CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 22 diciembre 2004 (ZENIT.org).- Juan Pablo II deseó que esta Navidad sea «una ocasión propicia para vivir en profundidad el valor y el significado del gran acontecimiento del nacimiento de Jesús», en la última audiencia general concedida antes de estas celebraciones.
El Santo Padre, que fue recibido con villancicos al llegar a la Sala Pablo VI del Vaticano, dedicó su intervención a meditar en «el gran misterio de Dios, que se hace hombre en el seno de la Virgen María», y que será revivido en estos días por millones de cristianos en todo el mundo.
«¡Nace en Belén para compartir nuestra frágil condición humana! –aseguró el Papa dirigiéndose a los seis mil peregrinos presentes–. Viene entre nosotros y trae la salvación para todo el mundo. Su misión será reunir a todos los seres humanos y a los pueblos en la única familia de los hijos de Dios».
«Podemos decir que en el misterio de la Navidad contemplamos un «salto de calidad» en la historia de la salvación –explicó el Santo Padre–. Al ser humano, que con el pecado se había alejado del Creador, se le ofrece en Cristo el don de una nueva y más plena comunión con Él. Se enciende de nuevo en su corazón la esperanza, a la vez que se abren otra vez las puertas del paraíso».
«Que la celebración de la inminente Navidad sea una ocasión propicia para vivir en profundidad el valor y el significado del gran acontecimiento del nacimiento de Jesús», deseó por último.
El semanal encuentro del obispo de Roma con los peregrinos se caracterizó por el ambiente festivo navideño, especialmente en la respuesta de los diferentes grupos de peregrinos a los saludos que les dirigió.
Tres artistas del Circo de Moira Orfei ofrecieron un espectáculo para el Santo Padre. Al final, el pontífice saludó personalmente a los jóvenes acróbatas, en particular al más pequeño, un niño de unos diez años de edad.
Juan Pablo II presidirá las celebraciones más importantes de estos días en el Vaticano, en particular la Misa del Gallo en la Nochebuena. Dirigirá el 25 de diciembre su tradicional bendición «Urbi et Orbi» (a la ciudad de Roma y al mundo) ante las cámaras en directo de decenas de países de todo el mundo.