ROMA, sábado, 24 septiembre 2005 (ZENIT.org).- La vida social y pública necesita de un elemento religioso, insistía Benedicto XVI durante su audiencia semanal del pasado miércoles, 14 de septiembre. «En el centro de la vida social de una ciudad, de una comunidad, de un pueblo, debe estar una presencia que evoca el misterio de Dios trascendente», afirmaba. «El hombre no puede caminar bien sin Dios, debe caminar juntamente con Dios en la historia»
En numerosas ocasiones Benedicto XVI ha hablado sobre la valiosa contribución que el cristianismo y los creyentes pueden hacer a la sociedad actual. Durante uno de sus recientes alocuciones, el 12 mayo ante el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, el Papa declaró que la Iglesia continuaría proclamando y defendiendo «sin cesar los derechos humanos fundamentales», que en muchos países son con frecuencia violados.
Consciente de los enfrentamientos que algunas veces surgen cuando la religión y la política interaccionan, el Pontífice explicó que en esta actividad la Iglesia «no pide ningún privilegio para sí, sino únicamente las condiciones legítimas de libertad y de acción para cumplir su misión». A su vez la Iglesia trabajará para salvaguardar la dignidad de toda persona y trabajar por el bien común, afirmaba.
El 24 de junio, durante su visita al presidente italiano Carlo Ciampi, el Papa trató específicamente el tema de las relaciones iglesia-estado, defendiendo el papel de la religión en un estado secular y moderno. «Cristo es el Salvador de todo el hombre, de su espíritu y de su cuerpo, de su destino espiritual y eterno, y de su vida temporal y terrena», afirmaba el Santo Padre. «Así, cuando su mensaje es acogido, la comunidad civil se hace también más responsable, más atenta a las exigencias del bien común y más solidaria con las personas pobres, abandonadas y marginadas».
Citando la constitución «Gaudium et Spes» (No. 76) del concilio Vaticano II, Benedicto XVI observaba que tanto la Iglesia como el Estado son autónomos e independientes. Sin embargo, tienen en común su interés por la persona humana, aunque de diversa forma.
Hay lugar, continuaba el Papa, para «una sana laicidad del Estado». Esto no significa, sin embargo, que se deba excluir la religión de su válido papel en temas éticos. El Santo Padre indicaba al presidente italiano que la «Iglesia desea mantener y promover un espíritu cordial de colaboración y entendimiento al servicio del crecimiento espiritual y moral del país».
Cualquier intento de debilitar los lazos históricos que desde hace mucho tiempo unen al cristianismo con la sociedad de hoy, no sólo sería dañoso para la Iglesia, sino también para Italia, advertía el Papa.
Peligros de la secularización
En algunos discursos a los nuevos embajadores que presentan sus credenciales, el Papa ha vuelto al tema de religión y estado. Hablando el 16 de junio a Geoffrey Kenyon Ward, de Nueva Zelanda, el Papa mencionaba que «en muchas partes del mundo se está llevando a cabo un inquietante proceso de secularización».
«Cuando se corre el riesgo de que se olviden los fundamentos cristianos de la sociedad», afirmaba, «resulta cada vez más difícil la tarea de preservar la dimensión trascendente presente en toda cultura y de fortalecer el ejercicio auténtico de la libertad individual contra el relativismo».
Quizás pensando en que Nueva Zelanda acaba de dar reconocimiento oficial a las uniones del mismo sexo, el Papa subrayaba la necesidad de «recuperar una visión de la relación entre la ley civil y la ley moral que, tal como la propone la tradición cristiana, también forma parte del patrimonio de las grandes tradiciones jurídicas de la humanidad». En este sentido, continuaba, podemos ver cuáles son los límites a las reivindicaciones de derechos, que deberían estar unidas a los conceptos de verdad y libertad auténtica.
Y el 25 de agosto, dirigiéndose al nuevo embajador de Venezuela, Iván Guillermo Rincón Urdaneta, el Papa observaba la antigua y honda tradición católica en esta nación, y sus constantes esfuerzos por ayudar a la población.
Dadas las amargas divisiones en el país, así como las tensiones entre los líderes de la Iglesia y las autoridades venezolanas, el Pontífice subrayaba que el diálogo, el respeto, el perdón y la reconciliación son esenciales.
La Iglesia, observaba, no puede dejar de proclamar y defender la dignidad humana. «Reclama poder disponer, de modo estable, del espacio indispensable y de los medios necesarios para cumplir su misión y su servicio humanizador», añadía el Santo Padre.
Además, mejorar la cooperación iglesia-estado permitiría a ambos dar un mejor servicio a la población. Benedicto XVI explicaba al embajador venezolano que la Iglesia necesita libertad para ejercer su misión y guiar a los fieles. A su vez, el estado nada debe «temer por la acción de la Iglesia, que en el ejercicio de su libertad sólo busca llevar a cabo su propia misión religiosa y contribuir al progreso espiritual de cada país».
Al día siguiente, hablando al nuevo embajador de Paraguay, Gerónimo Narváez Torres, el Papa animaba a la población del país a que desarrollara una democracia «verdadera». Es decir, afirmaba, aquella en la que la nación «se inspira en los valores supremos e inmutables y hace posible que el acervo cultural de las personas y el progresivo desarrollo de la sociedad responda a las exigencias de la dignidad humana».
Benedicto XVI también citó la encíclica «Centessimus Annus» del Papa Juan Pablo II, observando que «una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia» (No. 46).
Cimientos morales
Con los sacerdotes y los obispos, Benedicto XVI también ha tratado con frecuencia el papel de la religión en la vida pública. En un discurso el 2 de julio a los obispos de Zimbabwe en visita en Roma, mencionó las recientes elecciones nacionales en su país.
El Papa animaba a los obispos a seguir teniendo «un liderazgo claro y unido». También observaba el acierto de lo expresado por ellos en una reciente declaración pastoral, al decir que «la responsabilidad por el bien común exige que todos los miembros de la comunidad política colaboren a fin de poner firmes cimientos morales y espirituales para el futuro de la nación».
El 25 de julio, durante una alocución al clero de la diócesis de Aosta, al norte de Italia, el Pontífice comentó que en ocasiones «se comprende que mucha gente tenga la impresión de que se puede vivir sin la Iglesia, a la cual presentan como algo del pasado».
Pasó a explicar que sólo los valores morales y las convicciones fuertes dan la posibilidad de vivir y construir el mundo. «Si no existen las fuerzas morales en los corazones y no se está dispuesto a sufrir también por estos valores, no se construye un mundo mejor; al contrario, el mundo empeora cada día; el egoísmo lo domina y destruye todo».
Esta fuerza moral, explicaba el Papa, debe enraizarse en el amor. «Al final sólo el amor nos hace vivir y el amor es siempre también sufrimiento: madura en el sufrimiento y da la fuerza para sufrir por el bien sin tener en cuenta nuestro momento actual».
Benedicto XVI se mostraba esperanzado de que aumente la conciencia de la importancia de esta verdad, y animaba a los sacerdotes a ser pacientes en su tarea de comunicar este mensaje a la gente, y continuar un activo diálogo con el mundo secular.
Durante su homilía el 15 de agosto, Solemnidad de la Asunción, el Papa habló de la necesidad de que Dios esté presente en la vida pública. Esta presencia – por ejemplo, con la cruz que está presente en muchos edificios públicos italianos – es importante, «porque sólo si Dios está presente tenemos una orientación, un camino común; de lo contrario, los contrastes se hacen i
nconciliables, pues ya no se reconoce la dignidad común».