COCHABAMBA, sábado, 29 abril 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la parte final de la intervención que pronunció este viernes el cardenal Julio Terrazas, arzobispo de Santa Cruz, presidente de la Conferencia Episcopal de Bolivia, al inaugurar la asamblea del episcopado.
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Estamos en pleno proceso de dar a Bolivia una nueva fisonomía. Hoy la Constituyente es el nuevo referente obligado para expresar temores o esperanzas de algunos, ilusiones de otros. También no faltan quienes creen que se trata de alguna fuerza mágica que soluciona todos los problemas.
El camino de la Constituyente tiene que recorrerse desde principios, valores, derechos y deberes inspirados en lo auténticamente humano y cristiano. Así surgirá una Bolivia nueva estructurada sobre sólidos cimientos. Ese es un mandato histórico: se trata de «construir una Bolivia para todos» que exige racionalidad, respeto, serenidad y libertad, sin presiones y amenazas, abiertas o veladas.
La Constituyente no es pues un producto de uso barato y rápido, no hay que rebajarlo para venderlo al por mayor. Hay que elegir entre el bienestar auténtico o la superficialidad. No olvidemos que la inmediatez, que encandila, elimina la riqueza y la profundidad de la vida de cada día.
Las elecciones de los constituyentes exigen en cada votante saber que está en juego el porvenir del país, y por lo tanto hay que actuar con responsabilidad, guiados por el bien común y sin dejarse llevar por pasiones e intereses mezquinos. Se pierde el sentido de la lucha por el bien cuando se «trivializan» las cosas importantes.
Tenemos grandes motivos esperanzadores para no dudar que pueda surgir un país como lo sueñan todos. Pero la futura Constitución, por si sola, no basta para solucionar los graves problemas que nos aquejan: pobreza, exclusión, éxodo de miles de compatriotas, centralismo, injusta distribución de los bienes y de la tierra, corrupción y prebendalismo.
Preocupa que, ya en estos primeros meses del año, se reaviven las mismas maneras de actuar que, en el pasado, produjeron muerte y dolor. El inmediatismo, el uso de la fuerza, las presiones, la falta de respeto de los derechos de los demás y el jugar con las posibilidades reales del país desplazan a la razón y al sentido común.
Sin duda, se incrementa también la incertidumbre y desorientación con las contradicciones entre los mismos responsables del gobierno. Declaraciones o acciones que necesitan constantes esclarecimientos, desvirtúan la fuerza de los ideales buscados. Es peligroso pensar que, la Bolivia nueva va a nacer ignorando los principios básicos de respeto a las leyes y convenios, que benefician al pueblo mismo en sus necesidades básicas y bienestar humano.
Ante esta lógica de muerte y esclavitud, el Misterio de la Pascua es proclamación de vida y liberación en Cristo Resucitado: «Mataron al autor de la vida, pero Dios lo resucitó y nosotros somos testigos de ello.» Nos corresponde como a Pastores seguir anunciando que la muerte no tiene la última palabra, que el autor de la vida, no quedó clavado en la cruz o encerrado en el sepulcro. El Padre lo resucitó para su gloria y para nuestra vida.
Pascua no es un hecho del pasado ni una reflexión piadosa lejana de la realidad. Irrumpe con fuerza en las personas, comunidades y sociedad, abarcando todos los ámbitos de la vida. Esta presencia del Resucitado es el nuevo dinamismo que, desde dentro, es capaz de liberarnos de las ataduras del pecado y de la muerte, para «hacer nuevas todas las cosas» (cfr. Ap 21,5).
Es desde el cambio y la renovación interior de cada uno de nosotros bolivianos que podremos revertir esta situación de inercia, desesperanza, esclavitud y muerte. Esta fuerza renovada de Cristo, desde nuestra adhesión personal y comunitaria, tiene que impregnar todas las estructuras civiles y sociales, como fermento en la masa, para que podamos deponer actitudes de confrontación y enemistad, y asumir otras de tolerancia, respeto y escucha, alcanzando un verdadero entendimiento y convivencia fraterna entre todos.
Como cristianos, llamados a ser testigos del Resucitado, tenemos una responsabilidad grande en este momento presente de la historia de Bolivia, estamos llamados a ser testigos del Dios de la vida, del Dios liberador y del Dios de la esperanza. El mismo Dios que resucitó a Jesucristo es aquel que no sólo nos llama, sino que nos da la fuerza para el cambio, para levantarnos y salir de los sepulcros, dejar los cementerios y las sombras de muerte, para ser hijos de la luz y gozar de la plenitud de la vida en El.
Como siempre, encomendamos este trabajo y estas esperanzas de la Iglesia y del querido pueblo de Bolivia, a nuestra Madre la Virgen María, que acompañó a su Hijo al pie de la cruz, fue testigo fiel y gozosa de la Resurrección y animó a los apóstoles en el Cenáculo al momento de la efusión del Espíritu Santo.