Annalena Tonelli, laica muerta en Somalia al servicio de los más necesitados

ROMA, domingo, 27 agosto 2006 (ZENIT.org).- Tras las huellas de Charles de Foucauld, más de tres décadas llevaba Annalena Tonelli trabajando a favor de los más necesitados en su hospital del remoto Borama, en Somalilandia -región autoproclamada independiente de Somalia en 1991-, cuando inopinadamente unos hombres le dispararon a la cabeza (Zenit, 6 octubre 2003).

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La muerte de la misionera laica italiana, a la edad de 63 años, tras una hora de agonía, conmocionó al país africano, a su nación de origen y al mundo misionero en general.

Hace un año la agencia misionera de la Santa Sede alertó de que Annalena Tonelli fue víctima de un grupo integrista vinculado a la red internacional que ha entrado en la región africana en los últimos años.

Este verano, el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud recuerda en su web a esta figura del voluntariado, y brinda su testimonio, del que publicamos amplios fragmentos. Se puede leer íntegramente en el enlace www.healthpastoral.org/text.php?cid=408&sec=4&docid=123&lang=sp. Junto al texto se ofrece la explicación del voluntariado en la Iglesia según la doctrina de Juan Pablo II en el enlace www.healthpastoral.org/text.php?cid=403&sec=4&docid=121&lang=sp.

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Me llamo Annalena Tonelli. Nací en Forlí, Italia, el 2 de abril de 1943. Trabajo en el campo de la salud desde hace treinta años, pero no soy médico. Me he graduado en leyes en Italia. Tengo un título para la enseñanza de la lengua inglesa en las escuelas superiores de Kenia. Poseo certificados y diplomas de control de la tuberculosis en Kenia, de Medicina Tropical y Comunitaria en Inglaterra, de Leprología en España. Dejé Italia en enero de 1969. Desde entonces vivo al servicio de los somalíes. Son treinta años los que comparto con ellos. En efecto, siempre he vivido con ellos, salvo pequeñas interrupciones en otros países por causas de fuerza mayor. Desde que era una niña elegí entregarme a los demás: a los pobres, a los que sufren, a los abandonados, a los no amados; así ha sido hasta ahora y confío en que continuaré siéndolo hasta el final de mi vida. Quería seguir sólo a Jesucristo. Nada me interesaba de manera tan fuerte: ÉL y los pobres en ÉL. Por Él hice una elección de pobreza radical… aunque nunca lograré ser pobre como un verdadero pobre… los pobres de los que está llena cada una de mis jornadas. Vivo ofreciendo mi servicio sin un nombre, sin la seguridad de una orden religiosa, sin pertenecer a ninguna organización, sin un sueldo, sin un depósito de aportaciones voluntarias para cuando sea anciana. No estoy casada porque así lo elegí gozosa cuando era joven. Quería ser toda para Dios. No tener una familia propia, era como una exigencia de mi ser. Así ha sido por gracia de DIOS. Tengo amigos que me ayudan lo mismo que a mi gente desde hace más de treinta años. Todo he podido hacerlo gracias a ellos, sobre todo a los amigos de Forlí, del Comité para la lucha contra el hambre en el mundo. Naturalmente, también cuento con otros amigos en varias partes del mundo. No podría ser de otra manera. Las necesidades son grandes. Agradezco a Dios que me ha donado y sigue donándome estos amigos. Somos una cosa sola en dos surcos, diferentes en la apariencia pero iguales en la sustancia: luchamos para que TODOS los hombres sean una cosa sola.

Dejé Italia después de haber servido durante seis años a los pobres de uno de los suburbios de mi ciudad natal, a los niños del orfanato local, a las niñas con discapacidad mental y a las víctimas de grandes traumas en una casa-familia, a los pobres del Tercer Mundo, gracias a las actividades del Comité por la lucha contra el hambre en el mundo a cuyo nacimiento yo había contribuido. Yo pensaba que no habría podido entregarme completamente permaneciendo en mi país… los límites de mi acción me parecían muy estrechos, apagados… Muy pronto comprendí que se puede servir y amar en todas partes; pero ya estaba en África y sentí que era DIOS quien me había llevado allí y allí he permanecido en el gozo y en la gratitud. Partí decidida a «gritar el Evangelio con la vida» siguiendo las huellas de Charles de Foucauld, que había encendido mi existencia. Treinta y tres años después proclamo el Evangelio únicamente con mi vida y arde en mí el deseo de seguir proclamándolo hasta el final. Esta es mi razón de fondo junto con una pasión incontenible desde… siempre por el hombre herido y disminuido sin haberlo merecido, más allá de la raza, de la cultura y del credo. Trato de vivir con extremo respeto hacia «aquellos» que el Señor me ha dado. He asumido hasta donde es posible su estilo de vida. Vivo una vida muy sobria en la vivienda, en el alimento, en los medios de transporte, en los vestidos. He renunciado espontáneamente a las costumbres occidentales. He buscado el diálogo con todos. He dado amor, fidelidad y pasión. El Señor me perdone si pronuncio palabras demasiado grandes.

