MADRID, jueves, 27 julio 2006 (ZENIT.org).- El sacerdote carmelita y profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid), Fernando Millán Romeral considera que el pensamiento judío ofrece un desafío positivo a la idea cristiana de perdón.

El profesor Millán, quien también es profesor de universidades pontificias de Roma, explica en esta entrevista concedida a la agencia Veritas que «el judaísmo moderno ha conservado algunos rasgos esenciales del perdón que nosotros (en ciertos momentos y en ciertos lenguajes, incluso con la mejor intención) hemos podido descuidar».

Concretamente considera que el concepto de «perdón» judío podría ayudar a los cristianos a superar la tentación de «banalizar» el sentido del sacramento de la reconciliación, superando la «crisis de los confesionarios».

--¿Podría explicar el concepto de perdón para los judíos? ¿Por qué es tan importante para ellos?

--Fernando Millán: En primer lugar, habría que decir que el concepto de perdón es muy importante no sólo para el judaísmo sino para todas las religiones. Más aún, es una experiencia tan esencial que (bien o mal entendida) está presente en toda manifestación cultural, en el debate político, en la vida familiar, etc.

En el judaísmo, el perdón es concebido de forma muy similar a la que tenemos los cristianos (no en vano nosotros heredamos de ellos, entre otras muchas cosas, también la idea del perdón).

Quizás –y esto es de lo que yo suelo hablar- el judaísmo moderno ha conservado algunos rasgos esenciales del perdón que nosotros (en ciertos momentos y en ciertos lenguajes, incluso con la mejor intención) hemos podido descuidar.

Por ello, creo que pensadores como Vladimir Jankélévitch o experiencias como la que nos cuenta Simon Wiesenthal en su obra El Girasol (traducida al castellano como Los límites del perdón) pueden ayudarnos a replantearnos nuestra imagen del perdón, la imagen que a veces se maneja en la teología y en la catequesis.

--¿Cree que el cristianismo -o más bien los cristianos- han abandonado ese concepto de la conversión y que el concepto de perdón se ha convertido en algo, diríamos, "jurídico" (culpa, pena, etc.)?

--Fernando Millán: Creo que no. El creyente que se toma medianamente en serio su fe está oyendo hablar casi constantemente de conversión y de perdón. Lo que quizás ha podido pasar (al menos en ciertos ambientes) es que por predicar a un Dios misericordioso (como no podía ser de otra manera) hemos olvidado que el perdón supone una «vuelta» hacia Dios, una conversión. Que Dios no llueve perdones o los reparte indiscriminadamente.

Dios perdona siempre y perdona todo. No hay pecado tan grande que no pueda ser perdonado y que Dios no esté deseando perdonar, pero sólo a aquél que quiera ser perdonado y esto supone una serie de elementos (yo no hablaría de condiciones) como el deseo de reparar en la medida de lo posible el mal cometido, el arrepentimiento sincero, la atención delicada a las víctimas de nuestro pecado, etc. Si esto no es así el perdón se convierte en otra cosa.

Lógicamente todo esto tiene sentido cuando hablamos de pecado en sentido fuerte (el verdadero pecado). Si no, este discurso se convierte en una caricatura. Quizás nuestra banalización del concepto de perdón venga de nuestra banalización del concepto de pecado. Cuando se llama pecado a cualquier cosa, al final el verdadero pecado acaba por no ser tomado en serio...

--Algunos teólogos y pastoralistas hablan de una actual «crisis» de los confesionarios. ¿Existe dicha crisis? ¿Cuáles son las causas?

--Fernando Millán: Sí existe, aunque también es verdad que hay grupos cristianos, comunidades, movimientos, etc. de muy diversa orientación que han incluido muy bien este elemento (ineludible) en su caminar y en su vivencia de la fe, pero en términos generales, sí existe esa crisis.

Los motivos son muy variados y muy complejos: desde una pérdida de sentido de pecado en nuestra sociedad (frase que a veces es utilizada de forma un tanto involucionista y desenfocada, pero que encierra gran parte de verdad), a una pérdida de valores y de referentes morales, así como, por otra parte, a una cierta desafección y falta de aprecio por este sacramento en la pastoral y en la praxis cristiana.

