La única forma válida para elegir al Romano Pontífice es por votación secreta, indicó Juan Pablo II en la Constitución Apostólica «Universi Dominici Gregis» (22 de febrero de 1996) sobre la vacante de la Sede Apostólica y la elección del nuevo Papa.
Se requieren los dos tercios de los votos, calculados sobre la totalidad de los electores presentes –dos tercios más uno si el número de cardenales no pudiera dividirse en tres partes iguales–, para la validez de la elección del Sumo Pontífice.
Lejos de dejarse influir por simpatías, aversiones, relaciones personales ni presiones, los cardenales electores deben dar su voto –«teniendo presente únicamente la gloria de Dios y el bien de la Iglesia, después de haber implorado el auxilio divino»– «a quien, incluso fuera del Colegio Cardenalicio, juzguen más idóneo para regir con fruto y beneficio a la Iglesia universal», indicó Juan Pablo II (UDG 83).
En la tarde del próximo 18 de abril tendrá lugar el rito de ingreso en el Cónclave: los 115 purpurados electores que han confirmado su participación entrarán en la Capilla Sixtina –lugar exclusivo de celebración de la elección–, donde previamente invocarán con el canto del «Veni Creator» la asistencia del Espíritu Santo. Junto a ellos, la Iglesia universal permanece unida en oración «Pro Eligendo Papa» («Para la elección del Romano Pontífice).
Si nada lo impide, esa misma tarde se tendrá un solo escrutinio, y si la elección no hubiera tenido lugar, en los días sucesivos se celebrarán dos votaciones por la mañana y otras dos por la tarde.
Si «los cardenales electores encontrasen dificultades para ponerse de acuerdo sobre la persona a elegir» y en tres días no hubiera resultado positivo, UDG (n. 74) establece que se suspendan los escrutinios y haya una pausa de oración –de una duración máxima de un día–, de libre coloquio entre los votantes y de una breve exhortación espiritual.
Tras ella se retomarían las votaciones en tres tandas de siete escrutinios cada una (previsiblemente dos días para cada tanda), entre las cuales se volverían a hacer pausas de reflexión). Las exhortaciones, por orden, se encomiendan al primer cardenal de cada uno de los órdenes del colegio cardenalicio: diácono, presbítero y obispo.
Celebradas 34 votaciones (si en la tarde de entrada al Cónclave ya hubiera tenido lugar el primer escrutinio) sin resultado positivo, entonces, si la mayoría absoluta de los cardenales electores lo consiente, la Constitución Apostólica admite la posibilidad de que se cambie la exigencia de la mayoría cualificada de dos tercios por la mayoría absoluta de los votos.
En cualquier caso no se puede prescindir de la exigencia de que se tenga una elección válida para la elección del Sumo Pontífice (UDG 75), «sea con la mayoría absoluta de los votos, sea votando sobre dos nombres que en el escrutinio inmediatamente precedente hayan obtenido el mayor número de votos, exigiéndose también en esta segunda hipótesis únicamente la mayoría absoluta».
14 escrutinios –para elegir a Pío XI (1922-1939)— ha sido el número máximo alcanzado en los ocho Cónclaves del siglo XX, mientras que sólo tres votaciones –la cifra más pequeña– fueron necesarias para la elección de Pío XII (1939-1958).
Pero el Cónclave no concluye con el resultado positivo de la elección –válidamente celebrada–, sino «inmediatamente después de que el nuevo Sumo Pontífice elegido haya dado el consentimiento a su elección, salvo que él mismo disponga otra cosa» (UDG 91).
De hecho, la primera decisión de Juan Pablo I fue no poner término inmediatamente al Cónclave, sino mantener reunido al Colegio hasta el día sucesivo para poder pronunciar un discurso ante sus electores, pero invitando a que le escucharan también a los cardenales de más de 80 años que no habían participado, por razón de su edad, en la elección.