Prácticamente he vivido siempre con los somalíes, primero con los del noreste de Kenia, después con los de Somalia. Vivo en un mundo rígidamente musulmán. […] He vivido los últimos cinco años en Borama en el extremo noroeste del país, en el confín con Etiopía y Djibouti. Allí no hay ningún cristiano con quien poder compartir. Dos veces al año, cerca de Navidad y de Pascua, el obispo de Djibouti viene a decir la Misa para mí y conmigo.

[…] Vivo profundamente entregada en medio de los pobres, de los enfermos, de aquellos a los que nadie ama. Me ocupo principalmente de control y de curación de la tuberculosis. A Kenia fui como maestra porque era el único trabajo que, al comienzo de una experiencia tan nueva y fuerte, podía desempeñar decentemente sin hacer daño a nadie. Ante la carencia de maestros, fueron tiempos de intensa preparación de las clases de casi todas las materias, de estudio de la lengua local, de la cultura y de las tradiciones, de implicación intensa en la enseñanza convencida como estaba de que la cultura es fuerza de liberación y de crecimiento. Los estudiantes, muchos de mi edad o algo más jóvenes que yo, que habían hecho frente al director cuando se había sabido que estaba a punto de llegar una mujer maestra y le aseguraron que me habrían impedido el acceso a la clase, estuvieron luego involucrados y motivados profundamente. […]

Eran los tiempos de una terrible carestía… he visto morir de hambre a mucha gente… Durante mi existencia, he sido testigo de otra carestía, diez meses de hambre, en Merca, en el sur de Somalia… y puedo afirmar que se trata de una experiencia tan traumatizadora que es capaz de poner en peligro la fe. […]

Mi primer amor han sido los tuberculosos, la gente más abandonada, la más rechazada en ese mundo. Desde hace siglos la tuberculosis está presente en los somalíes. Se piensa que prácticamente toda la población está infectada. Providencialmente sólo un porcentaje de las personas infectadas desarrolla la enfermedad en el curso de su existencia. Me encontraba en Wajir, una aldea desolada en el corazón del desierto del noreste de Kenia, […] los enfermos de tuberculosis se encontraban en un pabellón como desesperados. Lo que más quebraba el corazón era el abandono en que se encontraban, sus sufrimientos sin ningún tipo de consolación. No sabía nada de medicina. Comencé llevando el agua de lluvia que recogía de los techos de la bella casa que el gobierno me había dado como maestra de la escuela media. Iba con los bidones llenos, vaciaba sus recipientes con agua muy salada de los pozos de Wajir, y los llenaba con agua dulce. […] En aquel entonces todo estaba en mi contra. […] Después de algunos años, en la T.B. Mayatta (aldea) cada enfermo, consciente de estar al final, quería que sólo yo estuviera a su lado para morir sintiéndose amado.

[…] En 1976 me pidieron que fuera responsable de un proyecto de la OMS para curar la tuberculosis entre los nómadas, un proyecto piloto en toda África. […] La tuberculosis es el f
lagelo en el mundo somalí. […] La tuberculosis es parte de la gente, de su historia, de su lucha por la existencia. Sin embargo la tuberculosis es estigma y maldición[…]. En Borama cada día continúa la lucha a favor de la liberación de la ignorancia, del estigma, de la esclavitud a los prejuicios.

[…] La vida es esperar siempre, esperar contra toda esperanza, echar a las espaldas nuestras miserias, no mirar las miserias de los demás, creer que DIOS está presente y que ÉL es un DIOS de amor. Nada nos turbe y siempre adelante con DIOS. Quizás no es fácil, antes bien, puede ser una empresa titánica creer de este modo. En muchos sentidos, la fe es una verdadera oscuridad, esta fe que es ante todo don y gracia y bendición… ¿Por qué yo y no tú? ¿Por qué yo y no ella, no él, no ellos? Sin embargo la vida tiene sentido sólo si se ama. Nada tiene sentido fuera del amor. Mi vida ha conocido muchos y muchos peligros, he corrido riesgo de muerte muchas, muchas veces. Durante años he estado en medio de la guerra. He experimentado en la carne de los míos, de los que amaba, y por tanto en mi carne, la maldad del hombre, su perversidad, su crueldad, su iniquidad. Y he salido con una convicción inquebrantable de que lo que cuenta es sólo amar.

