CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 18 febrero 2006 (ZENIT.org).- En su primera encíclica, «Deus Caritas est», Benedicto XVI insiste en que la Iglesia católica y todos los cristianos tiene un valioso papel que jugar para lograr un mundo más justo. Una sección significativa de la segunda parte de la encíclica se dedica a una mirada sobre dónde está la división entre el César y Dios en el ambiente secular de hoy.

El Papa comienza citando las palabras del Concilio Vaticano II, que reconoce la legítima autonomía de la esfera temporal. Pero inmediatamente observa: La política es más que una simple técnica para determinar los ordenamientos públicos: su origen y su meta están precisamente en la justicia, y ésta es de naturaleza ética» (No. 28).

Al decidir qué significa justicia para el estado y cómo puede esta alcanzarse, se abre para la fe un legítimo camino. Aplicar la fe a las cuestiones de la justicia, sostiene el Santo Padre, no significa que haya un intento de imponer la religión a los no creyentes. Más bien, esto puede purificar la razón humana, permitiéndole apreciar mejor las exigencias de la justicia. De la misma forma, la enseñanza social de la Iglesia también se basa en la razón y en la ley natural, y está por lo mismo de acuerdo con la naturaleza de todo ser humano.

Lejos de promover un programa político específico, la Iglesia busca estimular y formar las conciencias de modo que cada persona esté mejor preparada para responsabilizarse en asegurar una sociedad más justa. El quehacer político «no puede ser un cometido inmediato de la Iglesia», añade la encíclica.

La Iglesia no intenta sustituir al Estado. No obstante, «Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia», escribe Benedicto XVI. De hecho, observa, promover la justicia y el bien común «le interesa sobremanera».

Volviendo al tema principal de la encíclica, el Pontífice explica que incluso en una sociedad justa, el amor –la caridad– será siempre necesario. Además, la iniciativa personal, motivada por el amor, es importante para evitar una situación donde todo se deja al estado, que regula y controla todo.

No sólo de pan
Además, este amor, junto con la ayuda material, ofrece sosiego y cuidado del alma. «Una ayuda con frecuencia más necesaria que el sustento material», sostiene la encíclica. No importa lo justas que sean las estructuras sociales, el hombre no vive sólo de pan.

El Papa también distingue entre la institución de la Iglesia y el papel de sus miembros laicos. Corresponde a estos últimos trabajar por una sociedad justa y participar directamente en la vida pública. La caridad debe animar esta actividad, que ha de vivirse como «caridad social» (No. 29).

La encíclica, en el No. 30, también trata brevemente el tema de la globalización. Este proceso significa que la preocupación por nuestro prójimo trasciende ahora los confines nacionales y se extiende al mundo entero. El aumento de los lazos internacionales ha traído consigo una creciente cooperación entre las agencias estatales y las organizaciones de la Iglesia que ha sido fructífera. El Papa también tiene palabras de alabanza para muchas personas que están implicadas en el trabajo voluntario.

Sin embargo, en toda esta actividad, observaba la encíclica, es importante mantener la identidad cristiana. La actividad caritativa de la Iglesia no debe diluirse «en una organización asistencial genérica» (No. 31).

La caridad cristiana debe obviamente incluir los aspectos materiales de ayudar a los demás, incluyendo el asegurar la suficiente competencia profesional. Pero quienes trabajan en las organizaciones de caridad también necesitan usar su corazón, de manera que el compromiso de ayudar a sus semejantes derive de su fe, hecha activa a través del amor.

Esta actividad caritativa debe permanecer independiente de partidos e ideologías y no ser un medio de «proselitismo», insiste el Pontífice. Con respecto a este último punto, la encíclica apunta que el amor es gratuito y no se practica para lograr otros fines.

Esto no significa que debamos dejar a Dios a un lado, añade inmediatamente el texto. La caridad siempre es preocupación por la entera persona, incluyendo su fe. Además, «con frecuencia, la raíz más profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios». Así aunque nunca debamos imponer nuestra fe a los demás, también debemos saber cuándo es tiempo de hablar de Dios.

La misión de la Iglesia
Benedicto XVI ha tocado en muchas ocasiones el tema de las relaciones iglesia-estado y la implicación de los cristianos en política. El 18 de octubre escribió una carta al presidente de la cámara baja del parlamento italiano, Pier Ferdinando Casini, para conmemorar el aniversario de la visita del Papa Juan Pablo II a este organismo legislativo tres años antes.

Benedicto XVI aseguraba a Casini que la Iglesia «no pretende reivindicar para sí ningún privilegio, sino sólo tener la posibilidad de cumplir su misión, dentro del respeto de la legítima laicidad del Estado».

Este legítimo laicismo, observaba, «no está en contraste con el mensaje cristiano, sino que más bien tiene una deuda con él, como saben bien los estudiosos de la historia de la civilización». Por ello, el Papa expresaba su confianza de que el parlamento honrara la memoria de Juan Pablo II promoviendo la persona humana, la familia, las escuelas y la atención a las necesidades del pobre.

Esta actividad política es precisamente llevada a cabo por los miembros laicos de la Iglesia. No obstante, ha observado el Papa en numerosas ocasiones, la Iglesia tiene un importante papel al formarlos para que puedan llevar a cabo esta tarea de forma adecuada.

En una carta con fecha 19 de noviembre al arzobispo de la Ciudad de México, el cardenal Norberto Rivera Carrera, el Santo Padre habló de la necesidad de que los laicos pongan «sus capacidades profesionales y el testimonio de una vida ejemplar al servicio de la evangelización de la vida social, haciéndola al mismo tiempo más justa y adecuada a la persona humana».

Bien común
La carta fue escrita con ocasión de un encuentro reunido para presentar el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. En ella, el Papa observaba que los laicos «necesitan una sólida formación que les permita discernir en cada situación concreta, por encima de intereses particulares o propuestas oportunistas, lo que realmente mejora al ser humano en su integridad y las características que han de tener los diversos organismos sociales para promover el verdadero bien común».

El 3 de diciembre, en un discurso a un grupo de obispos polacos en visita a Roma, el Pontífice volvió sobre este tema. En la labor de proclamar a Dios a la cultura contemporánea «el papel de los laicos es insustituible», insistía el Papa. «Su testimonio de fe es particularmente elocuente y eficaz, porque se da en la realidad diaria y en los ámbitos a los que un sacerdote accede con dificultad».

Benedicto XVI exhortaba a los laicos presentes en la política a «dar un testimonio valiente y visible de los valores cristianos, que hay que reafirmar y defender en el caso de que sean amenazados». Y, añadía: «Lo harán públicamente, tanto en los debates de carácter político como en los medios de comunicación social».

El Pontífice continuó con el tema de los políticos cristianos en su discurso a otro grupo de obispos, el 17 de diciembre. Se debe ayudar a estos políticos a ser conscientes de su identidad cristiana y también de los valores morales universales que tienen su fundamento en la naturaleza humana, explicaba. Esto ha de hacerse de modo que se guíen por su «conciencia cristiana», y lo que hacen en nombre de la Iglesia juntamente con sus pastores. Y así dar al César, y a Dios, lo que se les deba.