Claves para humanizar el trabajo

La doctrina social de la Iglesia ilumina su significado

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ROMA, sábado, 22 enero 2005 (ZENIT.org).- Muchos todavía mantienen vivo en sus familias el mensaje espiritual de la Navidad, pero el fin de las vacaciones, y la vuelta al trabajo no debería significar un olvido de la religión. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia recientemente publicado dedica un capítulo al trabajo humano, e intenta explicar su significado más profundo.

Encabezando el capítulo hay una explicación de lo que la Biblia ha dicho sobre el trabajo. En el Génesis, Dios confía al hombre la tarea de ejercitar dominio sobre la creación. «El trabajo es parte del estado original del hombre y precede a su caída; no es pues un castigo o una maldición», observa el compendio (No. 256).

El trabajo se ha asociado con el dolor y esfuerzo como resultado del pecado original. Sin embargo debería considerarse como algo digno de mérito puesto que nos permite proveernos de los elementos materiales que necesitamos, insiste el compendio.

Al mismo tiempo, el compendio advierte contra el colocar el trabajo en el vértice de nuestras actividades. «El trabajo es esencial, pero es Dios –y no el trabajo – quien está en el origen de la vida y en el objetivo final del hombre» (No. 257). En este contexto el establecimiento del descano del Sabbath es importante, porque da la oportunidad de reenfocarse hacia Dios.

En el Nuevo Testamento, uno encuentra el ejemplo de Jesús, que llevó a cabo la tarea del trabajo manual como carpintero. Jesús denigra al criado que esconde su talento en la tierra y describe su propia misión como la de trabajar (Juan 5:17). Pero Jesús también nos enseña a buscar los tesoros del cielo que duran, en vez de los que son perecederos (Marcos 6:19-21).

Jesús revela más adelante que el trabajo no es sólo participación en la creación, sino también en la labor de redención. «Quienes toleran los difíciles rigores del trabajo en unión con Jesús cooperan, en un cierto sentido, con el Hijo de Dios en su labor de redención y muestran que son discípulos de Cristo que cargan con su cruz» (No. 263).

De hecho, como enseña San Pablo, ningún cristiano tiene derecho a no trabajar y vivir a expensas de los demás (2 Tesalonicenses 3:6-12). El apóstol Pablo anima a los cristianos a trabajar y luego a compartir los frutos con los demás que están en necesidad.

Doble dimensión

El compendio intenta profundizar en lo que significa el trabajo para cada persona. Tiene tanto una dimensión objetiva como subjetiva. Su significado objetivo hace referencia al área de actividades, instrumentos y tecnologías que se usan para producir cosas. Mientras que el sentido subjetivo está relacionado al trabajo como siendo la actividad de la persona humana, que realiza el trabajo como parte de una vocación personal. «Como persona, el hombre es por tanto el sujeto del trabajo» (No. 270).

Este aspecto subjetivo del trabajo es vital para una comprensión correcta de su valor y dignidad. El trabajo no es simplemente la producción de una mercancía, sino también la actividad de una persona humana, cuya dignidad debe respetarse. El compendio añade que la dimensión subjetiva debería tener la precedencia sobre los aspectos objetivos, «porque es la dimensión de la persona misma la que se implica en el trabajo, determinando su cualidad y consumando su valor» (No. 271).

El trabajo humano también tiene una dimensión social, como una actividad individual que se conecta con la de otras personas. «Los frutos del trabajo ofrecen ocasiones para el intercambio, la relación y el encuentro» (No. 273).

Trabajo y capital

Cuando llega al tema del entendimiento de la relación entre trabajadores y los elementos materiales de la producción (capital), el compendio repite la importancia de conservar en primer lugar el concepto del trabajo como una tarea subjetiva o personal. De hecho, en la economía moderna el texto observa que hay un reconocimiento creciente del valor del «capital humano» como un recurso importante en la producción.

Pero, mientras se mantiene el principio de la prioridad de la persona humana, el trabajo y el capital deberían existir en una relación de complementariedad, añade el Compendio. Cada uno necesita del otro y sería erróneo exaltar uno y olvidar la contribución del otro.

A este fin el compendio anima a la cooperación entre trabajo y capital a través de medios como la participación en la gestión, propiedad y beneficios. Esto puede ser más fácil en el mundo de hoy, dado que el conocimiento humano es un factor muy importante en la economía.

En cuanto a la colaboración entre trabajo y capital el texto defiende el derecho a la propiedad privada, aunque también llama la atención sobre la importancia de ponerla al servicio de todos. Tanto la propiedad privada como la pública, «deben orientarse a una economía de servicio a la humanidad» (No. 283).

Salvaguardar los derechos

Una sección del compendio se dedica a explicar cuáles son los derechos en el área del trabajo humano. Para empezar, «el trabajo es un derecho fundamental y un bien para toda la humanidad» (No. 287). Se necesita el trabajo para llevar adelante una familia y el desempleo trae consigo muchos problemas sociales. Lograr el pleno empleo, por tanto, sigue siendo un objetivo económico clave. Un importante medio para llevar a cabo esto es proporcionar una adecuada educación, que continúe a lo largo de la vida laboral, de manera que las personas puedan encontrar un empleo adecuado.

El estado tiene un papel que jugar en esto, pero el compendio es cuidadoso en establecer que esto no significa que los gobiernos deban directamente emplear a la gente para proporcionar a todos un puesto de trabajo. El deber del estado es animar la actividad económica creando las condiciones que conducirán a oportunidades adecuadas de empleo.

Con la creciente globalización de la economía, el compendio también recomienda que los gobiernos cooperen unos con otros para salvaguardar el derecho a trabajar y atenuar las subidas y bajadas del ciclo económico. Otra responsabilidad es cuidar de la familia. Las empresas, los sindicatos y el estado deberían promover políticas que apoyen la familia.

Otros temas tratados en esta sección se reparten en temas como la mujer y los hijos, la protección de los inmigrantes y de los trabajadores agrícolas. Los derechos de las mujeres deberían respetarse y no es aceptable la discriminación contra ellas, especialmente en cuanto a sueldo y seguridad social. El trabajo infantil, continúa el texto, «constituye una clase de violencia que resulta menos obvia que otra pero no es por esta razón menos terrible» (No. 296). Aunque es cierto que en algunos países los ingresos obtenidos por los niños son importantes para las familias, sin embargo esta explotación constituye una seria violación de la dignidad humana.

Cuando pasa a desentrañar derechos más específicos, como el justo salario, el compendio recuerda que «los derechos de los trabajadores, como todos los demás derechos, se basan en la naturaleza de la persona humana y en su dignidad trascendente» (No. 301).

Ir a lo global
La última parte del capítulo sobre el trabajo trata de algunos desarrollos recientes en el mundo del trabajo. La globalización ha traído consigo muchos cambios, y es importante recordar que junto con este proceso el mundo también necesita «una globalización de salvaguardas, un mínimo esencial de derecho y equidad» (No. 310).

Una economía construida no ya sobre una base industrial sino sobre los servicios y las más novedosas tecnologías trae consigo muchos cambios para quienes trabajan, y algunos ajustes difíciles. Para afrontarlos el compendio recomienda evitar el error de insistir en que los cambios ocurran de una determinada manera. «El factor decisivo y la referencia de esta compleja fase de cambio e
s una vez más la persona humana, que debe seguir siendo la verdadera protagonista de su trabajo» (No. 317). Humanizar el trabajo, ahora a una escala planetaria, es la siguiente meta.

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ZENIT Staff

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