CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 27 abril 2006 (ZENIT.org).- Dios no es un obstáculo para alcanzar la felicidad, como se piensa frecuentemente, sino que por el contrario la garantiza, asegura Benedicto XVI.

Así lo expuso este jueves al encontrarse con los miembros de la Comisión Pontificia Bíblica en la Sala de los Papas del Palacio Apostólico del Vaticano, al concluir su sesión anual dedicada al estudio de la relación entre Biblia y moral.

«Se trata de un tema que afecta no sólo al creyente, sino a toda persona como tal» pues, como el mismo obispo de Roma constató, «el impulso primordial del hombre, de hecho, es su deseo de felicidad y de una vida plenamente lograda».

«Hoy, sin embargo, muchos piensan que esta realización tiene que alcanzarse de manera autónoma, sin ninguna referencia a Dios y a su ley», reconoció.

Es más, siguió ilustrando, «algunos han llegado a teorizar una soberanía absoluta de la razón y de la libertad en el ámbito de las normas morales: estas normas constituirían el ámbito de una ética meramente "humana", es decir, serían la expresión de una ley que el hombre se da autónomamente».

Los promotores de esta «moral laica», recordó, «afirman que el hombre, como ser racional, no sólo "puede" sino que incluso "debe" decidir libremente el valor de sus comportamientos».

El sucesor de Pedro considera que esta convicción es «equivocada», pues se basa «en un presunto conflicto entre la libertad humana y toda forma de ley».

Pero este conflicto no existe, siguió indicando, pues «el Creador ha inscrito en nuestro mismo ser la "ley natural", reflejo de su idea creadora en nuestro corazón, como brújula y medida interior de nuestra vida».

En la acogida del amor «que procede de Dios», subrayó, «la libertad del hombre encuentra su más alta realización».

Por eso, «la ley de Dios no atenúa ni mucho menos elimina la libertad del hombre; por el contrario, la garantiza y promueve».

Para Benedicto XVI, «la ley moral, establecida por Dios en la creación y confirmada en la revelación del Antiguo Testamento, encuentra en Cristo su cumplimiento y su grandeza».

«Jesucristo es el camino de la perfección, la síntesis viva y personal de la perfecta libertad en la obediencia total a la voluntad de Dios», recalcó.

Por ello, concluyó, «la función original de los Diez Mandamientos no queda abolida por el encuentro con Cristo, sino que la lleva a su plenitud».

«Una ética que, en la escucha de la revelación, quiere ser también auténticamente racional, tiene en el encuentro con Cristo, que nos da la nueva alianza, su perfección».

El Papa conocía muy bien a todos los participantes en el encuentro, pues hasta hace un año el cardenal Joseph Ratzinger era el presidente de la Comisión Pontificia Bíblica, en calidad de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.