ROMA, martes, 6 septiembre 2005 (ZENIT.org–El Observador).- Tras el encuentro personal del primer grupo de obispos mexicanos con el Papa Benedicto XVI, los prelados celebraron misa este lunes en la Basílica de San Juan de Letrán, la catedral del Papa.
Durante la homilía de la misa a la que asistieron cerca de 30 obispos, el arzobispo de Durango, monseñor Héctor González Martínez, subrayó la fidelidad del episcopado de México al vicario de Cristo.
«Hemos podido constatar –dijo– los carismas de que está dotado de modo personal el Papa, además de los carismas fundamentales por su oficio».
Más adelante, el arzobispo González Martínez recordó cómo, el día de la elección del Papa, al asistir a un canal de televisión en Durango, tuvo que enfrentar a personas que criticaban a Benedicto XVI y a la Iglesia.
«Aproveché para darle la vuelta a las cosas, dado que conocía al cardenal Ratzinger de tiempo atrás, conocía su amabilidad, su humildad, su trato respetuoso con toda clase de personas; la sencillez para exponer las cosas, pláticas que teníamos cuando nos encontrábamos en la Plaza de San Pedro cuando iba o regresaba de su trabajo», recordó.
Más adelante, el arzobispo de Durango pidió a los demás obispos reconocer cómo en cada tiempo Dios va dándole a la Iglesia el Papa que va necesitando.
«Eso nos estimula a fortalecer los lazos de unión con el Santo Padre y aprender de él valores evangélicos, virtudes humanas y cristianas para nuestro ministerio», aseguró.
«Ahora vivimos un nuevo paganismo –dijo el arzobispo González Martínez–, en el que, allá en México, por ejemplo, se habla de católicos paganos; es decir, de católicos que están bautizados e inscritos en los libros parroquiales, pero que llevan una conducta realmente pagana, una vida alejada del Evangelio».
«Celebrando la Santa Misa en esta Cátedra del Papa, pidamos a Dios nuestro Señor a vivir intensamente su misterio y que nos enseñe, sobre todo, a darlo a conocer a los demás», dijo el arzobispo de Durango, quien concluyó afirmando que «nuestro mundo, como en tiempos de San Pablo, está necesitado de una vivencia intensa del misterio de Cristo y de una capacidad para transmitir a la humanidad ése misterio; transmitirlo en el relativismo moderno, para atraer a todos a Él».