LYÓN, lunes, 12 septiembre 2005 (ZENIT.org).- «Nos alegra mucho que nuestra ciudad haya sido elegida para este evento que se celebra por primera vez en Francia. Aquí Juan Pablo II, en su visita de 1986, lanzó un vibrante llamamiento a la paz, poco antes de la inolvidable reunión de Asís. Y, desde hace diecinueve años, los encuentros de San Egidio son cada año su fiel continuación». Con estas palabras, el cardenal Philippe Barbarin, arzobispo de Lyon introdujo ayer la liturgia ecuménica, en el santuario de Notre Dame de Fourvière, que dio inicio al Meeting Interreligioso promovido por la Comunidad de San Egidio. El encuentro tiene como lema «El coraje de un humanismo de paz».
«El perdón es la clave del reencuentro entre cristianos, tras los debates teológicos y los encuentros fraternos y espirituales a los que el movimiento ecuménico nos ha habituado desde hace algunos decenios», dijo el cardenal de Lyón, dirigiéndose a los representantes de las Iglesias cristianas que llenaban el Santuario.
«Imagino que los cristianos de las otras Iglesias no se encuentran más cómodos que sus hermanos y hermanas católicos, ante la perspectiva abismal que la enseñanza de Jesús nos abre –añadió Barbarin–. Y entonces no hay alternativa. Los cien denarios, estas heridas que nos hemos provocado en el curso de la historia, deben ciertamente desaparecer si pensamos en los diez mil talentos de la Redención, con la que Jesús nos ha amado hasta el extremo, hasta la locura».
En la liturgia participó Karekin II, catholicos di todos los Armenios, que recordó el 90 aniversario del genocidio de los armenios, y dijo: «La paz es posible siempre que exista un auténtico deseo de alcanzarla. Paz, libertad, justicia y amor son inseparables, se dan la mano y se refuerzan mutuamente. Europa, portadora del testimonio de la fe cristiana y de su cultura, seguirá siendo custodia de aquellos valores de humanismo y de derecho por los que ha combatido y hecho tantos sacrificios».
«Nada en este mundo, ni siquiera una religión, puede ser hegemónico», dijo Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio. Andrea Riccardi auspicia una civilización de la diferencia, y subraya que hoy una Francia pluralista acoge a los líderes religiosos de todo el mundo.
«El 11 de septiembre, sigue siendo la fecha más trágica de este inicio de siglo», dijo Riccardi en la ponencia inaugural. «Ha aumentado la desconfianza entre mundos y religiones. A menudo parece realista decir que el choque, violento o cultural, es inevitable. Parece valor, pero es miedo en un mundo inhumano. La violencia no es valor». «Millones de hombres y mujeres, ansiosos, en un mundo con aspectos de inhumanidad, buscan un alma para nuestro tiempo. Las religiones tienen una gran responsabilidad».
«Los terroristas son criminales, no son hombres religiosos», declaró el cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, en el Encuentro. «Tenemos que quitarles la máscara religiosa –añadió el cardenal–, para mostrar que debajo está el perfil del nihilismo. El terrorismo no interrumpe el diálogo, por el contrario impulsa a intensificarlo para quitarle recursos».
Armando Emilio Guebuza, presidente de la República de Mozambique, recordó el éxito de la Comunidad de San Egidio, tras dos años de negociaciones, entre enemigos de su país. «Mediante el diálogo, y con la participación de las diversas confesiones –afirmó–, hemos logrado poner fin a la guerra que, tras haber producido un millón de muertos impedía concentrarse en el desarrollo del país. El programa Dream para el tratamiento del sida, que San Egidio está llevando a cabo en Mozambique, es un ulterior signo de este éxito».
Por otra parte, los grandes dolores del siglo XX han unido a personas de religiones distintas en la compasión, dentro de la dura vida de los campos de concentración y los gulag, donde nacieron ecumenismo y diálogo. En un tiempo de concentración de poderes fuertes, añadió Riccardi, los individuos, como se ha visto negativamente con el terrorismo, pueden desestabilizar países enteros: pero si un individuo solo puede perder al mundo, también puede salvarlo. Las religiones pueden dirigirse personalmente y espiritualmente a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo, y convertirlos en protagonistas a través de la fuerza débil de la oración y de la paz: como Juan Pablo II propuso a los creyentes en Asís, en 1986.
Fue Nicolas Sarkozy, ministro de Interior, y candidato a la Presidencia en las próximas elecciones francesas, quien abrió el debate en el Encuentro.
«Hoy los hombres y las mujeres comprenden que la prosperidad material no es suficiente para satisfacer sus aspiraciones profundas –dijo en la inauguración–. No es ninguna ayuda para distinguir el bien de mal, no da sentido a la existencia, no responde a los interrogantes fundamentales del ser humano: por qué hay una vida y cuál es el sentido de la muerte».
Sarkozy aseguró que la laicidad francesa no es enemiga de las religiones y añadió que «ante la letra del texto de 1905, preferimos su espíritu», aludiendo al texto que hace cien años instauró la legislación laica en el país.
La laicidad no es el único modelo de coexistencia pacífica entre religiones diversas y no creyentes, en un país democrático, pero en Francia representa un punto de equilibrio consensuado, dijo.
Sarkozy recordó su propio empeño en favor de una representación reconocida del Islam francés, incluido el fundamentalista. El Islam puede integrarse en una sociedad democrática, pluralista y secularizada sin por ello perder su propia identidad; el verdadero problema es la lucha por la dignidad de los ciudadanos musulmanes: una identidad humillada y que se radicaliza, consideró.
Las religiones, afirmó el ministro, contribuyen a reorganizar el mundo, la sociedad, las ideas, respondiendo a las demandas profundas de sentido connaturales a la humanidad. Las religiones, concluyó, agradeciendo a la comunidad de San Egidio su labor, pueden oponerse a la idea de un conflicto de civilizaciones recordando a todos que no existe más que una civilización: la civilización humana.