CIUDAD DEL VATICANO, martes, 21 diciembre 2004 (ZENIT.org).- La unidad entre todos los hombres, comenzando por los creyentes, constituye la primera preocupación y el compromiso prioritario de Juan Pablo II, según él mismo confió este martes a sus colaboradores.
«¡Unidad de la Iglesia y unidad del género humano! Leo esta aspiración a la unidad en los rostros de los peregrinos de toda edad», constató el pontífice al encontrarse con los miembros de la Curia romana en el tradicional encuentro de intercambio de felicitaciones por la Navidad.
Recordando que el Concilio Vaticano II, en la constitución «Lumen gentium», definió que la Iglesia tiene la «misión de ser señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano», el Santo Padre pidió a los cardenales, obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos que le escuchaban tomar «cada vez más conciencia de que la comunión con Dios y la unidad entre todos los hombres, comenzando por los creyentes, es nuestro compromiso prioritario».
En primer lugar, aseguró, «es urgente reconstruir la comunión plena entre los cristianos». Con este objetivo, indicó, ha convocado el año de la Eucaristía (octubre de 2004-octubre de 2005), pues «busca, entre otras cosas, hacer todavía más viva esta sed de unidad, presentando el manantial único e inagotable: el mismo Cristo».
Juan Pablo II consideró que «el esfuerzo ecuménico está intensificándose a diferentes niveles, gracias a los constantes contactos, encuentros e iniciativas con nuestros hermanos de las diferentes iglesias y comunidades eclesiales ortodoxas y protestantes».
En este contexto citó algunos de los momentos ecuménicos más importantes vividos en 2004, como por ejemplo la visita a Roma en enero pasado de la delegación ecuménica de Finlandia, encabezada por el obispo luterano de Helsinki, Eero Huovinen, con motivo de la Semana de Oración para la Unidad de los Cristianos, en el quinto aniversario de la histórica firma de la Declaración Conjunta de la Doctrina de la Justificación por parte de católicos y luteranos.
El año que termina, como él mismo recordó, ha impreso un fuerte impulso al diálogo entre Roma y el patriarcado ecuménico de Constantinopla, como lo confirman las dos visitas que el patriarca Bartolomé I ha realizado al Vaticano: la primera para participar a finales de junio en la fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo y, la segunda, hace algo menos de un mes, para recibir de manos de Juan Pablo II reliquias de los santos Gregorio Nacianceno y Juan Crisóstomo, predecesores en su sede episcopal.
El obispo de Roma deseó «de corazón», al mismo tiempo, que «el regreso del icono de la Madre de Dios de Kazan a Rusia contribuya a acelerar la unidad de todos los discípulos de Cristo». En su nombre, fue entregado en agosto pasado al patriarca de Moscú, Alejo II, por el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.
El Santo Padre reconoció que en dos momentos particularmente representativos de estos doce meses ha podido percibir en el rostro de los peregrinos esta búsqueda de unidad en la Iglesia y entre los hombres: durante el primer encuentro de la historia de los jóvenes católicos de Suiza en el que participó en junio pasado, así como en la multitudinaria reunión de la Acción Católica en Loreto del mes de septiembre.
«Los creyentes tienen una gran responsabilidad especialmente ante las nuevas generaciones, a las que hay que transmitir de manera inalterada el patrimonio cristiano. Por este motivo en varias ocasiones –especialmente en la peregrinación a Lourdes– no dejé de alentar a los católicos europeos a permanecer fieles a Cristo», aclaró. Su peregrinación a la gruta de Massabielle tuvo lugar entre el 14 y el 15 de agosto.
En el objetivo de promover la unidad entre los hombres el pontífice confió a los cardenales la misma consigna que ha dejado en su Mensaje para la próxima Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2005): «no hay que dejarse vencer nunca por el mal, sino vencer el mal con el bien».
El pontífice concluyó su balance del año 2004 asegurando en una breve oración dirigida a Jesús que, al igual que todo cristiano, «no tiene miedo ante las dificultades, pues tiene confianza en ti, Niño de Belén, que por amor vienes en medio de nosotros».