JERUSALÉN, lunes, 10 julio 2006 (ZENIT.org).- En el Monte Nebo (Jordania), desde cuya cima Moisés vio la Tierra Prometida sin poder pisarla, se erigirá canónicamente una comunidad franciscana.
Así lo confirma el Custodio de Tierra Santa, el padre Pierbattista Pizzaballa OFM, en su carta del pasado sábado dirigida a todos los religiosos de la Custodia.
«Desde hace mucho tiempo en la Custodia existía el deseo de hacer algo en aquel centro tan bello, además de importante y extremadamente significativo», escribe el franciscano.
«La llegada de nuevos misioneros a Tierra Santa nos ha permitido reforzar nuestra presencia en Jordania, en nuestro único santuario ligado a un recuerdo del Antiguo Testamento y que ya se ha convertido en meta continua de peregrinación», comunica.
Fue en 1932 cuando la Custodia de Tierra Santa adquirió las tierras del Monte Nebo. Cada año en el lugar se desarrollan campañas de excavación arqueológica dirigidas y fomentadas por los franciscanos bajo la guía está del padre Michele Piccirillo, explica una nota de la Custodia de Tierra Santa.
Ahora, por primera vez, en el convento adyacente al santuario será erigida canónicamente una fraternidad que vivirá en la montaña santa.
La comunidad está formada por tres hermanos representantes de tres nacionalidades y continentes diferentes: el hermano Fabián, australiano; el hermano Simón, italiano y el hermano Salem, sirio.
Revivirán la vida contemplativa y de oración, unida a la acogida de peregrinos, apunta la Custodia.
En el Monte Nebo –subraya la Custodia– se encuentra el único Santuario de la Custodia en Jordania y el único que, a las puertas de Tierra Santa, está unido al Antiguo Testamento.
Fiel a su misión de conservación y preservación de los lugares santos, el Discretorio de la Custodia de Tierra Santa, tras su reunión de principios de mes, ha querido recalcar su deseo de vivir plenamente su vocación también en Jordania.
En el sitio, en un futuro, la Custodia espera acondicionar un lugar de hospedaje y retiro, en especial para la Iglesia local.
El padre Piccirillo, «que ha desarrollado y continuará desarrollando un trabajo precioso en aquel lugar, se ha declarado ya entusiasmado y dispuesto a ayudar a la nueva comunidad a instalarse y a dar sus primeros pasos», concluye el padre Pizzaballa.