BUENOS AIRES, viernes, 7 abril 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la disertación que pronunció este jueves el cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, durante la cena mensual de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA).
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Les agradezco la gentil invitación para compartir este momento con Ustedes, personas que trabajan en la comunicación y que, desde un primer momento, están respondiendo a una vocación que se ha ido arraigando en el corazón de cada uno. Ser comunicador no es meramente una función. Va más allá. Se enraiza en ese ámbito de la interioridad donde se gesta el proyecto de vida y se despliega a lo largo del camino de la existencia. Todo hombre y mujer es comunicador pero Ustedes lo son, además, por especial dedicación. Por ello escogí hablar hoy sobre la comunicación tanto en su dimensión humana como también más precisamente en lo que toca a la profesión de Ustedes.
1. La comunicación humana
El fenómeno de la comunicación humana, que en nuestro tiempo ha adquirido una relevancia excepcional, se apoya sobre sorprendentes adelantos tecnológicos pero no es reducible a sólo algo técnico; se trata de un acontecimiento profundamente humano. Los comunicadores cuentan hoy con poderosos medios que les permiten llegar tanto muy lejos en el espacio como también muy profundo en el corazón de los hombres y las mujeres de nuestros pueblos.
Como Ustedes saben bien, no podemos cosificar el gesto comunicador y asemejar al que comunica con el que tira papelitos o reparte volantes en la calle. Comunicar es mucho más que distribuir noticias. Comunicar es la acción de poner algo en común; la comunicación humana entraña establecer vínculos entre las personas. La comunicación social comienza en personas concretas y se dirige a otras personas también concretas y, al establecer relaciones entre ellas, va formando el tejido social sobre el que se construye la vida de la comunidad.
No es suficiente decir que la comunicación es humana cuando se establece entre seres humanos. Fácilmente podemos observar que hay un tipo de comunicación que hace al hombre más plenamente hombre y otras formas que van limitando su capacidad de actuar, sentir y pensar con libertad, con alegría, con creatividad. La comunicación es más humana cuanto más ayuda a los hombres a ser más plenamente humanos.
Y, porque a la Iglesia nada humano le es ajeno, ella observa la comunicación como un fenómeno de extraordinaria importancia; desde el principio de la aparición de los grandes medios ha querido hacer oír su voz sobre estos temas y también ha querido escuchar atentamente la voz de quienes por su experiencia, conocimientos y oficio conocen el mundo de la comunicación. Con humildad la Iglesia quiere ofrecer sus conocimientos y su experiencia a los comunicadores y con sinceridad quiere escucharlos. Creemos que tenemos mucha riqueza para aportarnos mutuamente.
Todos los que estamos aquí sabemos que en este ámbito de la comunicación social se van gestando transformaciones culturales donde las sociedades construyen gran parte de su futuro. De ahí que toda la atención que pongamos en la calidad de la comunicación es poca. No se trata sólo de eficacia, de rating o cantidad de ejemplares vendidos. Es mucho más lo que está en juego. En este mundo que llamamos «de la comunicación» se siembra para un futuro venturoso de comunión o un futuro trágico de desencuentros y rupturas.
2. La verdad
La calidad de la comunicación a la que tanta atención tenemos que prestar está directamente relacionada con un tema insoslayable para todo comunicador: el tema de la verdad. Se trata de una cuestión que merece consideraciones desde diversos puntos de vista: la filosofía, la teología, la filosofía de las ciencias, las ciencias humanas y muchas otras se ocupan de ella. Según los enfoques nos aventuraremos por reflexiones más o menos complejas, pero esa complejidad del tema no nos dispensa de la actitud que se espera siempre de un comunicador: la búsqueda de la verdad. El amor por la verdad.
Los periodistas se presentan siempre ante la sociedad como «buscadores de la verdad». Quien ama y busca la verdad no permite que se la convierta en mercancía y no deja que se la tergiverse o se la oculte. Además, quien realmente se interesa por la verdad está siempre atento a las reacciones de quienes reciben la información, procura el diálogo, el punto de vista diferente. El que busca la verdad es humilde; sabe que es difícil hallarla y sabe también que es más difícil encontrarla cuando uno la busca en soledad. La verdad se encuentra con otros. La verdad se anuncia con otros. Así como falsificar la verdad nos aísla, nos separa, nos enfrenta; buscarla nos une, nos acerca, nos aproxima; y encontrarla nos llena de alegría y nos hermana.
La comunicación, planteada como un espacio comunitario de búsqueda de la verdad, genera bienestar en la comunidad y evita las agresiones. Se mueve entre los conflictos y las situaciones más difíciles sin agregar dramatismo e incomprensiones, con una actitud de respeto por las personas y las instituciones.
