Defender la vida humana es un acto de amor que exige amor, aclara el Papa

Una cultura que se basa «en la atención a los demás, sin exclusiones o discriminaciones», asegura

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 5 febrero 2006 (ZENIT.org).- Benedicto XVI explicó este domingo que la defensa de la vida humana, tanto naciente como en su fase terminal, constituye un auténtico acto de amor por toda persona.

Así lo explicó al rezar la oración mariana del Ángelus junto a varios miles de peregrinos en el día en que la Iglesia celebraba en Italia y en otros países la Jornada para la Vida.

Escuchaban al Papa varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano, entre los que se encontraban miembros del Movimiento para la Vida de Italia, quienes estaban acompañados por el cardenal Camillo Ruini, obispo vicario del Papa para la diócesis de Roma y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana.

«Incluso antes de emprender iniciativas operativas, es fundamental promover una adecuada actitud hacia el otro», afirmó el pontífice recogiendo el mensaje central de su primera carta encíclica «Deus caritas est» (Dios es amor).

Según el obispo de Roma, «la cultura de la vida se basa, de hecho, en la atención a los demás, sin exclusiones o discriminaciones».

«Toda vida humana, en cuanto tal, merece y exige ser defendida y promovida siempre», subrayó el Papa hablando desde la ventana de su estudio.

El mismo Papa reconoció que «esta verdad corre el riesgo de ser contradicha con frecuencia por el difundido hedonismo en las así llamadas sociedades del bienestar: la vida es exaltada mientras es agradable, pero se tiende a dejar de respetarla cuando está enferma o experimenta algún tipo de discapacidad».

Ahora bien, según él mismo propuso, «partiendo del amor profundo por toda persona es posible aplicar formas eficaces de servicio a la vida: tanto a la naciente como a la que está marcada por la marginación o el sufrimiento, especialmente en su fase terminal».

El Santo Padre recordó que una de las contribuciones del pontificado de Juan Pablo II, particularmente con la encíclica «Evangelium vitae» (1995) fue la de «enmarcar los aspectos morales en un amplio contexto espiritual y cultural», confirmando «que la vida humana es un valor primario que hay que reconocer, y que el Evangelio invita a respetar siempre».

El pontífice concluyó encomendando a María «a las mujeres que esperan a un niño, a las familias, a los agentes sanitarios y a los voluntarios que se comprometen de diferentes maneras en el servicio a la vida. Rezamos, en particular, por las personas que se encuentran en situaciones de mayor dificultad».

Benedicto XVI también habló de la Jornada para la Vida poco antes al realizar una visita pastoral en la mañana de ese mismo día a la parroquia del Vaticano, la iglesia de santa Ana.

El Santo Padre constató que en estos momentos «dos mentalidades se oponen de manera inconciliable».

«Expresándonos en términos simplificados, podríamos decir –aclaró–: una de las dos mentalidades considera que la vida humana está en las manos del hombre, la otra reconoce que está en manos de Dios».

«La cultura moderna ha legítimamente subrayado la autonomía del hombre y de las realidades terrenas, desarrollando así un perspectiva apreciada por el cristianismo, la de la encarnación de Dios», reconoció.

Pero, como afirmó claramente el Concilio Vaticano II, dijo el Papa, «si esta autonomía lleva a pensar que «la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador» entonces se crea un profundo desequilibrio, pues «la criatura sin el Creador desparece»».

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ZENIT Staff

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