Quizás también ha podido influir esa banalización de la que hablábamos antes: cuando un perdón se concede de forma rutinaria, poco significativa, sin consecuencias en la vida real, etc. acaba siendo algo banal y muchas veces, creyentes con una experiencia fuerte de fe, se han alejado de esta práctica.

Asimismo la pobreza litúrgica y simbólica de este sacramento es ya algo crónico (pese a los esfuerzos del nuevo ritual de la penitencia de 1974). Una celebración (por llamarla de algún modo) rancia, invisible, casi momentánea no parece llenar mucho.

En cualquier caso, insisto, las causas son muy complejas.

--La petición de perdón del Papa Juan Pablo II por los errores cometidos por los cristianos en la historia, especialmente hacia los judíos, ¿se acerca este gesto a esta idea de la «conversión»?

--Fernando Millán: Creo que este gesto de Juan Pablo II tiene una grandeza enorme y tardaremos siglos en valorarlo debidamente. Es cierto que algunos creyentes pudieron sentirse desconcertados, e incluso hubo quién se quejó de que nadie pide perdón, sólo los cristianos reconocemos nuestras culpas; pues, (valga la expresión) ¡bendito sea Dios! Por pedir perdón no se pierde talla ni dignidad, todo lo contrario.

Tampoco supone este gesto el mirar de forma negativa 2.000 años de historia, ni muchísimo menos. El Jubileo fue sobre todo una acción de gracias por todo lo que la Iglesia ha recibido a lo largo de estos años y por lo que ha dado al mundo... pero ha habido también infidelidades clamorosas, errores pertinaces, descuidos lamentables... y de eso el Papa, en nombre de toda la Iglesia, pide perdón a Dios.

Creo que cualquier persona de otra tradición religiosa, si mira sin prejuicios este gesto de Juan Pablo II, habrá visto en el mismo algo hermoso y esperanzador.

--¿Qué influencia ha tenido el Holocausto para los judíos contemporáneos?

--Fernando Millán: Dice Jean Améry, pensador judío que ha escrito mucho sobre este tema, que la experiencia del holocausto no es sólo un shemá Israel, sino un shemá mundo. El mundo entero mira sobrecogido la experiencia del holocausto, experiencia que (sin atribuir nunca más valor a la muerte de un ser humano sobre otro) ha tenido unas características tan especiales que la han convertido en un «unicum» de la historia de la humanidad.

Pensemos, por ejemplo, en que se trató de una muerte sistemática, fría, burocrática, y de una persecución en la que no había posibilidad de redención (aunque el judío fuera alto y rubio, aunque fuera cristiano, aunque se afiliara al partido nazi, estaba abocado igualmente al exterminio...).

El holocausto debería hacernos a todos más cautos, más profundos en nuestros análisis políticos. Hoy que se habla con tanta superficialidad en el mundo político, el holocausto es un aldabonazo continuo a nuestras conciencias y un aviso ético ineludible.

-¿Cree que la Shoá ha influido en el diálogo entre judíos y cristianos? En general, actualmente, ¿a qué punto están estas relaciones?

--Fernando Millán: Es una pregunta muy delicada. No olvidemos que el holocausto tiene lugar en países cristianos, aun llevado a cabo por una ideología fuertemente anticristiana. Por otra parte, el pensamiento judío no es unitario. No existe un pensamiento judío único u oficial.

En este sentido creo que cristianos y judíos de buena voluntad, miramos al holocausto con el mis mo estupor y horror. Y miramos también hacia el futuro. Juan Pablo II ha sido un Papa muy positivo en este sentido y Benedicto XVI camina por la misma línea.

Si el cristianismo se muestra respetuoso y dialogante con todas las religiones (sin que ello suponga aceptarlo todo acríticamente, sobre todo en ciertos casos), en el caso del judaísmo esto se da con más claridad e incluso con más facilidad. Nuestra relación con el judaísmo no es simplemente la relación respetuosa entre dos religiones que caminan en paralelo, es mucho más: el cristianismo pierde su sentido si se olvida del judaísmo. Ha sido muy repetida en este sentido la frase de Juan Pablo II («los judíos son nuestros hermanos mayores en la fe») y realmente resume bien esto que estamos diciendo.