3. El bien
Por ser una actividad humana la comunicación tiene otra dimensión: la persona que realmente quiere entrar en comunicación con otra puede hacerlo impulsado por distintas motivaciones. Aquí entramos en el universo de las actitudes. Las hay integradoras, constructivas… y también las hay de signo contrario. Cuando lo que se busca es la verdad entonces también necesariamente se buscará el bien. La verdad y el bien se potencian entre sí. Cuando realmente se busca la verdad se lo hace para el bien. No se busca la verdad para dividir, enfrentar, agredir, descalificar, desintegrar. Sin duda la publicación de algunas verdades puede generar reacciones y conflictos no menores, pero el buen comunicador no actúa para generar ese conflicto o esa reacción, sino para ser fiel a su vocación y a su conciencia. Impulsado por la verdad y el bien encontrará con idoneidad profesional las palabras y los gestos que permitan decir lo que hay que decir de la manera más cuidadosa y eficaz. El comunicador de la verdad parcial, que opta por la parte a costilla del todo, no construye. No es necesario apartarse de la verdad para destacar lo bueno que hay en las personas. Hasta en las situaciones más conflictivas y dolorosas hay un bien para rescatar. La verdad es bondadosa y nos impulsa hacia el bien. El periodista que busca la verdad busca también lo que es bueno. Es tal la unión que existe entre verdad y bien que podemos afirmar que una verdad no bondadosa es, en el fondo, una bondad no verdadera.
4. La belleza
También es bueno recordar en nuestros días que la verdad y el bien van siempre acompañados de la belleza. Pocas cosas hay más conmovedoramente humanas que la necesidad de belleza que tienen todos los corazones. La comunicación es más humana cuanto más bella. Es cierto que según las culturas se diversifica lo que se considera bello en las distintas comunidades humanas. Pero siguiendo las formas de cada cultura es universal la necesidad y el placer de la belleza. Algo grave e inhumano ocurre si en una comunidad se pierde el gusto por lo que es bello. Una señal de alarma aparece en el horizonte cuando la vulgaridad, la vanidad, lo chabacano, no son vistos como tales sino que pretenden reemplazar a la belleza. Se da entonces ese proceso de banalización de lo humano que termina siendo esencialmente degradante.
El comunicador es sensible a la belleza, la intuye y no confunde lo que es bello con lo que está de moda, o sólo es algo «bonito» o simplemente «prolijo». Porque es humana, a veces la belleza es trágica, sorprendente, conmovedora; en algunas oportunidades nos empuja a pensar en lo que no queremos o nos muestra el error en
el que estamos. Los artistas saben bien que la belleza no sólo es consoladora sino que puede también ser inquietante. Los grandes genios han sabido presentar con belleza las realidades más trágicas y dolorosas de la condición humana.
El gran desafío del comunicador que día a día sale a buscar la verdad para luego contarla a otros, es recordar para sí y concretar en su trabajo la realidad de que la verdad, el bien y la belleza son inseparables.
5. Los medios ¿nos acercan o nos alejan?
Resulta casi un lugar común decir que los medios de comunicación han achicado el mundo, nos han acercado unos a otros. De ahí que sea tan fascinante y poderosa la acción y la influencia de los medios en la sociedad y en la cultura.
Ustedes lo saben muy bien. Esta proximidad puede ayudar a crecer o a desorientar. Los medios pueden recrear las cosas, informándonos sobre la realidad para ayudarnos en el discernimiento de nuestras opciones y decisiones, o pueden crear por el contrario simulaciones virtuales, ilusiones, fantasías y ficciones que también nos mueven a opciones de vida.
Me gusta categorizar este poder que tienen los Medios con el concepto de projimidad. Su fuerza radica en la capacidad de acercarse y de influir en la vida de las personas con un mismo lenguaje globalizado y simultáneo. La categoría de projimidad entraña una tensión bipolar: acercarse – alejarse y -a su vez en su interioridad- también está tensionada por el modo: acercarse bien y acercarse mal. Hay que considerarla en todas sus posibilidades combinadas.
La palabra «prójimo» evoca en el cristiano el recuerdo de la parábola del buen samaritano que todos conocemos. Hoy los medios nos hacen «prójimos» de verdaderas multitudes que están al costado del camino como el hombre de la parábola, apaleados y robados, ante los cuales pasan los periodistas. Los muestran, les dan mensajes, los hacen hablar. Entra en juego aquí la projimidad, el modo de aproximarse. El modo de hacerlo determinará el respeto por la dignidad humana y la capacidad constructiva o destructiva de los medios.
Si aplicamos aquí lo que decíamos sobre el bien, la verdad y la belleza podemos fácilmente descubrir que así como a nivel ético aproximarse bien es aproximarse para ayudar y no para lastimar, a nivel de la verdad aproximarse bien implica transmitir información veraz, y a nivel estético aproximarse bien es comunicar la integridad de una realidad, de manera armónica y con claridad. Aproximarse mal, en cambio, es aproximarse con una estética desintegradora, o con el sofisma, o desde una inteligencia sin talento o con un eticismo sin bondad, lo cual escamotea aspectos del problema, o los manipula creando esa desarmonía que oscurece la realidad, la afea y la denigra.
