Resurge la Iglesia en Estonia

Habla el primer obispo ordenado en el país tras la segunda guerra mundial

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TALLIN, martes, 27 septiembre 2005 (ZENIT.org).- Tras las décadas del frío invierno soviético, la Iglesia católica en Estonia está resurgiendo. Prueba de ello es la ordenación, el 10 de septiembre, de su primer obispo tras la segunda guerra mundial, monseñor Philippe Jourdan.

El anterior arzobispo católico residente en Estonia fue monseñor Eduard Profittlich S.J., martirizado en 1942 en el campo de concentración soviético de Kirov.

En esta entrevista concedida a Zenit, monseñor Jourdan, de 45 años, de origen francés, confiesa sus desafíos y esperanzas.

–¿Cuáles son los principales desafíos para la Iglesia católica en Estonia?

–Monseñor Jourdan: En cierta medida, todo es un desafío para la Iglesia católica y para el cristianismo en general en un país como Estonia. Después de varios siglos de prohibición o limitaciones, la Iglesia sólo pudo reanudar libremente su actividad en los años veinte del siglo pasado, actividad que fue rápidamente aplastada por la invasión soviética. Después de quince años de libertad, pero también de una fuerte influencia materialista llegada de Occidente, tan sólo el 30% de los estonios se consideran creyentes, y una pequeña parte católicos.

Pero para nosotros esto podría ser también una oportunidad. El cristianismo en los Países Bálticos ha sufrido siempre por ser considerado como importado y, en cierta medida, impuesto por una potencia ocupante, ya fuera Alemania, Suecia o Rusia. La situación actual no se parece en nada a la de la Edad Media, recuerda más bien a la de los primeros cristianos del Bajo Imperio Romano. Nosotros también somos una pequeña minoría, en medio de una sociedad muy secularizada y apresada por la duda y todo tipo de miedos.

Nos corresponde mostrar que el cristianismo no se impone con la espada y el fuego, como decía una cierta propaganda, sino con el amor y la paz.

–¿Cómo son las relaciones con el resto de las confesiones cristianas?

–Monseñor Jourdan: La Iglesia católica forma parte del Consejo de las Iglesias de Estonia, del que actualmente soy vicepresidente. Tratamos de ofrecer un testimonio común de vida cristiana. De hecho, mi lema episcopal, inspirado en las obras de san Josemaría, «Omnes cum Petro ad Jesum per Mariam», quiere recalcar las pasiones que tenemos en común con los protestantes y los ortodoxos, la búsqueda de Cristo, el amor por su Madre, así como el deseo todavía no realizado de que seamos un día un solo rebaño con un solo pastor.

–¿Cómo ha sido acogida la noticia de su ordenación episcopal por las autoridades del país?

–Monseñor Jourdan: Ha superado todas mis expectativas. El presidente de la República, su predecesor, el primer ministro y varios ministros nos honraron con su presencia. Y creo que esta presencia era sumamente significativa. El diario principal del país se atrevió a decir que se traducía en una «expectativa» del pueblo estonio.

Pidamos a Dios que esta expectativa crezca y que sepamos responder a ella. Lo más extraordinario fue la reacción de muchas personas, católicas y también luteranas, ortodoxas o sin religión, una reacción llena de cariño y de alegría por el hecho de que finalmente hay un obispo católico residente en Estonia después de setenta años. Esta consagración ha sido un signo de una esperanza cristiana viva y entusiasta. Es lo que ha impresionado más profundamente a la sociedad estonia.

–¿Cómo es posible testimoniar a Cristo tras décadas de adoctrinamiento ateo?

–Monseñor Jourdan: Ante todo gracias al heroísmo de sacerdotes, religiosos y laicos que mantuvieron la llama de la fe durante los duros años de la ocupación soviética. Pienso en particular en mi predecesor, el arzobispo Eduard Profittlich S.J., fallecido en 1942 en los campo soviéticos. Después, a partir de la independencia, gracias a la abnegación y al sacrificio de nuestros sacerdotes, religiosos y laicos que, en circunstancias difíciles tanto a nivel material como de ambiente espiritual, han vuelto a dar vida con paciencia a las parroquias, en su gran mayoría destruidas, han retomado el contacto con las familias católicas, han acogido y formado a los catecúmenos, han impartido los sacramentos, etc.

Este trabajo continúa actualmente a pesar de los pocos medios con que contamos. Con frecuencia, el que cosecha no es el que siembra. Pero la recompensa que esperamos es la que Dios da. Por este motivo vemos al futuro de la Iglesia católica en Estonia con una gran esperanza. En cierto sentido, es la benjamina, la comunidad católica más reciente en Europa.

–¿Hay vocaciones?

–Monseñor Jourdan: El problema de la Iglesia católica en todos los países de la Europa luterana es ciertamente el pequeño número de vocaciones autóctonas. Es también el problema de la Iglesia en Estonia. Al mismo tiempo, si prestamos atención, comienzan a darse signos de esperanza. De nuestro pequeño número de católicos han salido ya tres sacerdotes estonios, dos monjes, un seminarista, sin olvidar dos sacerdotes dominicos originarios de la minoría de habla rusa. ¡Proporcionalmente más que en Europa occidental! Por varios motivos, la mayoría de ellos se encuentran en estos momentos fuera de Estonia, pero podemos sacar la conclusión de que la idea de entregarse a Dios no es algo ajeno a nuestros jóvenes católicos.

Ciertamente los lectores de Zenit pueden ayudarnos pidiendo al Señor al menos diez seminaristas para Estonia.

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ZENIT Staff

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