CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 16 abril 2006 (ZENIT.org).- Este miércoles se celebra un año de la elección de Joseph Ratzinger como obispo de Roma. En esta entrevista concedida a Zenit, Andrea Tornelli, vaticanista del diario «Il Giornale» y de una de las biografías más divulgadas sobre el nuevo Papa, «Benedicto XVI, el custodio de la fe», hace un balance del primer año de pontificado.
–¿Cuáles son las principales diferencias con el pontificado de Juan Pablo II?
–Tornielli: Hay diferencias objetivas, debidas a la edad, Joseph Ratzinger fue elegido Papa a los 78 años, Karol Wojtyla a los 58, y a la formación. Ratzinger es un teólogo que vivía en la Curia desde hacía 23 años, Wojtyla un filósofo que procedía de una diócesis.
La diferencia que más me impresiona es el intento de Benedicto XVI de hacer resplandecer la luz de Cristo; no la luz del Papa, como dijo al día siguiente de su elección, en su mensaje «Urbi et Orbi» leído en la Capilla Sixtina: esto significa reducir las apariciones públicas del Papa, por ejemplo, dejando de presidir las beatificaciones, y sobre todo introduciendo una práctica como la adoración eucarística al final de las grandes celebraciones, como sucedió, por ejemplo, en la Jornada Mundial de la Juventud.
Benedicto XVI ha cambiado también la manera de gobernar la Curia: estudia personalmente todos los dossieres de los nombramientos episcopales; ha reintroducido las reuniones de Jefes de Dicasterio para discutir temas que le preocupan particularmente; a veces trata directamente con las congregaciones, que han recobrado protagonismo, sin pasar por la Secretaría de Estado. Wojtyla hablaba más con gestos; Ratzinger con palabras. Wojtyla era más comunicativo, Ratzinger más comedido. Wojtyla estaba más proyectado en una dimensión planetaria, Ratzinger parece mirar más hacia Europa y al riesgo de que pierda su identidad.
Pero desde el punto de vista doctrinal se da una continuidad absoluta.
–¿Cuáles serán las líneas fundamentales del pontificado de Benedicto XVI?
–Tornielli: Creo que son el anuncio de la fe cristiana como un acontecimiento de salvación y no como una serie de dogmas, de normas morales, de prohibiciones, de ritos: pudimos verlo en Colonia, el año pasado. El dato destacado es el de la alegría, de la que habla continuamente el nuevo Papa. El cristianismo es encuentro con la belleza, es la posibilidad de una vida más auténtica, más bella, más entusiasmante. El cristiano no rechaza nada de lo que es verdaderamente humano, no tiene que renunciar a algo, sino que encuentra una vida más plena.
–En este sentido, ¿cómo ve usted la encíclica «Deus caritas est»?
–Tornielli: Ha sido un inicio excepcional. Muchos de los que querían «reclutar» a Benedicto XVI para hacer de él un símbolo de proyectos políticos orientados a reafirmar la identidad de Europa alzando muros contra el Islam se esperaban una encíclica programática contra el relativismo o a favor de la identidad cristiana. Por el contrario, el Papa ha sorprendido a todos hablando del amor de Dios. Amor y misericordia son la otra cara de la palabra alegría.
–¿Cómo cambiará el gobierno de la Curia?
–Tornielli: Lo ha dicho y escrito en varias ocasiones: la Curia romana se ha hecho demasiado grande y se ha burocratizado demasiado. Hay organismos que para justificar su existencia tienen que publicar documentos y de este modo aumenta la mole de papeles. «El Verbo se hizo papel», dice un chiste que puede aplicarse a la Iglesia de nuestros días.
Benedicto XVI, que en una entrevista televisiva anunció que no quiere escribir muchos documentos, por considerar que su tarea es la de hacer asimilar el magisterio de su predecesor, este año no ha publicado la «Carta a los sacerdotes con motivo del Jueves Santo» y sin embargo ha comenzado a reestructurar la Curia, uniendo dos Consejo Pontificios. Me imagino que continuará con estas uniones y simplificaciones para liberar energías que no se utilizan bien entre los papeles y sobre todo para hacer una Curia romana más «ligera» y funcional.