VIENA, martes, 5 abril 2005 (ZENIT.org).- El obispo Hilarion (Alfeyev) de Viena (Austria), representante de la Iglesia ortodoxa rusa ante las Instituciones Europeas, ha querido comentar con Zenit el fallecimiento de Juan Pablo II: «Ha sido un grande Papa, quizá uno de los más grandes de toda la historia de la Iglesia católica romana. No hay duda de que pronto será beatificado y canonizado por la Iglesia a la que dedicó toda su vida».

«Ha sido uno de los líderes más influyentes de nuestros tiempos y ha dejado huella en toda la civilización humana --añade el prelado ortodoxo--. Su influencia ha ido más allá de las fronteras de la Iglesia católica romana, a la que ha guiado durante más de un cuarto de siglo. Su mensaje ha sido escuchado y apreciado por millones de personas en todo el mundo, no sólo por los católicos, sino por los ortodoxos, protestantes, anglicanos, hebreos, musulmanes, personas de otras confesiones e incluso no creyentes».

«En un período en el que los políticos laicos de gran parte de los países occidentales tratan de eliminar la religión de la esfera pública, relegándola a la simple devoción privada, desterrándola de las escuelas, de las universidades, y de los medios de comunicación, Juan Pablo II ha sido una personalidad pública de un calibre tal que cada uno de sus viajes recibía una amplia cobertura informativa, y sus declaraciones eran retomadas y comentadas por los medios de comunicación de todo el mundo».

«Ha sido un Papa "ortodoxo", en el sentido de que ha querido preservar la tradición de su Iglesia en materia de dogma y de moral».

«Su posición sobre cuestiones morales como el matrimonio y la familia, el aborto y la anticoncepción, la eutanasia y otras suscitó con frecuencia críticas de quienes quieren sustituir los valores tradicionales con los seculares, y de quienes quieren oponer el humanismo a la religión».

«Sin embargo, a pesar de ser tradicional, el Papa no dejó ni mucho menos de ser humano, habiendo desarrollado un humanismo universal fundado en los valores espirituales, que se opone a una visión humanista atea», señala.

«Durante muchos años, se enfrentó al ateísmo en su propio país, Polonia, y desempeñó un papel en la caída de los regímenes totalitarios de Europa oriental, pero también contribuyó enormemente al redescubrimiento de la fe por parte de aquellos que la habían perdido a causa del liberalismo y del relativismo que asedian a las sociedades democráticas de Occidente».

«Su vida coincidió con enormes cambios geopolíticos que alteraron para siempre el rostro de Europa. Estos cambios, por desgracia, no llevaron sólo a la introducción de la libertad religiosa, en algunos países de Europa oriental en los que era violada, sino que llevó también a agudizar las tensiones entre confesiones en algunas regiones».

«Han surgido una serie de problemas, en particular entre los ortodoxos y los católicos en Rusia y Ucrania, que han impedido el encuentro de los jefes de la Iglesia ortodoxa en esos dos países con el Papa. Problemas que todavía están esperando una solución».

«Pude encontrarme con el Papa en dos ocasiones, en ambas le llevé un mensaje del patriarca de Moscú, Alejo II. El 21 de enero de 2002, en el último de nuestros dos encuentros, se me encomendó la tarea sumamente delicada de explicar al Papa las condiciones necesarias para poder tener un encuentro con el primado de la Iglesia ortodoxa rusa».

«Él era sumamente consciente de estas condiciones, que nunca han sido un secreto. Entre éstas, se encontraba el explícito rechazo de toda forma de proselitismo en el territorio del patriarcado de Moscú y el reconocimiento de que el uniatismo [católicos que mantienen la tradición oriental de los ortodoxos pero que son fieles a Roma] ya no constituye un camino hacia la unidad de los cristianos».

«Espero que estos principios puedan ser retomados en una declaración conjunta de los primados de las Iglesias católica romana y ruso-ortodoxa, cuando tenga lugar un encuentro entre sí. Un encuentro así podría abrir una nueva página en las relaciones entre estas dos Iglesias tradicionales, cuyo testimonio común y conjunto al mundo sería sumamente importante y oportuno».

«La enfermedad y la muerte del Papa han sido extraordinarias como su vida y su servicio. Incluso cuando yacía en su lecho de muerte, Juan Pablo fue capaz de difundir un mensaje cristiano de esperanza en la resurrección».

«Que su alma descanse en paz y su memoria permanezca eternamente», concluye el obispo ortodoxo.