El programa de investigación con células madre aprobado por la Unión Europea amenaza la vida

Denuncia el obispo Elio Sgreccia, presidente de la Academia Pontificia para la Vida

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CIUDAD DEL VATICANO, martes, 25 julio 2006 (ZENIT.org).- El programa de investigación con células madre, aprobado por la Unión Europea (UE), constituye una amenaza para la vida de embriones humanos, constata el obispo Elio Sgreccia, presidente de la Academia Pontificia para la Vida.

Según el acuerdo alcanzado este lunes, el séptimo Programa Marco de Investigación de la UE, correspondiente al periodo 2007-2013, dotado con 50.521 millones de euros, prevé la investigación con células madre ya existentes, a condición de que no estén obtenidas por la destrucción de embriones humanos.

Ahora bien, esta limitación, esconde un compromiso inaceptable para la Iglesia, según ha constatado este martes el obispo Sgreccia, quien ha analizado ante los micrófonos de «Radio Vaticano» los elementos que afectan a la bioética en el programa aprobado.

«La decisión del Consejo de ministros se hace explícita con tres afirmaciones. La primera dice que se prohíbe al investigador suprimir al embrión humano para extraer las células deseadas».

«La segunda afirmación, sin embargo, dice que este investigador –y otros investigadores– pueden recurrir a líneas celulares producidas por otros investigadores, investigadores que han suprimido embriones vivos y de ellos ha producido líneas celulares, que después han comercializado».

«Por tanto –explica monseñor Sgreccia–, se establece entre quien vende y prepara las líneas celulares y entre quien compra una coincidencia de intereses. Esta coincidencia de intereses implica desde el punto de vista ético una complicidad, una colaboración, como dicen los moralistas, que no exime de la participación en la responsabilidad de quienes, en primer lugar, ha producido, seccionado los embriones, y comercializado sus células».

«La tercera afirmación dice que se pueden producir protocolos de investigación para la financiación dirigidos a utilizar los embriones ya congelados y que no pueden implantarse en el útero de la madre, si se constata previamente su muerte».

«Ahora bien –responde el obispo–, sabemos que para verificar la muerte de estos embriones congelados es necesario descongelarlos y, al descongelarlos, algunos de ellos mueren, y por el momento no existe una técnica que pueda diagnosticar su muerte».

Por tanto, reconoce, «no queda claro cómo es posible seguir este camino sin provocar la eliminación de embriones. Si el embrión es lo que es, es decir, un ser humano, nos damos cuenta de que estas tres afirmaciones no están en armonía entre sí».

Por este motivo, el prelado ofrece dos consideraciones de carecer «ético-político».

«La primera es que, por este camino, no se salvaguarda el derecho a la vida de estos embriones. Y que es un hecho grave el que Europa, en un Parlamento de esta representación, no reconozca este derecho primordial, el primero de todo los demás, el derecho a la vida».

«Como es grave también –sigue diciendo– el que la legislación autorice la manipulación del ser humano en virtud del principio: “yo mato para sacar ventajas para los demás”», explica.

La segunda consideración presentada por el obispo es la siguiente: «Europa, que en este momento se compromete oportuna y colegialmente para apagar los actos de violencia y de guerra en el cercano Mediterráneo, ha realizado un acto grave de incoherencia, al no oponerse a una investigación destructiva, que es violenta, aunque se ejerza en el inicio de la vida que, sin embargo, es igual a la de todos nuestros hijos, de todos los que hemos venido al mundo».

Por su parte, la edición italiana de «L’Osservatore Romano» del 26 de julio, en un artículo firmado por Marco Bellizi, considera que esta decisión europea es «el macabro producto de un malentendido sentido del progreso».

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ZENIT Staff

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