CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 2 abril 2005 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha recibido el calor y la oración de su gente hasta el último momento. La Plaza de San Pedro no se ha quedado vacía ni un segundo desde que el jueves se conocieron sus graves condiciones de salud.

Ya en la noche de este viernes el ambiente de recogimiento dominó por horas en la conocida plaza, convirtiéndose en el último regalo que los fieles, en particular los jóvenes, ofrecieron a este Papa, que siguió la vigilia de oración plenamente consciente desde su cama.

Francesca era una de las personas más jóvenes que llenaban la columnata de San Pedro en la vigilia de oración: tiene sólo cuatro meses y es hija de Remo y Agata, él italiano, ella polaca.

«El Papa ha enseñado al mundo qué es Polonia, cómo ha sufrido y resistido su país, como él y como nosotros, que no nos rendimos», explicaba Agata a Zenit, acompañada por su madre Zenobia, que vino de Polonia «para ver al menos las ventanas del Papa».

Massimo Salata, familiar del Papa Juan XXIII, se acercó también por la noche a la plaza con su hija de cuatro años, su mujer y la abuela. «Papa, Papa», gritaba la pequeñita. «Hemos venido muchas otras veces, ha sido un Papa grande», observaba la madre.

El periodista eslovaco Jaro Barborák, enviado especial de la televisión TA3, explica a Zenit que «el Papa es polaco y, por tanto, es eslovaco, como nosotros. Los eslovacos le sentimos como uno de los nuestros». Barborák reveló que desde hace días toda Eslovaquia se había unido para ayudarlo espiritualmente.

Cinco religiosas carmelitas jóvenes que se apresuraban para llegar a tiempo al Rosario no quisieron hablar porque, como explicaron, «ahora es mejor el silencio».

A pesar de que en la noche del viernes había más de sesenta mil personas, el punto móvil de atención sanitaria informó a Zenit que sólo atendieron a una persona que se había sentido mal. «Todo está tranquilo», confesaban sus responsables, sin esconder su preocupación por el estado del Papa.

Después del rezo del rosario, la polaca Teresa Tyrala llevaba un cirio encendido --«así rezamos en Polonia», ilustró a Zenit, mientras miraba insistentemente hacia la ventana del Papa emocionada.

Esta mujer de la zona de Cracovia reconoció que «para los polacos sería muy importante tener al menos su corazón en la catedral de Wawel, pues Cracovia, como Roma, es su casa».

Para Daniel Lournguiya, seminarista de los Misioneros de la Consolata de Kenya, «el Papa ha sido un buen cristiano por todo lo que ha enseñado con su sencillez».

Este estudiante de la Universidad Pontificia Gregoriana considera que el Papa le ha enseñado que «a seguir trabajando con el sufrimiento, sin detenerse cuando hay problemas».

Godfrey Msumange, diácono Misionero de la Consolata de Tanzania acudió a la plaza de San Pedro a las once de la noche y confesó a Zenit que ve al Papa «como un abuelo, y los abuelos para nosotros son los jefes de la familia, que se sirven de su experiencia de fe y la transmiten con amor».

Para este estudiante de teología moral, «Juan Pablo II nos ha enseñado a no tener miedo de exprear nuestra fe en nuestro mundo».

Durante este sábado, en la iglesia del Centro San Lorenzo, lugar de encuentro y adoración de los jóvenes en el Vaticano, se han sucedido la adoración eucarística, encuentros de oración con cantos y momentos de meditación y silencio por el Papa.

«El Papa es el pastor de los jóvenes», comenta a Zenit al salir de la adoración el joven sacerdote Adrien Bayer, de Viena. «Desde el inicio de su pontificado ha alentado a los jóvenes a encontrarse con Jesús y entrar en la Iglesia», añade.

Para el padre Bayer, que está en Roma durante tres meses en la Escuela de Misión de la Comunidad Emanuel, «el centro de su mensaje ha sido Cristo y toda una generación ha recibido su influencia».

Marie-Pierre, una joven de la Comunidad del Emanuel de Bélgica, ha contado a Zenit que las últimas palabras del Papa destinadas a los jóvenes son «muy significativas para mí, y hubiera querido decirle al Papa que ha sido muy importante para nosotros los jóvenes, pues ha dado su vida por nosotros».

Esta joven belga está feliz al constatar que «la presencia de miles de jóvenes en la plaza», es «la última alegría del Papa».