Declaración del cardenal Etchegaray al concluir su visita al Líbano

BEIRUT, miércoles, 16 de agosto 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la declaración que emitió este 16 de agosto el cardenal Roger Etchegaray, presidente emérito del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, al concluir su visita al Líbano como enviado especial de paz de Benedicto XVI.

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El 14 de agosto, el purpurado vasco-francés se encontró con el presidente de la República libanesa, con el presidente del Consejo de Ministros, con el vicepresidente del Consejo Superior Chií, con el muftí de la República, con el patriarca de los cristianos maronitas, y visitó la sede central de Cáritas-Líbano.

En la mañana del 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, el cardenal presidió la misa en el Santuario de Nuestra Señora del Líbano, en Harissa, con la participación del cardenal Pierre Nasrallah Sfeir, patriarca de Antioquía de los Maronitas.

En la tarde, visitó un centro de refugiados en Haret Sakher y se encontró con el católicos de los Armenos, Aram I.

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He venido a Beirut para celebrar la fiesta de la Asunción d María, rezando en nombre del Papa Benedicto XVI por la paz en el Líbano y en Oriente Medio.

Mi visita coincide con las primeras horas del alto el fuego, algo que ha costado mucho tiempo y energías y que esperamos que sea franco y masivo. Este alto el fuego debe permitir el despliegue de todas las fuerzas de paz. Tenemos que dar las gracias a quienes, en los diferentes niveles nacionales e internacionales, se las ingeniaron para abrir con tenacidad un camino, practicable en la medida en que todos, mano a mano, se comprometan a ello: nadie puede quedar a un lado.

Este camino, largo y abrupto, es también y sobre todo un camino espiritual. Ningún esfuerzo durará si no va acompañado por la paz de los espíritus y los corazones. Hemos pedido por esto a Nuestra Señora de Harissa y el pueblo libanés lo ha comprendido bien, al haber venido en un número tan elevado a pesar de las dificultades.

Sólo la sumisión a Dios nos permitirá romper la lógica del mal en el que se enreda el hombre marcado por la violencia ciega y suicida. Por mis contactos con las autoridades religiosas y políticas, puedo testimoniar que los cristianos y los musulmanes están dispuestos a hacer todo lo posible por reconstruir juntos su país herido. La paz no es la simple asfixia de quienes han peleado; es el aliento puro de una familia que cree verdaderamente que todos sus miembros son hermanos, pues son amados por Dios de la misma manera.

Pienso mucho en los desplazados en el sur del Líbano, que tratan, muchas veces con lágrimas en los ojos, de volver a encontrar su casa y su tierra. Pido a todas las instituciones gubernamentales y no gubernamentales que no detengan sino que intensifiquen la ayuda que durante mucho tiempo seguirá siendo necesaria.

Puedo asegurar que el Papa sigue prestando mucha atención a los sufrimientos y a las necesidades tanto espirituales como materiales de todos los libaneses.

Ahora que las armas se callan, el Líbano podrá hacer sentir mejor que su corazón late siempre por la unidad de la Patria y por la paz entre los pueblos.

[Traducción del original en francés realizada por Zenit]

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ZENIT Staff

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