El secreto de Juan Pablo II, el amor sin límites

El director general de Radio Vaticana «recorre» el Vía Crucis de los últimos años del Papa

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ROMA, viernes, 15 abril 2005 (ZENIT.org).- Amor sin límites ni condiciones fue el secreto del pontificado de Juan Pablo II, cuyos últimos años de vida representaron un auténtico Vía Crucis, reconoció el jueves el padre Pasquale Borgomeo en su homilía en la Eucaristía celebrada en la capilla de Radio Vaticana por el difunto Papa.

«Nosotros, que le hemos seguido paso a paso por los caminos del mundo, que hemos recogido cada palabra suya, que hemos subrayado cada gesto, por fin hemos comprendido plenamente el secreto de su energía y de su sensibilidad, de su valor y de sus atenciones, de su tenacidad y de su ternura, de su dedicación sin medida», señaló.

«Era el amor, el verdadero, aquel sin límites. Amor por Cristo y por su santísima Madre, amor por la Iglesia, amor por todos los hombres.Amor hasta el final», constató el sacerdote, director general de la emisora pontificia.

«El Señor Jesús cada vez lo asoció más a su Pasión –recordó–, visitándole con la enfermedad, con la pérdida de las fuerzas físicas, con la inmovilidad y finalmente, prueba suprema, con la pérdida de la palabra».

«Nosotros hemos tenido ante los ojos la aplastante evidencia del Vía Crucis de Juan Pablo II en los últimos años, meses, días, horas de su pontificado», admitió.

En cada etapa de este Vía Crucis –continuó el padre Borgomeo– «parecía que resonara la pregunta del Maestro: «Karol, ¿me amas más que éstos?»».

Recordando que «no pocos, preocupados por el gobierno de la Iglesia –¿pero en qué Iglesia pensaban?», sugirieron la oportunidad «de una renuncia del Pastor Supremo a su mandato», el sacerdote subrayó que ante esto el Papa, «con la coherencia del amor», continuó dando a la Iglesia y al mundo «el testimonio visible de su sufrimiento y de su pasión, verdadero sello y clave preciosa para comprender el secreto de todo su pontificado: el don de sí sin condiciones y sin límites».

«Nos ha amado, nos amó hasta el final, cuando al gesto de la mano,desde aquella ventana de la Plaza de San Pedro, confió las palabras que ya no podía pronunciar», dijo el sacerdote recordando la última audiencia general del 30 de marzo, cuando Juan Pablo II volvió a asomarse a la ventana del Palacio Apostólico para impartir la bendición a los fieles.

«Y nosotros, que durante tantos años hemos sido la voz del Papa, y que en los últimos días de su vida terrena nos hicimos intérpretes de la inalcanzable elocuencia de su silencio, nosotros que hemos estado tan estrechamente asociados, como él mismo afirmó, al ministerio petrino, sólo ahora tal vez nos damos cuenta, agradecidos y estupefactos, de qué don y de qué gracia hemos sido colmados al vivir la estación exaltadora y dramática del pontificado de Juan Pablo II, contribuyendo con nuestras pobres fuerzas a hacer presente a diario el mensaje en la Iglesia y en el mundo», añadió.

El padre Borgomeno quiso recalcar igualmente «la experiencia del extraordinario tributo de testimonio de veneración y de afecto» que una «multitud interminable» ofreció «al amado Papa Juan Pablo II» –entre el 2 y el 8 de abril, días de la muerte y de la Misa exequias del Papa, tres millones de personas acudieron a Roma–, subrayando cómo también los no creyentes rindieron homenaje «a la grandeza de una personalidad ciertamente excepcional».

«Estamos tristes, es verdad, pero no con la tristeza de quien carece de esperanza. Juan Pablo II ya no está con nosotros, pero no nos ha abandonado», advirtió.

«Nosotros oramos con las palabras de la Iglesia por su eterno descanso en espera de la Resurrección –añadió el padre Borgomeo–, pero a la vez esperamos y creemos en su celeste protección sobre nosotros, sobre la Iglesia y sobre el mundo entero».

Un amor tan grande, por lo demás, «no se detiene en la frontera de la muerte terrena», porque «el amor es más fuerte que la muerte»,recordó.

«Y nosotros continuaremos no conservando el recuerdo, sino sintiendo la presencia del amor ilimitado de Juan Pablo II que nos acompañará en nuestra vida, en nuestro trabajo, en nuestro servicio a la Iglesia y al mundo. Amén», concluyó.

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ZENIT Staff

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