Cuando las imágenes y las informaciones tienen como único objetivo inducir al consumo o manipular a la gente para aprovecharse de ella, estamos destruyendo la projimidad, alejándonos unos de otros. Esta sensación se tiene muchas veces ante el bombardeo de imágenes seductoras y de noticias desesperanzadoras que nos dejan conmocionados e impotentes para hacer algo positivo. Nos ponen en el lugar de espectadores, no de prójimos. El dolor y la injusticia presentados con una estética desintegradora instala en la sociedad la desesperanza de poder descubrir la verdad y de poder hacer el bien en común.
Cuando la noticia sólo nos hace exclamar «¡qué barbaridad!» e inmediatamente dar vuelta la página o cambiar de canal, entonces hemos destruido la projimidad, hemos ensanchado aún más el espacio que nos separa.
Todos los que estamos aquí lo sabemos: hay incluso una manera digna de mostrar el dolor que rescata los valores y las reservas espirituales de un pueblo, que ayuda a superar el mal a fuerza de bien y anima a trabajar hermanados en la voluntad de superación, en la solidaridad, en esa projimidad que nos engrandece abiertos a la verdad y al bien. Se puede mostrar la pobreza y el sufrimiento con belleza y verdad, pues la belleza del amor es alegre sin frivolidad. Pensemos en la belleza de la Madre Teresa de Calcuta cuya luminosidad no proviene de ningún maquillaje ni de ningún efecto especial sino de ese resplandor que tiene la caridad cuando se desgasta cuidando a los más necesitados, ungiéndolos con ese aceite perfumado de su ternura. Cuando pensamos en ella nuestro corazón se llena de una belleza que no proviene de los rasgos físicos o de la estatura de esta mujer sino del resplandor hermoso de la caridad con los pobres y desheredados que la acompaña.
O vayamos a Auschwitz. San Maximiliano María Kolbe, prisionero 16.670, propuesto por Juan Pablo II, por el uso que hizo de los medios de comunicación, como patrono de los periodistas, supo aproximarse a sus compañeros del campo de concentración. Y allí donde estaban los carceleros y verdugos despojando y golpeando, él se hizo prójimo ofreciendo su vida en lugar de un condenado a muerte. Su vida nos señala la dimensión martirial que, necesariamente, tiene toda projimidad.
No es necesario limitarnos a estas personas excepcionales. Hay una hermosura distinta en el trabajador que vuelve a su casa sucio y desarreglado pero con la alegría de haber ganado el pan de sus hijos. Hay una belleza extraordinaria en la comunión de la familia junto a la mesa y el pan compartido con generosidad aunque la mesa sea muy pobre. Hay hermosura en la esposa desarreglada y casi anciana que permanece cuidando a su esposo enfermo más allá de sus fuerzas y de su propia salud. Aunque haya pasado la primavera del noviazgo de la juventud, que tanto exaltan los medios, hay una hermosura extraordinaria en la fidelidad de las parejas que se aman en el otoño de la vida, esos viejitos que caminan tomados de la mano. Hay hermosura, más allá de la apariencia o de la estética de moda en cada hombre y en cada mujer que viven con amor su vocación personal, en el servicio desinteresado por la comunidad, por la patria; en el trabajo generoso por la felicidad de la familia… comprometidos en el arduo trabajo anónimo y desinteresado de restaurar la amistad social… Hay belleza en la creación, en la infinita ternura y misericordia de Dios, en la ofrenda de la vida en el servicio por amor. Descubrir, mostrar y resaltar esta belleza es poner los cimientos de una cultura de la solidaridad y de la amistad social. Es acercarnos. Es hacernos prójimos.
Refundar hoy los vínculos sociales y la amistad social implica, para el comunicador, rescatar del rescoldo de la reserva cultural y espiritual de nuestro pueblo, rescatar y comunicar la memoria y la belleza de nuestros héroes, de nuestros próceres y de nuestros santos. Esta reserva es el espacio de la cultura, de las artes, espacio fecundo donde la comunidad contempla y narra su historia de familia, donde se reafirma el sentido de pertenencia a partir de los valores encarnados y acuñados en la memoria colectiva. Estos espacios comunitarios de ocio fecundo, cuasi sagrado, son ocupados hoy muchas veces con entretenimientos que no siempre engendran verdadera alegría y gozo. La comunicación meramente puntual, carente de historia, no tiene sentido del tiempo y, consiguientemente, no es creadora de esperanza.
Ustedes son comunicadores. A Ustedes se les plantea este desafío de la projimidad: hacerse prójimo para que –a través de esa comunicación de cercanía- se implante la verdad, la bondad, la belleza, que trascienden la coyuntura y la espectacularidad y que, mansamente, siembran humanidad en los corazones.
Buenos Aires, 6 de abril de 2006.
Card. Jorge Mario Bergoglio s.j.