ROMA, martes, 20 septiembre 2005 (ZENIT.org).- Los católicos están tan acostumbrados a vivir el milagro de la misa que pueden dejar de sorprenderse.
En esta entrevista el padre Juan Javier Flores, OSB, presidente del Pontificio Instituto Liturgico de Roma y uno de los participantes al Sínodo de Obispos sobre la Eucaristía, redescubre con los lectores de Zenit el misterio de la liturgia.
En esta conversación, la primera de una serie, responde a algunas de las preguntas más fundamentales que toda persona, creyente y no creyente, se hace sobre el sacramento.
El padre Juan Javier es benedictino del Monasterio de Silos y actualmente es el presidente de la Fundación del Pontificio Instituto Litúrgico (PIL) de los Estados Unidos.
–¿Qué es la Misa?
–P. Flores: La Misa es la Cena del Señor. La Misa es la celebración del Misterio Pascual de Jesucristo. Cristo instituyó la Eucaristía el Jueves Santo en el Cenáculo en el marco de la Pascua hebrea, para dejar a todos los cristianos la nueva Pascua con su presencia salvadora, hasta el final de los tiempos.
La Cena de Cristo va unida a la Cruz redentora, por eso la Cena es la anticipación ritual del sacrificio de la Cruz que nos llega a nosotros en forma de banquete y de esta forma tenemos los tres elementos que son fundamentales en toda Misa o Eucaristía: el sacrificio de Cristo, el memorial de su muerte y resurrección y el banquete festivo donde comemos el cuerpo de Cristo y bebemos su Sangre.
De este modo se manifiesta con claridad como la Misa o Cena del Señor es a la vez e inseparablemente:
–Sacrificio en el que se perpetúa el sacrificio de la cruz
–Memorial de la muerte y resurrección del Señor
–Banquete sagrado, en el que por la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor comemos el Cuerpo y bebemos la Sangre de Cristo.
–¿Alguna de estas dimensiones (sacrificio, memorial, banquete) es más importante que otra?
–P. Flores: Estas tres dimensiones de la Eucaristía son inseparables. El sacrificio perpetúa la muerte sacrificial de Cristo en la cruz.
El memorial nos transmite y actualiza esta muerte de Cristo a través de los siglos y el banquete nos transporta al cenáculo donde Cristo instituyó la Eucaristía anticipando ritual y sacramentalmente el sacrificio de la cruz.
Es necesario que el misterio eucarístico sea considerado en su totalidad bajo sus diversos aspectos, de modo que brille ante los fieles con el esplendor debido y se consiga aquella comprensión que el Concilio Vaticano II ha propuesto a la Iglesia.
La constitución de liturgia en su número 47 lo dice con claridad y precisión: «Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que iba a ser entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual Cristo es nuestra comida, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura».
Se trata de un texto denso y sintético, una magnífica síntesis de la fe eclesial en el santísimo Sacramento de la Eucaristía. Ciertamente es digno de subrayar la voluntad específica que tiene el citado texto de acentuar el carácter objetivo y concreto de las palabras de Cristo: «haced esto en memoria mía».
Se trata de un memorial, es decir, de un hecho salvífico que se actualiza cada vez que se repite. Además la Eucaristía es confiada a la Iglesia, esposa de Cristo y perenne depositaria del memorial del Señor. La Eucaristía es la garantía entregada a la Iglesia por su Señor.
La Eucaristía es el memorial de la muerte y resurrección de Jesucristo. En ella se hace memoria de la «bienaventurada pasión, de la resurrección de entre los muertos y de la gloriosa ascensión a los cielos» de Cristo Jesús.
–¿Qué relación tiene con la Pascua judía?
–P. Flores: De todo esto se deduce que la Eucaristía es el centro y la síntesis del Misterio Pascual de Cristo y por eso el centro y la cumbre de toda la vida cristiana.
El texto del Vaticano II es heredero de otros textos del concilio de Trento. Ya Trento, siguiendo la tradición apostólica y patrística, había visto en la muerte de Cristo el cumplimiento del hecho pascual antiguo y había distinguido el rito pascual hebreo del hecho memorial celebrativo de Jesucristo.
Pero a su vez esta relación entre la Pascua judía y la muerte de Cristo está presente en los mismos relatos evangélicos, así en Mateo 26, 2: «ya sabéis que dentro de dos días se celebra la fiesta de la Pascua, y el Hijo del hombre será entregado para que lo crucifiquen». Y en Juan 13, 1: «Era la víspera de la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que había llegado la hora de dejar este mundo para ir al Padre…»
Toda la fuerza liberadora, salvífica y espiritual de la antigua Pascua judía ha pasado a la Pascua cristiana que en la Eucaristía encuentra su plena realización, pero con la novedad fundamental y el componente básico que da el mismo Cristo el cual le ha dado un nuevo significado, asumiendo y continuando el anterior.
El rito pascual judío prolongaba en el tiempo la Pascua del Éxodo que era la liberación de Israel y su elección para pueblo santo. Ahora Cristo ve en su sacrificio pascual la plena y total liberación del hombre, su redención de la esclavitud, su elevación a la santidad.
La Iglesia, perpetuando en el tiempo esta Pascua, antigua y nueva, ha recogido todo su potencial liberador, ofreciéndolo a todo hombre. Y como la Pascua judía había pasado a un rito, es decir se había ritualizado y cada año se hace memorial de ella, así ocurrirá con la Pascua-muerte de Cristo, ritualizada sacramentalmente en nuestra Eucaristía.
Para Cristo, su muerte es la verdadera Pascua, su paso del mundo al Padre, un paso en el que va incluida la redención plena de los hombres. Para los cristianos esta Pascua es el origen de su existencia, porque es el origen de la Iglesia, nacida del costado de Cristo.
La Eucaristía es la continuación del misterio de Cristo; el momento en el que el mismo culto que Cristo ha dado al Padre pasa a ser nuestro culto, participado ahora por nosotros.
La Eucaristía como sacrificio pascual de Cristo, de su muerte y resurrección, refleja en sí toda la realidad de la Iglesia, la sintetiza, la concreta, la representa, es su fuente y cumbre.