El Juicio de Dios, «a la vista» de los cardenales que elijan el nuevo Papa

La Capilla Sixtina favorece el carácter sagrado del cónclave

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 14 abril 2005 (ZENIT.org).- En las normas que estableció para la elección del Papa tras su muerte, Juan Pablo II decidió que el cónclave se siguiera celebrando en la Capilla Sixtina del Palacio Apostólico Vaticano, pues allí «todo contribuye a hacer más viva la presencia de Dios, ante el cual cada uno deberá presentarse un día para ser juzgado».

Así lo reconoció en «Universi Dominici Gregis» (22 de febrero de 1996), la Constitución Apostólica que regula la vacante de la Sede Apostólica y la elección del Romano Pontífice. En la gran capilla, reestructurada por el Papa Sixto IV –de quien tomó el nombre–, Miguel Ángel pintó el Juicio Final en la pared del altar entre 1536 y 1541.

«Considerado el carácter sagrado del acto y, por tanto, la conveniencia de que se desarrolle en un lugar apropiado, en el cual, por una parte, las celebraciones litúrgicas se puedan unir con las formalidades jurídicas y, por otra, se facilite a los electores la preparación de los ánimos para acoger las mociones interiores del Espíritu Santo, dispongo que la elección se continúe desarrollando en la Capilla Sixtina», reguló Juan Pablo II (UDG Introducción).

La gran importancia del acto de elección del Papa, que sólo compete a los cardenales de la Santa Iglesia Romana –según la praxis milenaria sancionada por normas canónicas precisas–, se refleja en la aclaración que hizo Juan Pablo II: «Siendo verdad que es doctrina de fe que la potestad del Sumo Pontífice deriva directamente de Cristo, de quien es Vicario en la tierra, está también fuera de toda duda que este poder supremo en la Iglesia le viene atribuido mediante la elección legítima por él aceptada juntamente con la consagración episcopal».

De ahí la trascendencia del «cometido que corresponde al organismo encargado de esta elección» y la necesidad de que las normas que regulan su actuación deban «ser muy precisas y claras, para que la elección misma tenga lugar del modo más digno y conforme al cargo de altísima responsabilidad que el elegido, por investidura divina, deberá asumir mediante su aceptación».

El próximo lunes, a las 16.30 horas, los cardenales electores se dirigirán procesionalmente a la Capilla Sixtina –prescriben los Ritos del Cónclave– mientras, según la costumbre, se cantan las letanías de los Santos de Oriente y Occidente –para subrayar el carácter universal del Cónclave en que será elegido el Pastor de toda la Iglesia–.

Cuando la procesión haya llegado a la Capilla Sixtina, se hará la solemne invocación del Espíritu Santo con el «Veni Creador» y a continuación los cardenales electores pronunciarán el juramento.

Momentos después, cada cardenal elector llevará al altar de la Capilla Sixtina su voto, que depositará en una urna habiendo jurado antes en voz alta: «Pongo por testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, de que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe ser elegido». De esta forma se irán celebrando los escrutinios necesarios hasta que se llegue a la elección.

Ya en su obra poética «Tríptico romano» (publicada el 6 de marzo de 2003) Juan Pablo II, contemplando el fresco del Juicio Final –que en la Capilla Sixtina lo «domina todo»–, escribió: «Los hombres a quienes se confió el cuidado de la heredad de las llaves, se encuentran aquí, se dejan abarcar por la policromía sixtina, por la visión que dejó Miguel Ángel. Así fue en agosto y, luego, en octubre del memorable año de los dos cónclaves, y así será de nuevo, cuando se presente la necesidad, después de mi muerte».

«Es menester que les hable la visión de Miguel Ángel», consideraba el Papa.

«»Con-clave»: el común cuidado de la heredad de las llaves, de las llaves del Reino. He aquí que se ven entre el Principio y el Final, entre el Día de la Creación y el Día del Juicio…», constató.

«La transparencia final y la luz. La transparencia de los hechos —. La transparencia de las conciencias —. Es preciso que, durante el cónclave, Miguel Ángel concientice a los hombres–. No olvidéis: «Omnia nuda et aperta sunt ante oculos Eius»» («Todo está descubierto y revelado ante sus ojos»), apuntó.

Y concluía dirigiendo su oración a Dios por el Cónclave: «Tú que penetras todo, ¡indica! Él indicará…».

La grandiosa composición realizada por Miguel Ángel se concentra en torno a la figura de Cristo, representado en el instante que precede a la emisión del veredicto del Juicio (Mateo 25,31-46). Su gesto, imperioso y sereno, parece al mismo tiempo llamar la atención y aplacar la agitación circundante.

Para la elección de Juan Pablo I y Juan Pablo II, los entonces 112 cardenales electores fueron acomodados en dos filas de asientos a ambos lados de la Capilla Sixtina, en grupos de nueve o diez, teniendo ante sí largas mesas.

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ZENIT Staff

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