuitos del «mercado étnico».

Respecto a la importancia del «capital social», Crepaldi explicó que «las virtudes cívicas; el mantenimiento de los vínculos familiares; la capacidad de la familia de transmitir comportamientos sociales, basados en valores morales y cívicos, a las nuevas generaciones; los vínculos de reciprocidad en la sociedad civil; la buena administración en las instituciones y los vínculos religiosos, producen efectos también económicos de notable entidad, dentro y fuera de la empresa».

«No existe en la doctrina social la idea de que la economía sea mala en sí misma como si fuera una fiera a la que hay que domar con las bridas de la ética», afirmó el obispo italiano.

«Cuanto más virtuosa es la economía, más humano se hace el contexto. En la medida en que el contexto promociona a la persona, la misma economía encuentra el viento necesario para impulsar sus velas», concluyó el secretario de Justicia y Paz.

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ZENIT Staff

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