[…] Nada me importa realmente fuera de DIOS, fuera de Jesucristo… los pequeños sí, los que sufren, me vuelvo loca, pierdo la cabeza por los retazos de humanidad herida; cuanto más son heridos, más son maltratados, despreciados, sin voz, que no cuentan nada para los ojos del mundo, más los amo yo. Y este amor es ternura, comprensión, tolerancia, ausencia de temor, audacia. Esto no es un mérito. Es una exigencia de mi naturaleza. Pero es cierto que en ellos yo le veo a ÉL, al Cordero de Dios que sufre en su carne los pecados del mundo, que los carga sobre sus hombros, que sufre pero con tanto amor… ninguno está fuera del amor de DIOS.

[…] Si este «ponerme en público» pudiese servir a alguien que no cree, a alguien que no vive dentro de sí mismo esta extraordinaria realidad de que DIOS ama a cada hombre, del más digno de amor a los ojos de los hombres al más paria y despreciado, al hombre malo, al criminal… entonces me pondría de rodillas y bendeciría porque grandes cosas ha hecho en mí Aquel que es poderoso.

[…] Ciertamente Su voz a menudo es pequeña y silenciosa… pero luego ÉL está en la celdita de nuestra alma y no debería ser tan difícil bajar allí y habitar con ÉL. ¿Palabras? NO. Es verdad. Es realidad. Ciertamente, para la mayoría de nosotros será y es necesario hacer silencio, quietud… apagar el teléfono, tirar el televisor por la ventana, decidir de una vez por todas liberarse de la esclavitud de lo que aparenta y de lo que es importante a los ojos del mundo pero que no cuenta absolutamente a los ojos de DIOS, porque se trata de desvalores. A los pies de DIOS nosotros reencontramos toda verdad perdida, todo lo que se había precipitado en la oscuridad se vuelve luz, todo lo que era tempestad se vuelve quietud, todo lo que parecía un valor, pero que no es valor, aparece en su verdadera fachada y nosotros nos despertamos en la belleza de una vida honesta, sincera, buena, hecha de cosas y no de apariencias, entretejida de bien, abierta a los demás, en tensión omnipresente muy fuerte para que los hombres sean una sola cosa.

[…] A los somalíes he dado mucho. De los somalíes he recibido mucho. El valor más grande que ellos me han donado, valor que yo todavía no soy capaz de vivir, es el de la familia ampliada, por lo que, al menos dentro del clan, TODO es compartido. La puerta está siempre abierta para acoger incluso al más lejano miembro del clan. La mesa se comparte siempre. Lo que ha sido preparado para diez, será compartido con quien se presente en la puerta con la máxima naturalidad. No hay y no habrán recriminaciones, lamentos, victimismos. Es la cosa más natural del mundo compartir con los hermanos. En mi mundo, en Borama, la llaga es la desocupación. Mucha gente nunca ha trabajado en su vida porque nunca ha encontrado un trabajo. Es así que el único que trabaja se encuentra «obligado» a compartir el fruto de su fatiga con veinte-treinta más que no trabajan. Pero él no lo vive como una «constricción»; lo vive con naturalidad. Allí compartir forma parte de la existencia. Y luego aquel orar cinco veces al día… el interrumpir cualquier cosa que uno esté haciendo, incluso la más importante, para dar tiempo y espacio a DIOS. Desde que estoy con ellos, son treinta años que me atormenta que en nuestro mundo no detengamos los trabajos, nos levantemos si dormimos, interrumpamos cualquier discurso para hacer silencio y nos acordemos de DIOS, mejor aún si lo hacemos junto con otros, para reconocer que de ÉL venimos, en ÉL vivimos, a ÉL retornamos.

[…] Luego la vida me ha enseñado que mi fe sin el AMOR es inútil, que después de todo mi religión cristiana no tiene muchos y muchos mandamientos, sino que tiene uno solo.

[…] Quisiera añadir que los pequeños, los que no tienen voz, los que no cuentan nada a los ojos del mundo, pero mucho a los ojos de DIOS, sus predilectos, tienen necesidad de nosotros, y nosotros debemos estar con ellos y para ellos y no importa nada si nuestra acción es como una gota de agua en el océano. Jesucristo nunca ha hablado de resultados. ÉL ha hablado sólo de amarnos, de lavarnos los pies unos a otros, de perdonarnos siempre… Los pobres nos esperan. Las formas de servicio son infinitas y dejadas a la imaginación de cada uno de nosotros. No esperemos ser instruidos en el campo del servicio. Inventemos… y viviremos nuevos cielos y nueva tierra cada día de nuestra vida.

Annalena Tonelli
Miembro del Comité
«Lucha contra el hambre en el mundo»

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ZENIT Staff

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