NUEVA YORK, viernes, 8 abril 2005 (ZENIT.org).- El mundo ha podido apreciar que Juan Pablo II ha sido el «mayor testigo cristiano» del siglo XX, dijo el biógrafo del Papa, George Weigel.
En esta entrevista a Zenit, Weigel, autor de «Testigo de Esperanza: Biografía del Papa Juan Pablo II», hace una panorámica de la vida del pontífice.
–¿Qué ha hecho Juan Pablo II por la Iglesia en el panorama internacional?
–Weigel: El papado ha defendido siempre su dimensión universal. Juan Pablo II ha dado a esta propuesta un significado real, convirtiéndose en una referencia moral unipersonal para el mundo entero. Y haciendo esto, ha recordado al mundo que «los asuntos mundiales» no pueden eximirse de un atento examen desde el punto de vista del juicio moral.
Contrariamente a lo que enseñan los realistas expertos en asuntos exteriores, la política internacional no es un ámbito «amoral»; nada humano queda fuera de los límites de la razón moral, ni siquiera los asuntos políticos entre estados. Dudo que el mundo haya captado todavía este aspecto en su totalidad, pero Juan Pablo II insistía mucho en esto.
–¿Cuál ha sido su mayor logro en geopolítica, doctrina social, teología, y eclesiología?
–Weigel: El papel crucial de Juan Pablo II en el colapso del comunismo europeo –con la chispa que encendió una revolución de conciencia que provocó la revolución política no violenta de 1989– fue un logro impresionante.
Pero no deberíamos olvidar el papel del Papa en la resolución de la disputa entre Argentina y Chile por el canal de Beagle, que amenazaba en convertirse en guerra abierta; ni deberíamos olvidar su papel para preparar el camino a la democracia en Latinoamérica, ni su apoyo a las transiciones democráticas en Filipinas y Corea del Sur.
La defensa de la universalidad de los derechos humanos, en su discurso de 1995 a las Naciones Unidas, fue una aportación muy importante, en un momento en el que la idea de «derechos humanos universales» estaba siendo negada o ridiculizada por postmodernos, islamistas, tardocomunistas, y partidarios del autoritarismo en el Este asiático.
La encíclica del 1991, «Centesimus Annus», dio una nueva sensibilidad empírica a la doctrina social, especialmente en cuanto a las cuestiones económicas.
Algunos católicos del campo de la acción social han mantenido desde hace tiempo la posibilidad de construir una «tercera vía» que no fuera ni comunista ni capitalista; la «Centesimus Annus» reconocía que una economía centrada en el mercado, regulada por la ley, era de hecho esta «tercera vía». Aunque, de nuevo, no estoy seguro que quienes creen en una utópica «tercera vía» lo hayan aceptado.
La «teología del cuerpo» me parece en cambio que ha sido el mayor logro creativo, teológicamente hablando, de Juan Pablo II, y hay una enorme riqueza de material teológico a disposición del estudio de la Iglesia en las encíclicas, cartas apostólicas, exhortaciones postsinodales y discursos de audiencias de Juan Pablo II.
Su teología de la divina misericordia, por ejemplo, debe ser todavía explorada, así como su mariología y su doctrina de que el «perfil mariano» en la Iglesia, el discipulado, es la realidad más fundamental en la Iglesia –incluso más constitutiva de la propia Iglesia que su perfil «petrino»– y que la estructura como comunidad con autoridad moral.
En cuanto a la eclesiología, pienso que es importante que Juan Pablo II haya «reequilibrado» a la Iglesia, en un momento en el que las conferencias nacionales de obispos podían haber desembocado en sínodos virtualmente autónomos, según el modelo ortodoxo. Esto, por supuesto, es justamente lo opuesto de lo que los críticos le han achacado durante más de veinte años.
–¿Cuál piensa que haya sido la mayor «tarea inconclusa» de este pontificado?
–Weigel: Ciertamente no querría que se pensase que hablo por el papa fallecido, pero como su biógrafo me parece que la gran «tarea inconclusa» del pontificado incluye las iniciativas ecuménicas de Juan Pablo II, especialmente con la Ortodoxia.
Realmente parecía que él creía, en 1978, que la brecha del segundo milenio entre Roma y el Oriente Cristiano, que se abrió oficialmente en 1054, podía cerrarse al alba del tercer milenio. Obviamente esto no ha sucedido.
El por qué, en mi opinión, tiene mucho que ver con el hecho de que la Ortodoxia no está en las mismas condiciones teológicas y psicológicas de 1054. «No estar en comunión con el Obispo de Roma» se ha convertido, para muchos ortodoxos, en parte de su verdadera autodefinición.
Hasta que esto no cambie, y hasta que los cristianos ortodoxos no sientan la misma pasión que sintió Juan Pablo II respecto a la Ortodoxia, de ser unos con Roma en el banquete eucarístico, no habrá un gran progreso en el diálogo ecuménico entre el Oriente cristiano y Roma. Es muy triste.
Pero éste es un ejemplo de que Juan Pablo quizá quiso acelerar demasiado la historia, más de lo que la historia puede soportar en un determinado momento.
–¿El mundo ha sido capaz de apreciar este extraordinario pontificado?
–Weigel: Ha sido apreciado como un hombre de cultura, de grandes simpatías humanas, de gran coraje, integridad y compasión. Me pregunto sin embargo: ¿Ha sido apreciado por lo que en realidad era, el mayor testigo cristiano del siglo pasado? Todo lo que el Papa ha realizado, brotaba de un hecho fundamental: era un hombre que creía con cada un de las fibras de su ser en que Jesucristo es la respuesta a la pregunta que es en sí cada vida humana.
–Weigel: Que Juan Pablo II desempeñó un papel en la caída del comunismo en la Europa del Este; que contribuyo a profundizar en la teología del matrimonio y la sexualidad; que llevó nuevo vigor pastoral e intelectual a la cátedra de Pedro, son grandes legados de su pontificado. Ciertamente, tras un pontificado de 26 años, la cultura de la muerte ha avanzado, con el aborto, la investigación con células estaminales embrionarias, el aumento de la eutanasia, etc. ¿Es demasiado esperar que un Papa pueda cambiar todo esto, al menos en el curso de su vida?
–Weigel: Sí. Y deberíamos recordar siempre, como lo hizo Juan Pablo II, que la Iglesia no es solamente el Papa.
Los fracasos a la hora de superar la cultura de la muerte son los fracasos de todo el pueblo eclesial que tiene en su mano la posibilidad de construir o no una cultura de vida
–El Espíritu Santo inspiró a los cardenales en 1978 que eligieran a un papa de Polonia. ¿Cuales han sido las consecuencias de la ruptura de la tradición secular de papas italianos?
–Weigel: Espero que lo que se ha hecho es crear un abanico de candidatos cuya nacionalidad y procedencia étnica cuenten muy poco. Espero que la gran pregunta que se hagan los cardenales sobre cada candidato sea ésta: ¿es éste un hombre de Dios que puede inspirar en los demás la hondura de su fe?
–Como biógrafo papal, ¿qué es lo que más le impresionó de su figura?
–Weigel: Su extraordinaria energía y que siempre miraba hacia adelante, preguntándose «¿qué es lo que deberíamos hacer ahora?».
Ciertamente esta energía no era la de un hombre frenético o excitable. Era una energía serena, firme, que nacía de una notable y rica vida interior, su vida de oración.
–Ahora que nos ha dejado, ¿está el mundo preparado para escuchar realmente el mensaje de Juan Pablo II?
–Weigel: Esperemos. Hay mucho que escuchar.