CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 29 marzo 2006 (ZENIT.org–Veritas).- El cardenal Antonio María Rouco, arzobispo de Madrid, reconoce que la «ideología laicista», cuando es radical, ha sido y es un obstáculo para el desarrollo artístico de una sociedad.
El purpurado español participó el pasado lunes en la asamblea plenaria del Consejo Pontificio para la Cultura de la Santa Sede, del que es consultor.
El cardenal analizó la relación entre la belleza artística producida por el cristianismo y la evangelización, como explica en esta entrevista concedida a Veritas.
–Acaba de culminar la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la Cultura que se reúne bajo el tema la vía de la belleza como «camino privilegiado de evangelización y diálogo». Según su experiencia pastoral, ¿cómo responde la «vía de la belleza», a la evangelización?
–Cardenal Rouco: De dos maneras. Una muy generalizada es la experiencia, por ejemplo, de los turistas en Europa y en todo el mundo. Cuando nos colocan delante de una expresión artística, ya sea arte plástico, escultura o arquitectura, que refleja la historia de la fe cristiana, se suele producir un impacto que va más allá de la simple curiosidad artística, incluso del gozo estético. Muchas veces ésta llega a tocar el corazón del hombre, lo más hondo de sí mismo, y en ese momento de la visita surgirá la inquietud de Dios y la pregunta por la relación personal con Dios.
Otra vía es la de presentar el acceso a la fe como una posibilidad de vivir la belleza a fondo, a algo que va más allá de lo pasajero, de los condicionamientos y circunstancias del tiempo, sin destruirlas sino transcendiéndolas, que nos abre a la necesidad del Dios que nos ama, que nos ha buscado, del Dios-con nosotros. Desde este punto de vista la «via pulchritudinis» («vía de la belleza») es un camino pedagógico excelente para evangelizar.
–Su intervención en esta Asamblea Plenaria se centra en la belleza frente a la «ideología laicista», ¿cuáles son los principales impedimentos que presenta esta ideología que impiden o pervierten el desarrollo de la belleza?
–Cardenal Rouco: La «ideología laicista» cuando se la presenta y se la lleva a la práctica de una forma estricta, es decir, con un rigor intelectual, cultural, político, social, total, se produce un ambiente en el que es muy difícil que el hombre pueda vivir una experiencia de lo bello e incluso de libertad.
Entre la experiencia de lo bello y de la libertad, en el sentido más hondo y noble de la expresión, hay una estrecha relación, como también la hay entre la verdad, el bien y la belleza. No hay crimen bello, ni hay mentira bella. En realidad sólo el bien del hombre en el desarrollo de su plenitud puede ser vivido en su relación con Dios con un sentido de tal totalidad que le lleva al bien.
Desde este punto de vista, la «ideología laicista» presentada y realizada de forma radical, siempre ha sido, es y será un obstáculo enorme para el desarrollo artístico de una sociedad, de un pueblo.
–Usted citó en su intervención la crítica que hiciera en 1948 el historiador Hans Sedlmayr sobre la «pérdida del centro»; ¿Nos podría explicar esta idea?
–Cardenal Rouco: Hans Sedlmayr fue un catedrático de la Universidad de la Capital de Baviera, en Munich, construida después de la segunda Guerra Mundial, fue docente hasta los años sesenta. Tanto en sus clases, como en el libro que cito, «La pérdida del centro», tenía una gran influencia sobre el mundo de los estudiantes y universitarios de la época. Yo tuve la fortuna de acudir a esa Universidad en los años que enseñó el profesor Sedlmayr. Sus libros se han seguido editando hasta después de los años ochenta.
Él hace un análisis nada maniqueo del arte de los años sesenta, ni es todo malo ni es todo bueno, pero sí hace un análisis del arte contemporáneo como síntoma y símbolo de nuestro tiempo. Ese análisis desemboca en una conclusión: el arte contemporáneo a perdido al hombre en la plenitud de su ser, de sus posibilidades de existencia intelectual, interior, personal, social, en la plenitud de la libertad, de la capacidad del hombre de amar, de llegar más allá y trascenderse a sí mismo.
Esto ha tenido unas consecuencias negativas para el valor estético y artístico del arte contemporáneo. A este «no aceptar» la visión del hombre visto, en una expresión suya, en ese momento culminante de la historia que es el hombre-Dios, el Dios hecho carne, a esto le llama perder el centro. El hombre contemporáneo ha perdido su elemento central.
No hace un análisis ingenuo, no quiere reducir el objeto de las expresiones plásticas, escultura, arquitectura, a lo angélico, a una humanidad donde el mal está ausente, sino el hombre visto también desde esa dimensión del pecado y del mal. Pero también el hombre que ha recibido redención, que se le ha dado y se le da, a través de ese hombre que es Hijo de Dios.
Así se explica la tesis de Sedlmayr, que es muy sugerente y con una opinión muy acertada, que se debe tener en cuenta ahora para diagnosticar la situación de nuestro tiempo y para abrir camino a través del arte y de la belleza, al anuncio y a la vivencia del Evangelio.